Ángel Gómez de Ágreda
La crisis financiera internacional ha desembocado en una desesperada carrera por parte de las mayores economías mundiales por conseguir recuperar las tasas de crecimiento previas a 2008 para, entre otras cosas, reducir las tasas de paro a que ha dado lugar la caída de la actividad y de las exportaciones.
Mientras que para la mayoría de las economías occidentales, la recuperación no sólo está siendo lenta sino que incluso amenaza con estancarse, otros países - muy notablemente, China - apenas si han reducido puntualmente su tasa de crecimiento durante unos meses antes de recuperar cotas similares a las de hace dos años.
Las peculiares características de la crisis financiera han lastrado al sector bancario en muchos aspectos. Por un lado, el daño económico que sufrió en primera instancia y que supuso el cierre o la absorción de varias entidades, alguna tan importante como Lehman Brothers. La desconfianza mutua y en los mercados es, quizás el segundo efecto negativo que ha provocado el descubrimiento de las maniobras contables de algunos fondos y entidades. Similar falta de confianza se ha generado en algunas economías nacionales cuya ingeniería financiera ha salido a la luz al derrumbarse en castillo de naipes que habían construido sobre el crédito barato y, aparentemente, infinito de la década pasada.
Conviene recordar aquí que los mercados financieros se basan, mucho más que en realidades tangibles, en la confianza y las expectativas. En ese sentido, el mayor problema que se ha generado tiene más que ver con la percepción que los consumidores han sacado de sus entidades y de sus bancos centrales y el modo en que han manejado las finanzas mundiales durante los "locos años 2000". No sólo se ha enquistado el mecanismo de concesión de créditos con la consiguiente reducción de la capacidad inversora de particulares y empresas, sino que se ha generado una exagerada cautela en aquellos que todavía tenían potencial inversor que desincentiva su interés por mantener el ritmo normal de consumo e inversión.
Esta no es, ni mucho menos, la primera crisis financiera ni económica que hemos vivido. Sin embargo, muchos analistas han pasado por alto una serie de características que hacen de la misma un escenario único y muy distinto de los anteriores. "El diablo está en los detalles" y los detalles del colapso de 2008 son particularmente importantes. Dos factores son, a mi juicio, claves a la hora de diferenciar la situación actual de episodios pasados: la aparición de actores nuevos y el fenómeno de la globalización entendido como la interacción de múltiples factores de forma simultánea y en todo el mundo.
Esta es la primera vez que el sistema financiero se enfrenta a una crisis en la que el Euro juega un papel como divisa de relevancia. Lo que es más, el Euro ve condicionado dicho rol por motivos políticos, tanto internos de la Unión Europea como de las relaciones de la misma con otras potencias y divisas. Mucho más que la propia fortaleza o capacidad de las economías europeas - que, por mucho que queramos relativizar, siguen siendo un factor importantísimo - lo trascendente es la posibilidad que ofrece el Euro, como divisa, de convertirse en alternativa y en referente. La irrupción de la divisa europea en el mercado ofrece a terceros países un abanico de ofertas donde antes dominaba, sin competencia, el verde del billete americano.
The great financial crisis: lessons for financial stability and monetary policy”, in honour of Lucas Papademos. Fuente: BCE |
Cuando la segunda mayor economía del mundo - y el mayor prestatario - no dispone de una divisa intercambiable en el mercado internacional, como es el caso de China, la posibilidad de diversificar su cesta inversora supone un factor muy apreciado.
Si continuamos deshaciendo la madeja, la rivalidad creciente en el Pacífico Occidental entre los "intereses vitales" - tal y como los definió un alto funcionario chino - de la República Popular en sus mares ribereños y los "intereses estratégicos" norteamericanos en la zona, llega en el peor momento. Mientras China mantenga el mayor porcentaje de deuda estadounidense de entre todos los inversores no residentes, la suerte de ambas potencias está altamente vinculada.
En el caso actual, también lo están sus divisas. El Banco Central chino apenas si permite leves fluctuaciones del yuan respecto del billete verde. Tampoco es que tenga mucho margen de maniobra cuando una parte muy significativa de sus reservas están denominadas en los activos americanos. Cualquier fluctuación al alza del yuan traduciría los beneficios de la inversión en pérdidas para China.
La economía norteamericana tiene una desesperada necesidad de liquidez que la Reserva Federal no está dudando en proporcionar con la consiguiente devaluación del dólar en el mercado cambiario internacional. Principal afectado de esta política resulta ser Japón, la tercera economía y la tercera divisa - el yen - en discordia. Con sus dos principales mercados devaluando su moneda respecto a la divisa japonesa, las exportaciones niponas ven encarecidos los precios y, por lo tanto, reducida su competitividad. Cuando a lo anterior añadimos que la misma China está comenzando a competir con Japón en muchos segmentos del mercado, la situación del país del Sol naciente se ve cada vez más comprometida.
Las acusaciones de manipulación del mercado cambiario cruzan el Pacífico en ambas direcciones reflejando el malestar ante las intervenciones del Banco Central chino, las inyecciones de liquidez de la Reserva Federal o las mil millonarias inversiones del Banco Central japonés para intentar contener la tasa de cambio.
