martes, 28 de diciembre de 2010

Crisis de la representatividad en la Democracia

Número 25/ septiembre- diciembre 2011
Ricardo L. Cohen

Nuestros pueblos están inmersos en una compleja realidad que nos preocupa como ciudadanos y nos ocupa como actores del sistema, siendo la democracia el mecanismo de realización en nuestra sociedad.

La democracia únicamente puede constituirse a partir de una ética de solidaridad, capaz de vertebrar procesos de cooperación que concurran al bien común con una consecuencia de cambio, tanto en lo social como en lo económico, político y cultural.

Segundo Foro sobre Democracia Latinoamericana. Fuente: OEA



En este sentido, la carga pública del electo, debe ser  responsable y coherente, pertinente al mandato otorgado, solidario con sus mandantes y desafiante con el futuro, y a la participación debemos pensarla como una estrategia social que tiende a destacar y potenciar la conciencia ciudadana, factor esencial en la definición del perfil de  sociedad que se quiere y que coadyuva a terminar con el divorcio Estado/Individuo, haciéndole comprender, al ciudadano, que la administración estatal es cosa propia y no un invitado de piedra, ya que tiene la posibilidad de comprometerse en la acción mas allá del reclamo, poniendo a su disposición mecanismos operativos reales que no dependan de voluntades transitorias, sino de una organización profunda y efectiva.

La vida del ciudadano en  una sociedad democrática, tal como conocemos, tiene toda una serie de connotaciones que diariamente deben ser ejercidas, recreadas y criticadas.

Vivir en una sociedad democratizada o por lo menos, reglada en función del bien común y del interés general, es un ejercicio arduo y sostenido que al ciudadano común le cuesta ejercer y sostener, ya que nuestra cultura democrática aún no ha sido atravesada por la necesidad de la participación activa, y digo activa, no obstante sonar  redundante, porque quiero recalcar esta situación. El latinoamericano promedio ve a su vida en democracia como algo a lo que no pertenece, supone que su tránsito por lo cotidiano es designio del destino y que todo está hecho. Más aún, ve a la participación como algo inútil  y sin sentido.
En los orígenes organizacionales y fundacionales de los países latinoamericanos, la representatividad  fue  necesaria y útil. A través de ella se lograron equilibrios que permitieron perfilar países más ecuánimes en donde las minorías, pudieron tener algún tipo de peso en la toma de decisiones amparadas por las letras de las Constituciones respectivas.

En este sentido, el trabajo de consensuar una Constitución implicó todo un esfuerzo superador para aquellos tiempos en donde subordinarse a la letra de un pacto significó un gran acto de despojo de intereses individuales en pro del colectivo, y como ejemplo de dificultad puedo resaltar el contundente NO a la reforma de la Constitución guatemalteca del año 1999, no obstante  el latinoamericano promedio, participó efectivamente a través de su representante.

Esto sucedió, porque el representante de aquella época interpretó cabalmente dos cosas:




  • La necesidad de velar por el interés general en función del crecimiento de país porque se dio cuenta  que había terminado la época de la decisión individual sin respaldo colectivo.




  • Que el ciudadano dejó de ser un sujeto pasivo, para transformarse en un sujeto activo necesario en el esquema  de poder.


  • A través del tiempo el concepto de representante fue cambiando y tomando todo tipo de particularidades, hasta el día de hoy en que vemos como el representante ha perfeccionado su perfil y su rol, amalgamándose perfectamente a este tiempo de  aldea global sin que ocurra lo mismo con el concepto de representado.

    El elegido se modernizó, siendo su figura dinámica y activa. El que elige sigue siendo el histórico elector de la Latinoamérica fundacional.

    Crisis terminal de la Representatividad en América Latina


    ¿Qué  pasó?, ¿Por qué nuestros representantes avanzaron en sus derechos y prerrogativas?, ¿qué se hizo a partir de la toma de conciencia de todo esto?, ¿por qué aún el sistema se mantiene?

    Desde algún tiempo se percibe, sobre todo en el ambiente legislativo, que la ecuación sustentadora del sistema democrático de la representatividad está en crisis. En algunos casos se habla de crisis terminal y en otros, un poco más optimistas, de una crisis    temporal.

    Qué significa, o mejor dicho ¿qué es una crisis?

    En el primer caso, estamos hablando de un cisma, de una ruptura, de una fractura entre el espíritu de la representatividad y la realidad y consideramos a la actual representatividad como virtual, mediática, deshumanizada y en status quo.

    Tan es así que si le preguntamos al ciudadano medio latinoamericano, que opina sobre la desaparición de los poderes legislativos, éste con toda seguridad aplaudirá y se regocijará con el supuesto. De hecho varios candidatos presidenciales de las últimas elecciones, usaron como lema de campaña la frase "...si me eligen voy a cerrar el Congreso...".
    El virus de la crisis, atravesó el tejido social, casi sin darnos cuenta y se instaló alimentándose de la incredulidad y del escepticismo abonando el terreno del individualismo acrítico y la desintegración, la violencia, la justicia por mano propia, y  la sumisión.

    Lo cierto es que la representatividad visible en forma absoluta en las instituciones colegiadas y deliberativas sienten el impacto de esta crisis que entre otras cosas se trasunta en la falta de credibilidad del electorado una incredulidad motivada por muchos aspectos entre los que podemos destacar un hecho cada vez más palpable como es el de votar por un candidato desconocido surgidos de alquimias partidarias y aparatos electorales muy bien articulados.

    La credibilidad tiñe absolutamente todo lo anteriormente citado.

    Plantear, el libre ejercicio de la participación y el conocimiento de derechos, en un ambiente falto de credibilidad, es como transitar sobre un camino sin cimientos.

    Desde otra perspectiva, no debemos olvidar ni perder de vista a los factores que inciden directa e indirectamente sobre la credibilidad y que atentan contra la participación.
    Me refiero puntualmente a la impunidad y a la corrupción, que siempre están asociadas, la primera cobija a la segunda siendo esta última la razón de la primera, brindándole su marco operacional.

    Cuando se amalgaman dan como resultado, la destrucción del tejido solidario - participativo, el descreimiento de los procesos democráticos de recambios institucionales, y por ende una visión ineficiente del resultado de la vida en democracia con una efectiva imposibilidad de mejorar la calidad de vida.

    Una sociedad que perdió el reflejo de reacción ante un hecho tan grave como es esta crisis, está dirigiéndose inevitablemente a fortalecer los vínculos autoritarios de sus representantes quienes reforzarán esta situación a través de políticas demagógicas - dependientes lo que a su vez, da una retroalimentación con las necesidades asistenciales, es decir, este tipo de sociedad que no asumió el concepto de crisis con los anticuerpos correspondientes está destinada a no coincidir en el forjado de su destino.

    Esta crisis plantea una situación de compleja relación entre el representante y su representado. Por un lado se da una crítica feroz existiendo a la vez una adhesión al mismo criticado, y esto ¿cómo se entiende? ¿Es una dualidad afectiva?, ¿es una relación de puro interés?, o es simplemente un equilibrio necesario.

    Esta crítica situación, tiene muy pocas posibilidades de retorno al concepto original, pues por eso se la considera terminal. Termina con un concepto histórico de la representatividad,  a través de una  metamorfosis del concepto histórico - fundacional.

    Ricardo L. Cohen
    Licenciado en Ciencias Sociales
    Tucumán-Argentina

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