domingo, 14 de diciembre de 2008

Sudáfrica pone a prueba a su joven democracia

Número 12/Diciembre-Enero 2009
Aurora Moreno Alcojor

Sudáfrica vive uno de los momentos más inciertos de su joven democracia. Tras 14 años de liderazgo indiscutido del Congreso Nacional Africano (CNA), el partido de Nelson Mandela, que ha ganado todos los comicios celebrados desde 1994 con más de dos tercios de los votos hace frente a una de las crisis internas más profundas desde su fundación en 1912. La división entre dos de sus líderes, Thabo Mbeki y Jacob Zuma, ha llegado a un punto de no retorno y los seguidores del primero han anunciado la formación de un nuevo partido.

La personalidad de ambos era tan diferente que nadie dudaba de que esta situación terminaría finalmente produciéndose: Mbeki es el prototipo de diplomático –frío, calculador, con estudios universitarios y dirigente del partido en el exilio desde los tiempos del Apartheid-, Zuma, por su parte, es un hombre dicharachero y con cierto aire populista que termina sus mítines bailando danzas tradicionales, nunca fue al colegio y aprendió a leer y escribir siendo ya adulto. De hecho, según algunos historiadores, como R. W. Jonhson, “Mbeki escogió como vicepresidente a Jacob Zuma en parte porque era zulú –aportaba equilibrio étnico-, pero también porque era un hombre inculto y no se le podía considerar rival ni posible sustituto” (1). Por si fuera poco, el primero pertenece a la etnia xosha y el segundo a la zulú, dos pueblos tradicionalmente enfrentados antes de la llegada de los holandeses.



El enfrentamiento se desencadenó en 2005 y desde entonces no ha parado de crecer. Primero, Mbeki, entonces presidente del Gobierno, decidió destituir a Zuma, su vicepresidente, acusándole de corrupción. El detonante había sido una excesiva compra de armamento por parte del Ejecutivo en la que varios políticos se llenaron los bolsillos (2). Supuestamente, en 1999, cuando ejercía el cargo de vicepresidente del país, Zuma exigió cuatro millones de Rands a la empresa de armas Thint a cambio de que no fuera investigada por los sobornos que previamente había pagado para conseguir contratos con el Gobierno. Zuma estaba implicado al igual que muchos otros, pero Mbeki aprovechó esta oportunidad para hacer que fuese investigado por la justicia, utilizando para ello todo su poder como presidente.

En diciembre de 2007, Zuma se tomó la revancha presentándose a las elecciones internas del CNA y venciendo a Mbeki como líder del partido. Menos de 12 meses más tarde, en septiembre de 2008, Zuma era exonerado de todos sus cargos y, con el aparato del partido a su servicio y el apoyo incondicional de quienes ya estaban hartos del presidente, le acusó públicamente de haber conspirado contra él para que fuera procesado por corrupción. El partido exigió inmediatamente la dimisión de Mbeki y, aunque éste negó firmemente las acusaciones, aceptó renunciar a sabiendas de que ya no contaba con la confianza de las bases. Su gestión, durante casi nueve años de Gobierno, había generado muchas críticas, especialmente por su tendencia a concentrar el poder en su persona –no sólo designaba a los ministros de su Ejecutivo, sino también a los delegados provinciales y a los alcaldes de las grandes ciudades en las que el CNA tenía mayoría (3)–; su continua oposición al uso de antirretrovirales para el SIDA –una enfermedad que afecta a más de 5,3 millones de sudafricanos, alrededor de un 20% de la población adulta (4)–; y su alineamiento con Robert Mugabe, el dictador de la vecina Zimbabwe.

Como sustituto, y ante la imposibilidad de que Jacob Zuma ocupara el cargo de presidente al no ser parlamentario, el partido designó a Kgalema Motlanthe, un hombre de su confianza. Mientras tanto Zuma ha empezado a prepararse para la Presidencia, a la que accederá casi con toda seguridad tras las próximas elecciones generales, haciendo lo que mejor sabe: decirle a la gente lo que quiere oír en lugar de formular una política clara. Su postura es tan incierta que mientras muchos aseguran que está dando un gran giro a la izquierda en el CNA, los líderes extranjeros quedan encantados al entrevistarse con él por la ortodoxia de sus planteamientos en lo que a economía se refiere.

