jueves, 15 de febrero de 2007

El fracaso de la política medioambiental norteamericana

Número 1/Febrero- Marzo 2007
Lucía Valero

George W. Bush no dejó a nadie indiferente cuando reconoció en su discurso del Estado de la Unión el pasado 23 de enero que el cambio climático constituía un “riesgo serio”. Por un lado, parte de la clase política mundial vio en su declaración el primer paso hacia un mayor compromiso de EEUU en la lucha contra el calentamiento global. Por otro, grupos medioambientales y un gran número de medios de comunicación recibieron sus palabras con escepticismo ya que, según ellos, la Casa Blanca está demasiado involucrada en los conflictos de Iraq y Afganistán como para llevar a cabo un política medioambiental realista.

Lo cierto es que, como proclaman los ecologistas, las iniciativas energéticas del presidente no se diferenciaron mucho de las planteadas en el discurso del Estado de la Unión del año pasado. Bush recalcó de nuevo la adicción del país al petróleo extranjero y la necesidad de reducir el consumo de gasolina aumentando la utilización de fuentes energéticas alternativas, especialmente el etanol.

El presidente, por segundo año consecutivo, insistió en que debían incrementarse las inversiones a favor de la producción de etanol, “la energía limpia del futuro”, publicitada como el mejor sustituto del petróleo. Habló también en la necesidad de promover la investigación de nuevos diseños de baterías para coches híbridos y eléctricos, mucho más limpios que los que funcionan con combustibles fósiles.

Sin embargo, es evidente que lo que marcó la diferencia con respecto al pasado discurso del Estado de la Unión – y por lo tanto bien recibida por los políticos- fue la mención específica de Bush al problema del cambio climático, una cuestión merecedora de toda la atención posible.

Probablemente, Washington está empezando a sentir cierta presión con respecto a su política energética, teniendo en cuenta que el calentamiento global está de plena actualidad y que el partido Demócrata se está involucrando en el asunto. El mejor ejemplo lo representa el otrora candidato a la presidencia de EEUU, Al Gore, que, con su documental “Una verdad incómoda”, pretende adoctrinar a los ciudadanos acerca del cambio climático.

Otro factor que podría poner contra las cuerdas al Gobierno lo constituye las conclusiones del Intergovernmental Panel on Climate Change del pasado 2 de febrero.

Los científicos del clima, con un informe contundente, declararon que el calentamiento global es “inequívoco” y que la actividad humana “muy probablemente” es la causante de cambios drásticos como las tormentas extremas, las sequías, las olas de calor o el aumento de la temperatura global a lo largo del siglo.

Teniendo en cuenta que EEUU es el país que más gases emite en todo el mundo, no cabe duda que debería considerar al informe como prueba empírica para empezar a reducir las emisiones de dióxido de carbono. La cuestión que se plantea es si Washington se tomará esta vez en serio el medio ambiente, como parece ser tras las declaraciones del discurso del Estado de la Unión o si, por el contrario, nos encontramos ante una maniobra del Gobierno para apartar nuestra atención de la espiral de violencia en Iraq y del sonoro fracaso por controlar la región.

En pocas palabras: Impulsará Estados Unidos las energías renovables?

Según las predicciones, es poco probable, ya que, primero, la administración tiene demasiados problemas en mente, como la “guerra contra el terrorismo”, segundo, Washington no ha llevado a cabo –tan solo ha pretendido que lo hacía- ninguna política energética convincente y ni si quiera ha ratificado el Protocolo de Kioto y tercero, la Casa Blanca debería hacer frente a los poderosos lobbies petroleros, una dura tarea para la que Bush no está realmente preparado.

La alternativa de los biocombustibles

Unos de los aspectos mas destacados de la Iniciativa de los Biocombustibles, el programa de energía limpia promovido por Bush, es que está centrado en la investigación del etanol celuloso, una energía renovable que, según el Gobierno, sustituirá al petróleo en un futuro no muy lejano. Para ello, estados como Texas, hogar del presidente, están construyendo plantas de etanol –Texas está construyendo tres- con el objetivo de transformar el maíz en combustible.

La alternativa del etanol, aunque en principio parece una medida positiva para combatir el calentamiento global, no lo es tanto en la práctica por dos razones concretas:

La primera está relacionada con el grado ecológico de esta forma de energía. Según Corpwatch, una página web que se encarga de investigar los movimientos de Washington y de las multinacionales, el etanol no sirve para reducir las emisiones de dióxido de carbono porque se genera del carbón, una de las fuentes de energía más tóxicas que además emite agentes carcinógenos en la atmósfera.

Para empeorar las cosas, el principal productor de etanol de EEUU es la compañía agrícola norteamericana Archer Daniels Midland, un gigante empresarial que tiene el dudoso honor de ser “la décima empresa más contaminante” en la lista Toxic 100 elaborada por la Universidad de Massachussets pero que ha defendido sus intereses con éxito actuando como lobby de presión sobre la Casa Blanca.

Con generosas donaciones, ADM se ha beneficiado de subsidios gubernamentales, créditos y mejores tarifas para combatir a competidores extranjeros. Se puede deducir de todo esto que la “la energía verde del futuro” no sólo es poco ecológica sino que su producción es el resultado de una estrategia empresarial para controlar el mercado energético.

