lunes, 15 de octubre de 2007

El talón de Aquiles chino: el despertar identitario uigur

Número 5/ Octubre-Noviembre 2007
Daniel Tomás

Antes de profundizar en el estudio de la realidad china en su conjunto, uno puede tener la tentación de abordarla como un bloque homogéneo y sin fisuras, obviando la gran diversidad étnico-lingüística que alberga en su seno y la multitud de conflictos y rompecabezas que su gestión conlleva para el estado chino. Si bien es cierto que algunas problemáticas internas, como es el caso del Tíbet, sí que han gozado y gozan de una gran repercusión internacional dado el interés de terceros países por que así sea y por la fama y carisma de su líder espiritual el Dalai Lama, el conflicto uigur continua siendo, a ojos de la comunidad internacional, un tema bastante secundario y ignorado.

Cabe destacar no obstante, que la poca resonancia internacional del conflicto en Xinjiang, a pesar de un cierto incremento durante la pasada década de los 90 y sobretodo después de los hechos del 11-S, contrasta con el grado de importancia y de desafío que le destinan las autoridades chinas. El problema del separatismo es consecuencia directa de la articulación identitaria uigur, pero sobretodo va parejo a las consecuencias socioeconómicas del proceso de modernización en el que está inmersa China. Estos costes sociales están teniendo especial relevancia en un territorio con profundas diferencias étnicas, culturales y religiosas y, por si no fuera poco, suponen también una considerable preocupación en una región de creciente importancia geoestratégica como Asia Central, tablero de ajedrez internacional en el que las grandes potencias pugnan por el control de sus enormes recursos energéticos.

La oficialmente denominada Región Autónoma Uigur del Xinjiang es actualmente una vasta región que comprende el cuadrante norte-occidental de la República Popular China. Con una población de aproximadamente 19 millones de Habitantes, el Xinjiang alberga en su subsuelo ricas reservas de hidrocarburos, minerales y metales pesados. Las autoridades chinas valoran el territorio como una fuente de recursos crucial para su desarrollo económico, como su puerta de acceso natural a Asia Central y también como un espacio donde descargar la excesiva presión demográfica en sus provincias orientales.

Históricamente acostumbrados a convivir en contextos de debilidad del poder estatal, los uigures han reaccionado con hostilidad a la implantación de estructuras de dominio más intervencionistas, sobretodo desde la segunda mitad del siglo XX. La dificultad para adaptarse a los retos de la modernidad, sumada a ciertos parámetros étnico-culturales comunes, han contribuido a que el pueblo uigur haya consolidado un proceso de auto-adscripción identitario al margen de los proyectos estatales.

Breve repaso histórico

A pesar que la existencia histórica de los uigures como grupo tribal diferenciado es innegable entre los siglos V y XIV, su rastro histórico se difumina y se pierde hasta su aparición durante el siglo XX, en que reaparecen en forma de minoría étnica dentro de la República Popular China. El significado actual del etnónimo “uigur” no apareció hasta 1921, propuesto por la URSS y aceptado posteriormente por China, para englobar el conjunto de poblaciones de origen túrquico y religión musulmana que habitaban las distintas poblaciones del actual Xinjiang. A pesar de ser ésta una definición en exceso simplificadora, fue ya aceptada por las autoridades provinciales en 1934 y progresivamente por los propios uigures, que durante el siglo XX le fueron dando un contenido común que dejaba en el olvido sus viejas divisiones regionales y articulaba entorno a él una identidad diferenciada de los chinos Han. No obstante, también es cierto que la región albergaba ya potencialidades para convertirse en un serio problema para China, pues no cabe olvidar que entre 1867 y 1934 sucesivos “señores de la guerra” aprovecharon la debilidad del poder central para abordar varias tentativas de creación de un Turquestán Oriental independiente. A pesar que los sucesivos gobiernos de Beijing defienden el dominio ininterrumpido del territorio desde el s.I d.C, lo cierto es que tan solo durante la dinastía Tang (s.VIII-IX) y muy posteriormente con los Qing (s.XVIII-XX) es constatable un dominio real sobre el Xinjiang. De hecho, el mismo nombre de Xinjiang (en mandarín “Nueva Frontera”) creado en el s.XVIII para definir a la región, denota que era un espacio que en aquel entonces los chinos contemplaban como ajeno a sus tradicionales zonas de población.