Todo podría haber acabado en un simple cambio de líder dentro del CNA, pero la elección de Zuma no ha sido ni mucho menos bienvenida por todo el partido, y la manera humillante de echar a Mbeki, a menos de nueve meses para las elecciones, llevó a varios de sus ministros a dimitir junto a él. Entre ellos se encontraba el responsable de Defensa, Mosiuoa Lekota, que ahora se ha convertido en el principal impulsor de una escisión en el CNA, que será presentada oficialmente el 16 de diciembre. De momento, no se sabe a ciencia cierta qué miembros del CNA podrían pasar al nuevo partido, pero ya cuenta con algunas caras conocidas como Mbhazima Shilowa, ex presidente de la provincia de Gauteng, una de las más ricas del país en las que se encuentran ciudades tan importantes como Johannesburgo y Pretoria, o Charlotte Lobe, ex miembro del Comité Ejecutivo Nacional del CNA.

Aunque es difícil que el nuevo partido sea capaz de acabar con la mayoría absoluta del CNA, sí puede suponer una importante brecha para la formación, y el nerviosismo se aprecia ya en sus líderes. Sin ir más lejos, Jacob Zuma denominó a los opositores como “serpientes venenosas” y aseguró estar muy contento por haberse librado de ellos. Además, los seguidores de Zuma han impedido algunos de los mítines previstos por la nueva formación y, en ocasiones, partidarios de ambas facciones se han visto envueltos en diversos enfrentamientos, hasta el punto de que el presidente Mothlante ha tenido que hacer un llamamiento a la calma para evitar nuevos problemas.

Según han declarado Lekota y Shilowa, su intención es “ganar las elecciones de 2009”, algo bastante improbable, pero que hará que el CNA tenga que esforzarse para persuadir a sus votantes, prácticamente toda la población negra, de que sigan confiando en ellos y no se decanten por el nuevo partido. Como decía un reciente editorial de The Times sudafricano: “Por primera vez en la historia de Sudáfrica, (…) tradición, habito y lealtad ciega están dando paso a una ciudadanía que se pregunta qué ofrece cada partido”.

Además, la nueva formación, que adoptará el nombre de Congreso del Pueblo, ha dejado la puerta abierta a las negociaciones con otros partidos minoritarios, como la Alianza Democrática de Hellen Zille, lo que podría suponer un cambio sustancial en el país y ser el primer paso para poner fin al dominio absoluto que durante la última década ha permitido al CNA gobernar sin miedo a la oposición convirtiéndole en una especie de partido único.

El sistema electoral sudafricano es puramente proporcional, lo que hace que existan muchos partidos, pero todos muy minoritarios, incapaces de hacer frente al todopoderoso CNA. Es por eso que el acercamiento entre la nueva formación y los partidos opositores es tan importante. De hecho, la propia Helen Zille, líder de la Alianza Democrática, aseguró ya hace unas semanas que le gustaría “ver un alineamiento entre partidos unidos no por cuestiones raciales, sino por principios”, y estar dispuesta a trabajar con “cualquiera que se oponga al abuso de poder”. Del mismo modo, Patricia de Lille, dirigente de Independent Democrats hizo un llamamiento a la cooperación entre los partidos de la oposición para dejar a un lado sus diferencias y luchar contra el CNA.

De momento, aunque la mayor parte de los expertos ve con buenos ojos la creación del nuevo partido para revitalizar la democracia sudafricana, también son muchos los que reprochan a Lekota y sus seguidores que todavía no hayan realizado ninguna propuesta consistente y algunos consideran que este movimiento responde sobre todo a intereses personales del ex presidente. En este sentido, Steven Friedman (7), uno de los analistas más respetados del país, ha asegurado en numerosas ocasiones que la escisión será positiva para el país pero que puede crear inestabilidad por el enfrentamiento directo entre los líderes del CNA. A pesar de ello, lo cierto es que Mbeki se ha mantenido prudentemente al margen, asegurando que no va a hacer campaña por ninguno de los dos partidos y que no tiene nada que ver con la nueva formación.

El nuevo partido tendría sentido sobre todo si se convirtiera en una alternativa negra al CNA, capaz de enfrentarse a los problemas que acechan al país, empezando por la brutal desigualdad. Sudáfrica carga todavía con la pesada losa que supuso el Apartheid, un sistema que durante cuatro décadas negó la educación al 90% de la población: negros (80%), mestizos y asiáticos. Hoy en día, tras más de una década de políticas dirigidas a reequilibrar la situación y cuatro años de vigencia del llamado Black Economic Empowerment (BEE), una ley que persigue acabar con estas desigualdades mediante la discriminación positiva a la mayoría no blanca, las aguas no han vuelto todavía a su cauce. De momento, y a pesar de las constantes modificaciones, el BEE sólo ha servido para crear una pequeña elite negra, formada por jóvenes con carrera y bien conectados con el poder político, mientras millones de personas viven todavía en la extrema pobreza, en townships en los que no existen los servicios mínimos y en los que la violencia campa a sus anchas por las calles.

