domingo, 14 de octubre de 2007

Ecuador y Colombia: sendas distintas

Número 5/ Octubre -Noviembre 2007
Gustavo Ayala

Uno de los mayores retos del Ecuador es cambiar su inserción en el sistema internacional pues éste delimita los marcos de sus políticas internas. Ecuador es un país primario exportador muy vulnerable a la volatilidad internacional. Tiene un mercado interno pequeño y deprimido, una apertura comercial excesiva. Su perfil social está marcado por grandes fracturas: altos niveles de pobreza y desigualdad. Todos estos factores estructurales fueron reforzados con el neoliberalismo.

A ello se añade que estamos ante una drástica reducción de los espacios de acción internacional, que es acentuado por la estrategia geopolítica de los Estados Unidos que busca consolidar su dominio sobre América Latina como un mecanismo para mejorar su capacidad de competencia frente a los otros bloques de poder, para superar su declive económico y consolidar su supremacía militar. Dentro de ello hay que entender sus proyectos regionales: el Plan Puebla Panamá y la Iniciativa Regional Andina-Plan Colombia, así como sus propuestas bilaterales de los Tratados de Libre Comercio.

Pero, al mismo tiempo, hoy está abierta una posibilidad real, sobre todo en Sudamérica, para que un proceso de integración permita una reinserción que otorgue al Ecuador y al subcontinente un mayor margen de acción internacional.

A diferencia de otras experiencias, especialmente la europea, un proceso de integración en América Latina no puede venir de las fuerzas políticas conservadoras, sus intereses hacen que sean una caja de resonancia de Washington. Lastimosamente no todos los gobiernos progresistas de la región, más allá de la retórica latinoamericanista, han construido una política internacional coherente con el objetivo de la integración regional. Y esto es indispensable para cualquier transición postneoliberal e incluso, aún más, para dar viabilidad a países pequeños como el Ecuador.

Por su parte, los procesos de integración subregionales se encuentran en un momento de crisis y redefinición.

La Comunidad Andina vive su peor momento y, al parecer, está herida de muerte. Al escaso avance de la integración y los encontronazos comerciales por incumplimientos de acuerdos se suman ahora las negociaciones de dos de sus socios para concretar los TLC con Estados Unidos.

Dentro de la CAN existen, por lo menos, dos dinámicas en su seno. Por una parte, Colombia, gracias a su alineamiento con Estados Unidos, prioriza su proyección hacia el Caribe, desmarcándose de Sudamérica, aún con los costos que le implica romper con el eje comercial por donde circula más de dos tercios de los números económicos andinos: el colombo–venezolano. Igualmente, Perú, quien nunca apostó realmente por la CAN, prefirió avanzar en el camino marcado por EE.UU.

Como contraparte tenemos a Venezuela, que con su “integración plena” al Mercosur, da el tiro de gracia a la CAN. Bolivia quien, por razones geográficas, siempre mantuvo unas intensas relaciones con el Cono Sur, ahora con el gobierno de Evo incrementará su interrelación política y económica con ese proceso de integración.

Es que indiscutiblemente el punto de referencia para un proyecto autónomo en Sudamérica es el Mercosur. Aunque presenta importantes problemas internos -todavía un diseño impregnado de neoliberalismo y moldeado en gran parte por los intereses nacionales brasileños- tiene varios puntos a su favor: contiene a las dos economías más importantes de Sudamérica (Brasil, Argentina) y una de ellas con un importante parque industrial competitivo; el volumen y los valores de comercio intraregionales son significativos para todos los socios; su relación comercial extraMercosur es diversificada; y, ahora, la voluntad política de sus gobiernos se encuentra mediada por una dinámica progresista coincidente.

Por este escenario geopolítico de Sudamérica, la situación del Ecuador es más compleja. La geografía le juega una mala pasada en este momento histórico. Está alejado espacialmente del eje de integración latinoamericano, no comparte frontera ni mantiene relaciones económicas importantes. Está encerrado justamente por los dos países –Colombia y Perú- que siguen con más fuerza los lineamientos de Estados Unidos. Este cerco conservador implica que aún con la renuncia del Ecuador a firmar el TLC con Estados Unidos sufrirá las consecuencias de los tratados de sus vecinos.