La implantación del régimen comunista en 1949 supuso un notable incremento de la presencia estatal en Xinjiang. Desde 1958, la región ha contemplado diversas acciones violentas de baja intensidad --si las comparamos con otros conflictos similares--. En 1962 una revuelta conjunta de uigures y kazacos en la ciudad de Yining (Ghulja) acabó con cerca de 60.000 refugiados a la Unión Soviética. La apertura política durante la década de los 80 fue testimonio de numerosas manifestaciones populares reclamando la independencia del Xinjiang, pero en los años 90, la acción pacífica dejó su lugar a numerosos incidentes violentos que atrajeron la atención internacional, delante de los cuales el estado chino respondió con una inflexible política de ejecuciones de los líderes políticos y religiosos uigures. El más famoso de éstos altercados tuvo lugar en 1997, también en Yining, cuando en respuesta a la represión y las detenciones de numerosas personas relacionadas con la promoción cultural de las tradiciones religiosas uigures, se sucedieron numerosos asesinatos indiscriminados de chinos Han a los cuales la policía y el ejercito chino respondió con una dureza inusitada causando decenas de victimas y centenares de detenidos. Después de los incidentes de Yining, durante los años 98 y 99 aún tuvieron lugar algunos atentados terroristas en Urumchi que causaron más de una decena de víctimas, lo que sirvió de pretexto a las autoridades chinas para reforzar el control policial de la región. Los hechos del 11-S, han permitido al gobierno de Beijing, combatir el separatismo uigur con las nuevas armas que le brinda la lucha internacional contra el terrorismo.

La creación de una identidad y su fortalecimiento

Entendemos como etnogénesis el proceso de gestación y construcción de la propia identidad enfatizando las diferencias étnicas y los propios rasgos culturales distintivos. No obstante, el sentimiento de etnicidad no es algo que pueda existir aislado sino que se define siempre frente a algo. En el caso de los uigures, la construcción de su identidad se ha acelerado notablemente durante la segunda mitad del s.XX, desde el mismo momento en que se ha incrementado notablemente la interacción con la población Han y el estado chino. Las fricciones que esta interacción ha provocado y sigue provocando, han producido entre los uigures un despertar identitario sin precedentes.

Los intentos de incorporación real de los uigures al estado-nación chino se han producido sobretodo durante los últimos 50 años. Delante éste desafío, escenificado por el continuo flujo migratorio de población Han sobre el territorio y por las desigualdades socio-económicas que éste proceso ha generado, la minoría uigur ha reaccionado cohesionando sus rasgos identitarios básicos y a menudo articulando protestas violentas. Los uigures son hoy lo que son porque en un determinado momento el estado chino los registró como tales y los sometió a unos mismos desafíos comunes. Esto no implica afirmar que su identidad sea un mero producto de la creación estatal, sino que se ha construido mediante un complejo proceso de etnogénesis fruto de la interacción entre la tradición cultural y la intervención del estado. La calificación y tipificación en categorías étnicas de la población china ha acabado por fomentar, sin quererlo, la recreación y cristalización de identidades antes indefinidas.

Dejando a un lado el papel del estado, no cabe menospreciar el papel que ha tenido la religión islámica para vehicular el auge identitario uigur. Etnicidad y religión no son dos factores excluyentes, ya que en las últimas décadas encontramos un fortalecimiento de ambos aspectos. No obstante, el incremento del fundamentalismo islámico en Xinjiang tiene causas diferentes a las del resto del mundo musulmán. El resurgir islámico se explica más por ser un aspecto unificador de poblaciones bastante heterogéneas, que no por un retorno a la ortodoxia del Corán. Hemos de recordar que entre los propios uigures tampoco existe una única identidad definida. A grandes rasgos, mientras los intelectuales se identifican más con la vertiente turcofona de sus vecinos allende las fronteras chinas, los agricultores y los trabajadores de a pie preservan sus costumbres y tradiciones tradicionales. Por último, aquellos enriquecidos o que han podido integrarse en la estructura social superpuesta por los Han, mantienen posiciones claramente pro-chinas. En general pero, los uigures han visto como su religión tradicional les ha permitido estructurar una ideología unificadora entre ellos, a la vez que ha reforzado sus rasgos culturales distintivos frente a la población Han.

Las raíces del malestar

Algunas de las políticas emprendidas por el estado chino han contribuido notoriamente a incrementar el malestar entre los uigures y a alentar así indirectamente sus aspiraciones soberanas. La más importante y significativa de éstas políticas es sin duda, el fomento oficioso de la migración Han en la región y sobretodo las consecuencias que de ella se derivan. Actualmente los Han representan ya el 40% de población del Xinjiang frente a un 38% de uigures, siendo así la etnia mayoritaria en la provincia. En paralelo a la migración, el estado chino también invierte anualmente ingentes sumas de dinero en mejorar las infraestructuras de la región para su explotación económica y su mejor comunicación con el resto de China.

Las inversiones y el mayor aprovechamiento de los recursos por parte del estado y de los miembros de la etnia Han, han generado una innegable prosperidad económica en la región. No obstante, las dificultades de los uigures para integrarse en ésta nueva lógica económica dictada por sus nuevos vecinos, han aumentado entre ellos la percepción de ser víctimas de una explotación y/o expolio por parte de los Han. Los uigures no ven con malos ojos el desarrollo económico; ven con resentimiento el hecho de que no han podido participar en éste proceso en la medida que ellos desearían, en forma de trabajos mejor cualificados, mejores salarios o mayor movilidad social. Así, actualmente solo perciben y sufren la parte negativa del mismo: la desertización creciente y la falta de agua por el abuso de cultivos intensivos de irrigación, el incremento de la contaminación o las pruebas nucleares en el territorio.

