domingo, 15 de abril de 2007

El desafío de una información rigurosa e imparcial sobre China

Número 2 / Abril-Mayo 2007
Xavier Ortells

A menudo, cuando un taxista pekinés se entera de que lleva a un español y quiere entablar conversación, el primer tema que saca a relucir son los toros: ‘xibanya douniu’, comentará con entusiasmo. Si prosigue la charla, no faltarán comentarios elogiosos sobre Raúl, Beckham o Ronaldinho, y, en las ocasiones más surrealistas, incluso se hablará acerca de la ‘Fiesta del Tomate’, o sea, la Tomatina del pueblo valenciano de Buñol. Para muchos, pasado la primera sorpresa, o cuando esta situación se ha repetido hasta la extenuación, la limitación y el folklorismo de las referencias hispanas de los chinos empiezan a ser aburridas, y para algunos, un poco deprimentes.

Sin menospreciar estos aspectos castizos de nuestra cultura (nos identifiquemos, o no, con ellos), la asociación de España con sus aspectos más coloridos y verbenescos genera natural desazón en muchos sectores.

Sin duda cabe esperar que iniciativas recientes, como el flamante Instituto Cervantes de Pekín, o el año de España en China que ahora empieza, sirvan para ampliar las connotaciones de lo español más allá de lo que los medios de comunicación chinos han difundido. Asimismo, es igual de importante enfatizar que este fenómeno es bidireccional, y también España debe cambiar, matizar, ampliar sus impresiones, y sobretodo, interesarse genuinamente por la cultura y la realidad chinas.


Imaginemos lo que un taxista español diría sobre los chinos. Aún más, repasemos mentalmente las asunciones que se tienen en España sobre China. Tiznada por una mezcla de recelo, desdén y envidia, la impresión general que el español tiene de China es turbia, poco clara. La creciente inmigración china en nuestro país tiene que hacer frente, además de a la distancia cultural y lingüística, a una gran ignorancia mutua que transforma la diferencia en amenaza y que tiñe el exotismo con matices negativos. Quizá más significativo para las relaciones internacionales sea la visión que parte de los profesionales de los negocios y la política tienen sobre China, una visión cargada de tópicos y prejuicios, desconfiada y arrogante.

Como en el caso chino, las noticias que parecen en los medios de comunicación españoles es en parte responsable de la percepción que se tiene de China. Cualquier portal que difunda información y contenidos sobre China tiene el poder de seleccionar lo que se dice y como se dice, y a un nivel más profundo, lo que se sabe y se opina de China. Además de noticias que sólo cabe calificar como sucesos, del tipo ‘Un niño chino de cuatro años mata a 443 pollos a gritos’ (El País, 25/01/2007), nuestra prensa ‘seria’ se regodea en el sensacionalismo: reportajes sobre cirugía estética aberrante, sobre prácticas laborales rayanas a la esclavitud, sobre frenética actividad comercial; cualquier tema es apropiado siempre y cuando se asocie China con la crueldad y otros excesos. No pretendo aquí menoscabar la labor de los corresponsales; bajo sus firmas se encuentran artículos y reflexiones bien fundadas.

Es en la selección que se hace del material enviado por agencias como EFE o Europa Press (que cada día ofrecen material de muy diversa índole) donde se favorece este otro tipo de enfoques simplones y noticias de consumo rápido. Algunos ejemplos: el artículo titulado ‘China consumió en 2006 un 15% de la energía del planeta’ (La Vanguardia, 19/03/2007) no menciona el desfase del consumo chino con el hecho de suponer un cuarto de la población mundial. El titular ‘Un polémico software ayuda a los jueces chinos a dictar sentencia’ (El Mundo, 12/03/2007) sugiere que es práctica habitual, lo que no es exacto. Las informaciones sobre China adolecen de parcialidad y criticismo, como si para compensar el propagandismo de Xinhua, la agencia estatal china encargada de suministrar la versión oficial, fuera necesario ahondar en su reverso.