Por ello, existe preocupación sobre qué salida geopolítica se está construyendo desde el gobierno ecuatoriano. El Presidente Rafael Correa recoge el discurso latinoamericanista, tradicional en las izquierdas ecuatorianas, con especial énfasis en la integración, igualmente mantiene distancias con la política de Bush y sus aliados latinoamericanos. Sin embargo, más allá del discurso, existen muchas indefiniciones, contradicciones dentro de los integrantes de su gobierno y escasos avances concretos. Todavía no se avizoran respuestas a preguntas decisivas: ¿Cómo Ecuador se puede vincular al proceso de integración sudamericano? ¿Y qué perfil debe tener éste para que nos beneficie? ¿Cómo se puede sortear el cerco conservador, el Plan Colombia, la dolarización y el peso comercial que mantiene Estados Unidos?

Para el Ecuador actual, regido por un gobierno progresista, un factor decisivo para visualizar su definición en política internacional es establecer qué tipo de relación desarrolla con Colombia. No solo porque entre los dos países ha existido una histórica relación, incluyendo el haber sido parte de un mismo país entonces regido por el Libertador Simón Bolívar, sino porque existen factores geográficos, culturales, económicos que han hecho de la frontera colombo-ecuatoriana la más dinámica para el Ecuador.

Las acostumbradas intensas y fraternas relaciones se han ido convirtiendo progresivamente en tensas y conflictivas. Primero porque la frontera colombo-ecuatoriana es uno de los espacios donde el conflicto interno colombiano tiende a desbordarse. Segundo, con la llegada al gobierno de Álvaro Uribe y su apuesta militaristas como solución al conflicto, Ecuador ha sufrido permanentemente las consecuencias de esa línea política: empezando por incursiones del ejército colombiano a su territorio; la táctica de fumigación a los cultivos de coca en la frontera y sus consecuencias para la población, flora y fauna; el flujo de refugiados; la presencia real e importante de las FARC en la zona; etc.

Sin embargo, el real problema de Ecuador con Colombia no son sólo diferentes criterios sobre cómo gestionar una frontera común y fallas del tratamiento diplomático. Esos son sólo síntomas de un problema mayor. La realidad es que existe un profundo problema geopolítico que involucra aspectos económicos, políticos y sociales sólo comprensibles en el contexto, muy particular, por el que atraviesa América Latina.

Las relaciones de Colombia y Ecuador: un símbolo de la bifurcación geopolítica

El Presidente de Colombia, Álvaro Uribe, se ha quedado en una posición incómoda en el escenario geopolítico latinoamericano, donde se evidencia cierto declive de la influencia estadounidense.

El gobierno colombiano se ha convertido en el instrumento geopolítico más sólido de la estrategia estadounidense, no sólo que es una administración conservadora que legitima el proyecto neoliberal sino que ha sido una punta de lanza para dinamitar las siempre frágiles bases de los proyectos de integración regionales.

Álvaro Uribe ha intentado permanentemente regionalizar el conflicto colombiano para consolidar su apuesta militarista. En el combate a las fuerzas insurgentes ha diseñado estrategias militares que buscan empujar el conflicto armado a las zonas fronterizas, mientras al mismo tiempo descuida la vigilancia y protección castrense de su frontera. Sin embargo, el gobierno colombiano no ha tenido problemas en realizar operativos de inteligencia en territorios de los países vecinos, tal como lo hizo con los secuestros de Simón Trinidad en Quito y de Rodrigo Granda en Caracas, ambos importantes dirigentes de las FARC.

Esa estrategia del yunque y el martillo, ha llevado a que los países vecinos de Colombia, especialmente Venezuela y Ecuador, no sólo generen importantes movilizaciones de tropas en sus fronteras comunes, sino que también están obligados a procesar un flujo permanente y significativo de refugiados del conflicto colombiano. En Ecuador, según cifras del ACNUR, se calcula que existen 500 mil colombianos, de los cuáles alrededor de 250 mil vinieron como consecuencia del conflicto y cerca de 15 mil tienen el status legal de refugiados, números importantes dada la magnitud demográfica del país y su precaria condición económica.

Adicionalmente, bajo el paraguas de la estrategia mundial de combate al terrorismo, del gobierno de Bush, Uribe ha promovido -sin éxito alguno, vale decir- que los países latinoamericanos califiquen a las guerrillas colombianas (FARC y ELN) como terroristas.

De su parte, Estados Unidos diseñó el llamado Plan Colombia como una estrategia continental para apoyar al gobierno colombiano en su lucha con las fuerzas contrainsurgentes. En ésta apuesta han jugado un papel trascendental las bases de tropas norteamericanas en los países de la región. No sólo que mantiene un monitoreo permanente a las acciones de las guerrillas y refuerza la estrategia de la Administración Bush en su lucha contra el narcotráfico, sino que consolidan el control estadounidense de los flujos de inmigración latinoamericana más allá de sus fronteras. En el caso de Ecuador se ha conocido de 8 barcos hundidos o destrozados y 45 abordajes ilegales a embarcaciones ecuatorianas que llevaban emigrantes o pescadores, deteniendo a 7.953 ciudadanos ecuatorianos, todo esto debido a las acciones de las tropas estadounidenses en aguas territoriales ecuatorianas.