El BEE favorece la contratación de gente de color, mujeres, trabajadores rurales y discapacitados, una política que, siendo totalmente aceptable desde el punto de vista humano tras años de Apartheid, no está ayudando a cambiar los problemas económicos del país, ya que en muchas ocasiones las empresas contratan a nuevos empleados no en función de su méritos sino de su raza, afectando negativamente a la productividad de las mismas.

Lo peor de todo es que, a pesar de sus buenas intenciones, el BEE ha vuelto a poner sobre la mesa la clasificación racial imperante durante el Apartheid, puesto que las compañías deben estar siempre pendientes del color de la piel de sus empleados, accionistas e incluso proveedores. Hace dos años, una polémica sobre contratación volvió a poner en entredicho esta situación. La empresa estatal Eskom, una de las más grandes del país, decidió contratar a un negro en lugar de a un coloured (mestizo) (8) más cualificado, alegando que su situación había sido peor durante el Apartheid. El coloured llevó el caso a los tribunales, pero éstos dieron la razón a la empresa (8). Situaciones como ésta han llevado a que algunos coloureds se sientan, de nuevo, discriminados: si antes no eran lo suficientemente blancos para los parámetros del Apartheid, ahora no son lo suficientemente negros para el CNA.

Con el índice de asesinatos más alto del mundo y una cifra de paro que, según las estadísticas oficiales, se sitúa en el 25%, aunque si se toma una definición más amplia se podría hablar del 40%, la situación se torna desesperante para buena parte de la población. Para terminar de empeorar las cosas, la crisis mundial, sin llegar a afectar a Sudáfrica tan directamente como a los países occidentales, ha supuesto ya una disminución del crecimiento, previsto en torno al 6% y que ahora se ha visto reducido al 3%, lo que supone un grave varapalo para el Gobierno, que pretendía mantener el ritmo del 6% hasta 2014 con el objetivo de llevar a cabo mejoras sociales en todos los aspectos.

A todo ello se suma además la entrada masiva de inmigrantes de países fronterizos como Zimbabwe, tres millones de personas podrían haber llegado desde este país, Lesotho o Mozambique. Estos africanos huyen debido a la mala situación económica y, además de estar dispuestos a trabajar más por menos, cuentan con una educación mucho más cualificada que la que pueda tener cualquier sudafricano negro nacido en tiempos del Apartheid, lo que les facilita el acceso al trabajo, provocando con ello reacciones racistas como las que se produjeron en mayo de 2008 y que dejaron una veintena de muertos.

La transición política de Sudáfrica ha sido calificada como de ‘milagro’, y en buena parte así ha sido, pero las luchas internas y el personalismo dentro del CNA se están convirtiendo en una realidad demasiado evidente para que quede oculta bajo la revolución iniciada por Mandela. Los años no pasan en balde y los sudafricanos, blancos y negros, exigen seriedad y trabajo a sus políticos.

De lo que pase en Sudáfrica depende, además, el resto del continente. Con tan sólo un 6% de la población total del África subsahariana, el país supone económicamente un tercio de todo el Producto Interior Bruto de la zona, tiene una economía diversificada, un tejido financiero digno del primer mundo y se prepara para acoger la primera gran cita mundial de la que un país africano será protagonista: la fase final de la Copa del Mundo de Fútbol de 2010, un evento que toda la nación, desde políticos a comerciantes, pasando por el ciudadano de a pie, espera con entusiasmo y con la esperanza de que constituya el despegue definitivo para Sudáfrica.

Aurora Moreno Alcojor
Periodista

Bibliografía:

(1) JOHNSON, R. W, Historia de Sudáfrica. El primer hombre, la última nación, Ed. Debate, 2007, Madrid.
(2) CARLIN, John: Las alarmas suenan en Sudáfrica. El País, 23 de octubre de 2008
(3) The long journey of a young democracy, The Economist, 1 de marzo de 2007.
(5) CIA World Fact Book
(6) El término coloured se utilizaba durante el Apartheid para gente que no poseía los rasgos suficientes para ser considerado blanco, pero tampoco podía ser denominado como negro.
(7) Steven Friedman es periodista, miembro del Instituto para la Democracia de Sudáfrica, un think tank de gran influencia en el país, y profesor invitado de Ciencia Política en la Universidad de Rhodes.
(8) Some are considered more ‘previously disadvantages’ than others. The Economist, 7 de septiembre de 2006.

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