Apoyada por un marco económico y administrativo hecho a su medida, la etnia Han ha perdido todo interés por adaptarse a la lengua y costumbres uigures, fortaleciendo así el distanciamiento entre ellos. La imposición de facto del mandarín como lengua vehicular en la educación y como herramienta indispensable para la promoción social y laboral, ha acabado por arrinconar a la mayoría de uigures de éste proceso. Así, el desarrollo económico de la región, lejos de estar contribuyendo a limar asperezas entre etnias, está reforzando sus espacios de sociabilidad propios. El problema social está agravando el problema nacional. Si uno viaja a la zona, verá como a excepción de Urumchi, los dos grupos han tendido a generar dos sociedades paralelas y casi completamente impermeables: barrios segregados, escuelas propias, restaurantes, mercados y pequeños negocios adaptados a las necesidades de cada etnia, práctica inexistencia de matrimonios mixtos y incluso un huso horario distinto, hacen de Xinjiang una sociedad completamente dual.

Una Autonomía muy poco autónoma

A pesar de que las raíces del problema son claramente socioeconómicas, la práctica política tampoco ha ayudado a descargar tensiones en la zona. La creación de la Región Autónoma Uigur del Xinjiang tuvo lugar en 1955 en una decisión poco consensuada con los grupos étnicos del territorio. A pesar de que la Constitución China estipula que los máximos mandatarios de la autonomía deben pertenecer a la minoría a la cual administran, que las lenguas propias de la región sean objeto de especial protección en todos los ámbitos y que la libertad religiosa impere en todo el territorio, a la práctica estas máximas se cumplen más bien poco. El sistema ha acabado desembocando en un modelo político profundamente paternalista que deja un margen de acción casi nulo al desarrollo de una autonomía real. Mientras los cargos institucionales relevantes están copados mayoritariamente por miembros de la etnia Han, el gobierno de Beijing continúa manteniendo el derecho de veto sobre las decisiones de los órganos autónomos de Xinjiang, juntamente con la capacidad de acción unilateral y no consensuada en la aplicación de políticas sobre el territorio. La libertad religiosa y de expresión cultural se encuentra limitada por el estricto control de las mezquitas y los centros educativos uigures por temor a que fomenten actividades terroristas o actitudes abiertamente secesionistas. Las protestas son silenciadas y duramente reprimidas, máxime después de los hechos del 11-S.

Después de observar la desmembración de la antigua URSS, el estado chino recela de cualquier proceso de concesión real de autonomía a sus territorios por temor a que pudiese desembocar en distintos procesos de independencia. Por el momento, la única medida aplicada para diluir el problema uigur ha sido continuar fomentando la migración Han en la región, a la espera que en unos años, un peso demográfico abrumadoramente superior acabe por dejar el conflicto en una situación residual.

La situación posterior al 11-S

Después del 11 de septiembre de 2001, la atención de la opinión pública china e internacional por la situación en Xinjiang se ha incrementado, sobretodo al darse a conocer la noticia que entre los centenares de prisioneros capturados en Afganistán y encerrados en la base militar de Guantánamo, se encontraban 24 uigures. Por este motivo y por presiones del gobierno chino, en el año 2003 EEUU incluyó el Movimiento Islámico del Turquestán Oriental (ETIM) en su lista de organizaciones terroristas, a pesar de que se tenían muy pocas referencias sobre las actividades de éste grupo. A nadie escapa que después de los hechos del 11-S, y bajo el paraguas que le proporciona la lucha internacional contra el terrorismo, China ha incrementado la persecución de actividades políticas, religiosas y culturales relacionadas con el mundo uigur, que poco tenían a ver con expresiones violentas.

Al margen de éstas medidas, el gobierno de Beijing no oculta su interés por amplificar la dimensión de una amenaza que de momento, y a parte de hechos puntuales, ha demostrado ser muy poco real. A pesar que las actividades terroristas uigures en China existen, han sido más bien pocas si las comparamos con otros conflictos similares. Los incrementos del número de detenidos en los últimos años se deben más al endurecimiento de la política represiva que no a un aumento de actividades ilegales. Las tensiones étnicas y el despertar identitario son hoy en Xinjiang más acusados que nunca, pero no por ello cabe temer un incremento de actividades terroristas a corto plazo. Si bien es cierto que las numerosas muestras de descontentamiento uigur nunca han llegado a poner el estado chino en serios apuros, el enquistamiento de la actual situación sin la aplicación de medidas con voluntad real de solucionar las desigualdades, puede convertirse en la semilla de futuros conflictos de más amplio alcance.

Daniel Tomás
Licenciado en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB)

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