lunes, 22 de noviembre de 2010

La reserva moral de la sociedad

Número 22/octubre-diciembre 2010
Natalia Pérez Riveros

Las movilizaciones estudiantiles en América Latina, son un suceso que, desde las dictaduras militares en la década del setenta, son hechos que pueden parecer aislados, atomizados, desorganizados y fácilmente de ser ignorados por diferentes medios de comunicación.

En la actualidad, los jóvenes están escribiendo otra historia. Esto sucede cuando hay un cambio de paradigma.


En la ciudad de Buenos Aires, hubo hasta 30 escuelas tomadas. Los jóvenes están hablando: Saben expresar sus ideas y organizar sus reclamos. Reivindican organizadamente el acceso al derecho de la educación. Esta es una nueva modalidad en la ampliación de la ciudadanía. Son estudiantes que se definen como ciudadanos y desde ese lugar plantean una causa.


Esta generación de adolescentes vuelve a recordarnos a un sector que habíamos olvidado. Una generación que fue silenciada por el miedo en las aulas y que ahora están llenando el hueco que dejaron generaciones posteriores a la dictadura, el hueco de la acción colectiva.

Y este es justamente el cambio de paradigma: Jóvenes que piensan y hacen política.

La desconfianza resultó ser uno de los modos más eficaces para romper cualquier relación de reciprocidad y solidaridad en un grupo. Esto fue una profunda herida para varias generaciones. Una herida que modificó nuestra forma de relacionarnos como argentinos.

No es posible construir un discurso político crítico o contestatario desde la desconfianza. Y esta imposibilidad se vio reflejada a lo largo de las décadas de los ochenta y noventa.

Si no existe la posibilidad de confiar en el otro, de confiar en un grupo de individuos, que a partir de valores e ideales comunes, logran un encuentro; sólo queda la salida individual. Y esto es justamente lo que sucedió a partir de la década de los ochenta en nuestro país. Se instaura un modo de política que es la antipolítica.
La articulación de la desconfianza con el descrédito de la política no son dos fenómenos desvinculados. Recuerdo que la mejor manera de desacreditar cualquier lucha en la posdictadura era calificándola de "política" o acusándola de "tener objetivos políticos".

Tener objetivos políticos, luchar por intereses compartidos, lejos de ser considerada una acción digna de emulación e inspiración, un modo de generosidad y el hecho de hacerse cargo de una preocupación que nos excede como individuos, la política de la desconfianza calificaba a dichas acciones como ilegítimas.

Hace pocos días, como producto de las manifestaciones conmemorando la noche de los lápices (1) solapada con los reclamos estudiantiles, me causó una profunda tristeza continuar escuchando este tipo de declaraciones. En definitiva ¿Qué hecho social no es político?

En los modos de representación simbólica de los hechos ocurridos en los años setenta en Argentina, se juega no sólo la posibilidad de entender el pasado sino también, las consecuencias que de dicha comprensión podamos extraer para analizar nuestro presente. Esto es, entender a la dictadura argentina y su implementación como un modo particular de destrucción de las relaciones sociales. Aquellas que generaban fricción al ejercicio del poder buscando reemplazarlas por una relación unidireccional con el poder, a través de la delación y la desconfianza. La ruptura de las relaciones de reciprocidad entre seres humanos fue uno de los principales objetivos de la modalidad genocida argentina que operaba "reorganizando" a la sociedad estructurando otro tipo de vínculos hegemónicos.

Y es en este punto donde se inicia la discusión. Esta es la historia de la cual venimos.
Los jóvenes de hoy somos herederos de esos hechos. Y somos la reserva moral de la sociedad. Una reserva en movimiento que está rompiendo con la premisa de "que cada uno se ocupe de lo suyo".

Creo que afortunadamente, ese descrédito a la política, está abriendo paso a nuevas condiciones de posibilidad para un nuevo modo de relaciones sociales. Y con esto me refiero a ciertas prácticas sociales que hacen posible una nueva construcción política: volver a identificar al otro como par, la indignación por la injusticia, la confianza en el semejante, el sentimiento de responsabilidad con respecto a las necesidades del otro y la convicción de que una sociedad más justa es posible, entre otras. Y no creo que merezcan el descrédito ni la burla con las que son observadas todavía.

Creo que este legítimo reclamo de estudiantes secundarios, universitarios y docentes representa un ejemplo de estas posibilidades de cambio. Supongo que es una posibilidad en un presente, donde todavía la necesidad individual parece primar sobre cualquier decisión colectiva. Es de una inmensa tristeza escuchar a quienes indignados, opinan que estos alumnos sólo deberían estudiar. A mi modo de ver las cosas, son opiniones humillantes, con falta de compromiso y cargadas de un tinte individualista que es desesperanzador. En hora buena  estos estudiantes comprenden que a la escuela, no sólo se va a estudiar. No sólo asisten para completar los contenidos de la currícula, sino que también van a aprender.

Aprenden a construir relaciones de reciprocidad y compromiso. Aprenden dentro y fuera del aula. Aprenden a pensar, discutir, interpelar, se contagian de voluntad de cambio social. Aprenden a hacer suyas, las necesidades de otros, a hacerse escuchar cuando sólo obtienen silencio, en lugar de respuestas. Cuando los jóvenes se comprometen los cambios están cerca. Es para celebrar que los estudiantes puedan salir a las calles, otra vez.

Natalia Pérez Riveros
Relaciones Internacionales en la Universidad del Salvador



Referencias

1. Se conoce como la Noche de los Lápices a una serie de secuestros de estudiantes de secundaria, ocurridos durante la noche del 16 de septiembre de 1976 y días posteriores en la ciudad de La Plata (Argentina). Reclamaban ante el Ministerio de Obras Públicas, el otorgamiento del boleto de autobús con descuento estudiantil secundario.

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