domingo, 7 de junio de 2009

La Unidad de las Américas, ¿Utopía o Posibilidad?

Número 15/Junio-Julio 2009
Magda Lorena Cárdenas


¿Por qué se denomina "Cumbre de las Américas" y no "Cumbre del Hemisferio Occidental"?, la respuesta es mucho más que una condición semántica, se trata de la coexistencia de diferentes "Américas Latinas" con imaginarios, elementos culturales y aspiraciones políticas claramente disímiles que puede explicar la dificultad de consenso en este escenario. Al igual que muchos de los foros multilaterales y regionales, la Cumbre de las Américas podría definirse como el concierto de las buenas voluntades. En esta oportunidad "Prosperidad humana, seguridad energética y sostenibilidad ambiental" fueron los ejes de la cumbre,  sin embargo, la agenda no formal fue la que al final de cuentas obtuvo la primacía.

Cuba sin duda se ubicó como uno de los temas centrales de discusión y es un ejemplo ilustrativo de las marcadas diferencias políticas que conviven en las Américas.  El aislamiento de Cuba es más un mito que una realidad,  prueba de ello es la activa diplomacia que viene desarrollando con muchos gobiernos latinoamericanos.  No obstante, la inserción política cubana en el hemisferio y en sus instituciones aún resulta muy distante por razones fundamentales, primero, la cláusula democrática no es objeto de negociación y segundo, el anacrónico paradigma "anti-Estados Unidos" continuará siendo un pilar político para el castrismo.



Otro de los temas protagónicos de la Cumbre, lo constituyó el de las perspectivas de una renovación en las relaciones de Estados Unidos con América Latina.  En este sentido, el resultado es muy favorable  ya que hoy la región se ubica en un lugar de mayor importancia en la agenda diplomática estadounidense, aunque no es prioritario, sí cuenta con un reconocimiento estratégico que es preciso capitalizar.

La búsqueda de "pequeñas cumbres bilaterales" con el presidente Obama pudo generar decepción en algunos de los asistentes que no pudieron concretar tales encuentros. La elección de Obama de priorizar un diálogo con la UNASUR, sin duda fue la más acertada y de mayor impacto político para la región. Su reunión con los países miembros de UNASUR resulta determinante, es un espaldarazo político y una evidencia de la pertinencia que esta instancia cobra en el actual contexto político de la región. Del mismo modo, pone de manifiesto la importancia de la integración suramericana con un sustento institucional más que ideológico y emotivo; de cierta forma, este reconocimiento de UNASUR llega a diezmar las aspiraciones del liderazgo latinoamericano de una figura como el ALBA.

Una de las lecciones que se puede extraer de esta Cumbre consiste en que los liderazgos pragmáticos tienen un mayor potencial de éxito. En virtud de ello, se reconoce a Brasil como el actor que podría perfilarse como el fiel de la balanza para las relaciones hemisféricas dado que ha puesto en evidencia que la relación con Estados Unidos no va en detrimento del liderazgo latinoamericano, por el contrario, puede potenciarlo si se enfoca bien.  Colombia siguiendo esta línea puede hacer lo propio y capitalizar tanto su compromiso con UNASUR como su activa diplomacia con Estados Unidos para proyectarse como otro de los líderes latinoamericanos.

En materia de acuerdos, el balance de la Cumbre no es muy contundente. Alrededor de temas clave como el fortalecimiento de la cooperación entre estados en seguridad se obtuvo expresiones de buena voluntad, lo cual no puede señalarse como logro hasta que no sean materializadas en compromisos tangibles. El mayor de ellos debería ser la exigencia de responsabilidad política, y legal, de ser necesaria, con países auspiciadores del terrorismo y de  grupos armados al margen de la ley.

Otro de los retos se encuentra en la cooperación en la lucha contra las amenazas a la seguridad pública y la lucha contra las drogas. El concepto de responsabilidad compartida, reiterado en el discurso y desgastado en el papel está lejos aún de ser realmente operante. Los elementos institucionales y jurídicos existen, resultado de un trabajo serio pero estamos en mora de emplearlos. El Mecanismo de Evaluación Multilateral (MEM), es sólo uno de estos ejemplos.
El sinsabor de los acuerdos etéreos derivados de esta Cumbre no puede llevar a desconocer avances importantes como el reconocimiento del papel de América Latina en la agenda de política exterior estadounidense así como de los liderazgos emergentes en la región que garantizan un mayor valor geoestratégico para la región en el ajedrez mundial.

Más allá de los eventos mediáticos propios de la "diplomacia de símbolos", una característica del folclor político latinoamericano que en realidad carece de sustento para un análisis propositivo, son las múltiples potencialidades de un escenario como la Cumbre de las Américas. Conducir la voluntad política de un compromiso protocolario a unos acuerdos de cooperación contundentes puede ser la plataforma de consenso político para lograr que la región alcance un mayor protagonismo y margen de maniobra en instancias multilaterales como la Asamblea General.  Sólo de esta forma será posible que una Cumbre de las Américas que por ser divergentes no deben ser  antagónicas, se convierta un día en una "Cumbre del Hemisferio Occidental".

Magda Lorena Cárdenas
Internacionalista y Politóloga
Universidad del Rosario, Colombia



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