Decíamos, sin embargo, que el Euro podía jugar un papel importante en lo que se ha dado en llamar la "guerra de divisas". Hemos visto que una moneda con acceso muy limitado a los mercados internacionales, como es el yuan, lo está haciendo. Su interacción con el Euro puede terminar por alterar el status quo existente en las últimas décadas.
El Euro supone mucho más que una moneda única para Europa. Es, hoy por hoy, uno de los vínculos más importantes en el proceso de construcción de la Unión. Sin embargo, cada uno de los países cuyos bancos centrales forman parte de la divisa sigue emitiendo su propia deuda cuyo valor viene definido por los condicionantes propios del país mucho más que por la de Europa en su conjunto. De este modo, países que, como Grecia, pasen por circunstancias poco favorables, se verán obligados a emitir deuda a unos diferenciales mucho mayores que otros. Esto puede ser percibido por algunos inversores como una posibilidad de obtener altos dividendos basados en el riesgo país pero matizados por la necesaria solidaridad que sostiene a la moneda única.
Para otros inversores, con relativa independencia de la rentabilidad de la inversión, la deuda europea puede interpretarse como una posibilidad de diversificación respecto a la norteamericana e, incluso, como una herramienta para ejercer un cierto control o influencia en Europa. Las importantes inversiones chinas en la deuda de algunos países (en contra de la política rusa de limitar el riesgo de sus inversiones) y las crecientes inversiones y compras a empresas europeas, como las realizadas por el Presidente Hu en París, tienen que verse bajo este prisma.
En ocasiones anteriores, la falta de una moneda europea dominante y la bipolaridad geopolítica favorecieron el mantenimiento del status quo con el dólar como referencia aún a costa de Europa. En este momento, el Euro añade un nuevo factor desestabilizador. La aplicación de una aproximación de "suma cero" supondría un duro golpe para el Euro en caso de que cediera a las expectativas americanas; golpe que difícilmente podría soportar ni la moneda ni la estructura que se sostiene sobre ella.
Asistimos a una competición por los recursos financieros disponibles mucho más fiera de lo habitual. Ya no está en juego el grado de prosperidad de la nación en su conjunto sino, en muchos casos, el mismo sistema de vida y valores que se sustentaba en esa prosperidad. El "estado del bienestar" europeo es un ejemplo paradigmático.
Si bien la capacidad de circulación de la masa económica se ha visto grandemente beneficiada por el fenómeno globalizante, también ha crecido el número de opciones disponibles y los condicionantes de invertir en una zona o en otra, en unos bienes o en otros.
Por otro lado, la creciente importancia de los actores no estatales en la geopolítica en su conjunto y en la economía en particular supone que las asunciones que podíamos hacer hasta el momento pierden buena parte de su validez cuando los condicionantes políticos se subordinan a los empresariales. La presión que pueden llegar a ejercer las compañías "de bandera" de algunas potencias sobre la misma política del país hace que este fenómeno no se manifieste sólo cuando son las compañías las que actúan como agentes internacionales de inversión sino también cuando lo hacen sus naciones de referencia.
El gráfico, elaborado por el autor sobre un estudio prospectivo del National Intelligence Council de los Estados Unidos publicado en 2008 y basado, en este caso, en una proyección de Goldman Sachs efectuada en 2003, recoge la previsión de que la economía china sobrepasase a la japonesa en 2015, es decir, doce años después de salir a la luz el informe. Hemos visto que la fecha correcta para el "sorpasso" era 2010, es decir, poco más de la mitad del tiempo previsto hace siete años (si tenemos en cuenta que la NIC seguía publicando este gráfico en 2008 - dándolo, por lo tanto, por bueno - el vuelco se ha producido en mucho menos tiempo).
El caso de China supondrá la primera vez en que una nación se alza a los primeros puestos mundiales en términos de PIB mientras conserva una Renta Per Cápita correspondiente a los países menos desarrollados. Lejos de ser anecdótico, este dato supone que las responsabilidades que de forma regular venían asociadas con el estatus de gran potencia serán asumidas en menor medida por países con graves déficits internos y en los que una parte importante - si bien decreciente - de la población vive por debajo del umbral de la pobreza.
El hecho de que el yuan no sea moneda convertible y no se utilice como divisa internacional hasta el momento limita también la capacidad de maniobra china. En los últimos años, dentro del ámbito de la Organización para la Cooperación de Shangai (SCO), la República Popular China (RPC) ha empezado a introducir el renminbi - como también se conoce a su divisa - como moneda de intercambio entre los países vecinos. Resulta evidente que cualquier cesta de monedas que se quiera proponer como reflejo de la economía mundial debe incluir al yuan en una proporción equivalente al de China en la misma.
Los efectos que añaden la globalización de los mercados y la dependencia mutua de las economías hacen muy difícil afrontar de forma individual las soluciones. Esquemas como los que nos han llevado hasta aquí en los que unos cedían para permitir que otros mantuviesen su tasa de crecimiento no son posibles ya. En el caso chino, los efectos inflacionarios que causaría una revaluación del yuan - con el consiguiente encarecimiento de los componentes "made in China" - en el resto de los países supondrían un contrapeso inaceptable a los posibles beneficios que se obtuviesen.
Ángel Gómez de Ágreda
Teniente Coronel del Ejército del Aire, Diplomado de Estado Mayor, Profesor del Departamento de Estrategia de la Escuela Superior de las Fuerzas Armadas del CESEDEN
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