Las influencias de ADM sobre la Casa Blanca han sido más que beneficiosas para la compañía ya que se ha fraguado el pleno apoyo de la administración de Bush en todas sus actividades.

La segunda razón por la que el etanol no es una alternativa eficaz es que, aunque fuera tan ecológica como proclaman en Washington, el Gobierno debería promulgar nuevas leyes para asegurar el uso de energías renovables tanto en los medios de transporte como en el sector industrial.

Sin embargo, por ahora no se planteado imponer medidas como esa y la administración ha dejado que las reducciones de las emisiones de dióxido de carbono sean una cuestión voluntaria. Incluso después del informe publicado por los científicos del clima, la Casa Blanca sigue oponiéndose a las reducciones obligatorias de los gases de efecto invernadero.

Si en EEUU no se fuerza a las compañías mediante la ley a introducir políticas más ecológicas en sus actividades es porque la administración carece del compromiso imprescindible para combatir el cambio climático. Tal vez el alto precio del petróleo en Oriente Medio le sirva a Bush de excusa para convencer a las multinacionales de que es hora de que el país empiece a volar solo en cuestiones energéticas, aunque eso no significa –como podemos ver en las Iniciativa de los Biocombustibles- que las compañías vayan a invertir en formas de energía más ecológicas

La influencia de Exxon

El 13 de marzo de 2001, George W. Bush declaró que EEUU no ratificaría el Protocolo de Kioto alegando que el tratado perjudicaría a la economía de la nación, con las consecuentes pérdidas de trabajos y la deslocalización de las empresas. Además, se negó a ratificarlo porque no obligaba a los países en vías de desarrollo a reducir las emisiones de combustibles fósiles.

Si consideramos que EEUU es responsable del 36.1% de las emisiones de dióxido de carbono, es evidente que su ausencia en el protocolo condenaba a Kioto al fracaso. El país, como nación desarrollada y primera potencia mundial, tenía la responsabilidad de predicar con el ejemplo y convencer al resto del mundo de la necesidad de involucrarse con el medio ambiente.

Solo entonces, países en vías de desarrollo como China, que probablemente superará en pocos años a EEUU como emisor de gases, tomaría también medidas para disminuir el consumo de combustibles fósiles.

Detrás de las palabras del presidente que consiguieron mutilar el tratado se encontraba la influencia de la principal compañía petrolera mundial: Exxon Mobil.

Según Greenpeace, la multinacional jugó un papel muy importante en la decisión gubernamental y además ha sido responsable de numerosas campañas que desacreditan a Kioto.

Exxon ha sido criticada por intentar distorsionar las evidencias científicas sobre el calentamiento global y ha negado el cambio climático para satisfacer sus intereses económicos. La compañía, la más rentable de EEUU en 2006, no le debe gustar la idea de perder sus cuantiosos beneficios –lo que es totalmente comprensible- y hasta ahora, ha conseguido todo lo que se ha propuesto. Para ello, Exxon es uno de los más relevantes patrocinadores y contribuyentes económicos del partido Republicano que se ha traducido en políticas más que indulgentes hacia las actividades contaminantes de la compañía.

Está claro que si Washington decidiera tomar en serio la investigación en energías renovables se toparía con la firme oposición de Exon o lo que es lo mismo, significaría morder la mano que, en gran medida, da de comer al partido republicano y al Gobierno.

Pocas expectativas

Queda claro que el informe científico que involucra al ser humano en el cambio climático puede ejercer cierta presión para que la Casa Blanca pase de la teoría a la práctica en política medioambiental.

Pero también es cierto que la influencia de los lobbies energéticos en EEUU es abrumadora y que es responsable de que Washington no se haya posicionado a favor de medidas más ecológicas. De hecho, estas compañías intentarán convencer a los ciudadanos de lo negativo que supondría para la economía el prescindir de los combustibles fósiles. Si el Gobierno no decide hacerles frente, no habrá cabida para Kioto ni para futuros acuerdos cuando el tratado expire en 2012.

Otro factor que hay que considerar es que ni Bush ni su administración pensarán en destinar fondos a la protección del medio ambiente cuando la inestabilidad en Iraq está costando una fortuna a las arcas públicas. Además, estando en la recta final de su mandato y sin posibilidad de gobernar otra legislatura, el presidente no tendrá que preocuparse por perder votos si no impulsa la alternativa de energías renovables. Tras ver su posición más debilitada como consecuencia de Iraq, tan poco es probable que vaya a enfrentarse a los gigantes del petróleo. Al fin y al cabo, tanto Bush como su familia gozan de una estrecha relación con la industria y es posible que ni siquiera considere la posibilidad de arriesgarse a hacerlo.

El calentamiento global esta demostrado empíricamente. Sus efectos pueden ser devastadores, si no irreversibles. Pero tendremos que esperar a otro Gobierno norteamericano más consciente de esos peligros para luchar contra el cambio climático. Hasta entonces, habrá que conformarse con debates sin un fondo comprometido con el medio ambiente y con una serie de medidas pocas o nada eficaces.

Lucía Valero
Licenciada en periodismo y especializada en relaciones internacionales

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