Más allá de la veracidad de las informaciones, a China ‘se le tienen ganas’: excepto en las secciones de economía, donde datos y cifras demandan y aportan mayor precisión, hay preferencia por las noticias que representan China con visos negativos, por las que destacan sus aspectos más atroces o su avenencia con los tópicos más trasnochados. La consecuencia es que el interesado en establecer contacto con China a menudo carga con una pantalla de prejuicios ideológicos que le impiden entrar en un auténtico análisis político o social, mucho más interesante que la mera crítica que, si bien necesaria, no esclarece la complejidad de la realidad china contemporánea.

Seguramente estos comentarios son extensibles a parte de la actividad de la prensa en general: las noticias pintorescas o ‘de color’ responden a intereses comerciales de las editoras que merecerían mucho más espacio de discusión. No por ello, dado por su impacto y consecuencias en nuestras relaciones internacionales, debería darse por sentada esta tendencia en lo que atañe a China. Y es que se puede percibir una relación directa entre lo que el lector o televidente español recibe, y la impresión que se forma de China.

Desde que Edward Said iniciara su descripción de la ‘ideologización’ del Oriente, el proceso que ‘ha servido para que Europa (u Occidente) se defina en contraposición a su imagen, su idea, su personalidad y su experiencia’ (Orientalismo), mucho se ha escrito y discutido, pero a menudo parece que esta actitud no haya remitido en intensidad ni frecuencia.

Se extrañan, pues, nuevas responsabilidades y una activa preferencia por el análisis riguroso y la honestidad intelectual. Sin lugar a dudas, China es un país con censura y represión ideológica, ingente consumo energético, pirateo, etc. Sin embargo, no es menos cierto que los españoles compramos cada día los resultados de su superproducción en bazares y supermercados, y sus copias ilegales en top mantas y mercados de Beijing. Las deslocalizaciones que están afectando al trabajador español han supuesto nuevas oportunidades para sectores empresariales estancados.

El consumo energético chino es preocupante porque su ambición declarada es alcanzar la aún lejana meta de los niveles de los países desarrollados. Se acusa a China de no impulsar políticas medioambientales que tampoco se llevan a cabo en Occidente. Existe en China, si bien en la precariedad, la crítica interna que no simpatiza con el desarrollismo impulsado por el gobierno.

Existe una enérgica vida cultural y artística. Una navegación superficial por la blogosfera china revela una ávida capacidad de aprendizaje y asimilación, así como una imagen más poliédrica, más rica e informativa. China es, sobretodo, un país en proceso de desarrollo y cambio.

El ciudadano español hace frente a China con un buen número de ideas preconcebidas, generalidades en gran medida erróneas. El contacto diplomático, comercial, cultural, será por fuerza deficiente si los profesionales que lidian con China la encaran con ingenuas nociones como las del maquiavelismo chino, la falta de fiabilidad, la compleja y absurda ritualidad, su fría ambición, etc, una actitud que presupone intereses ocultos y practicas fraudulentas, cuando cualquier contacto satisfactorio requiere de información, confianza y claridad.

Si España quiere jugar un rol importante en la apertura de China a los mercados internacionales, al intercambio económico y cultural, a las alianzas políticas estratégicas, debe empezar por conocer el país, su cultura, sus gentes. Los profesionales de la información, así como todos aquellos que de una manera u otra conocemos China, su coyuntura, sus peculiaridades, su presente inmediato y su pasado, debemos hacer un esfuerzo de transparencia y análisis.

Una iniciativa como Global Affairs, las noticias de corresponsales como Rafael Poch o José Reinoso, el trabajo de investigadores como Pablo Bustelo o Xulio Ríos, sin olvidar las aportaciones de los numerosos blogers residentes en China, contribuyen a ofrecer una visión más reflexiva, profunda y, en último término, provechosa, de China.

Xavier Ortells
Licenciado en Filología Inglesa por la Universidad de Barcelona

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