No vamos a tratar en este escrito la apuesta militarista de Uribe como solución (fracasada) del histórico conflicto colombiano, ni de las relaciones del uribismo con el paramilitarismo, cosas advertidas ya por la izquierda democrática de Colombia, especialmente alrededor de las críticas del rumbo político y las denuncias de imbricación del gobierno con la red de paramilitares, hechas por el Polo Democrático Independiente.

Para el caso que nos compete, lo que nos interesa señalar es que el gobierno colombiano ha asumido convertirse en el delegado latinoamericano de la estrategia estadounidense y por ello los conflictos con los otros países, especialmente con aquellos vecinos gobernados por fuerzas progresistas.

En ese sentido, distinguimos cuatro factores del conflicto entre los dos países. El primero tiene que ver con la soberanía y los efectos del conflicto colombiano. Segundo, las diferentes apuestas comercial y de integración. Tercero, los estilos de liderazgo de Rafael Correa y Álvaro Uribe. Y, por último, la correlación de fuerzas y la sintonía política.

1. Las visiones de soberanía y de los efectos del conflicto colombiano:

Como se ha dicho, la apuesta del gobierno colombiano es la derrota militar de las guerrillas, al tiempo que busca involucrar a vecinos extendiendo el conflicto a otros países. La estrategia militar colombiana requiere de fuertes apoyos externos, por el momento cuenta con la participación estadounidense, pero con el recelo de la comunidad latinoamericana, que ve en ella un problema para sus países y su soberanía.

Ecuador no solamente ha denunciado una serie de actos militares colombianos que han violado su frontera, sino que también exige una visión integral de las consecuencias del conflicto colombiano para su vecino del sur. Y esto pasa por exigir a Colombia que implemente una real presencia estatal-militar en la zona limítrofe para evitar que los actores armados –y su lógica de violencia ya autónoma- ingresen a Ecuador; así como de corresponsabilidad bilateral en los problemas materiales que suponen flujos permanentes y significativos de refugiados colombianos en territorio ecuatoriano.

Mención aparte merece el caso de la base estadounidense en la ciudad de Manta, en la costa noroccidental del Ecuador. En noviembre de 1999 el entonces gobierno demócratacristiano de Jamil Mahuad entregó, por un período de 10 años, la base al gobierno de Estados Unidos con el único propósito de combatir el narcotráfico. Aunque la realidad era que el gobierno ecuatoriano cedió a las presiones de Estados Unidos que requería contar con un puesto de operaciones avanzadas dada la salida de su Comando Sur de Panamá y su necesidad de contar con espacios militares cercanos al conflicto colombiano.

El ingreso de tropas extranjeras no fue bien visto por la sociedad ecuatoriana, además se observó el riesgo que supone, para nuestra seguridad y paz interna, la intervención norteamericana en el conflicto colombiano a través de la base de Manta. Sin contar con que de esa base, tropas estadounidenses hundieron, en territorio ecuatoriano, embarcaciones de inmigrantes para impedir su salida del país. Es decir, obviamente la base de Manta no ha sido utilizada para los fines del acuerdo y tiene un papel geopolítico importante para la estrategia estadounidense en la región.

Adicionalmente, existen diferencias de criterio entre Ecuador y Colombia sobre la política de fumigaciones, implementada por el gobierno de Uribe, para combatir la siembra de coca en territorio colombiano de la zona fronteriza. Más allá que el gobierno de Uribe ha adoptado la política de combate al narcotráfico implementada por Estados Unidos, la queja de Ecuador es que las fumigaciones aéreas de glisofato causan daños a los habitantes y a la biodiversidad de la zona. Varias investigaciones científicas han demostrado que la esterilización de suelos, contaminación de aguas y enfermedades de flora y fauna, así como las enfermedades (gastro-intestinales, del sistema nervioso, dermatológicas, respiratorias e incluso cáncer) de miles de habitantes de la zona son relacionadas con las fumigaciones en la frontera, en especial por la variante del glisofato usado: el raundup, que contiene los surfactantes POEA y cosmo, que dan como resultado una acción biológica cuadruplicada gracias a su concentración 26 veces mayor que la usual.

Entonces, como se observa, la pugna entre Ecuador y Colombia se da por la intención ecuatoriana de reafirmar el control de su territorio y desarrollar una polítíca internacional autónoma ante la estrategia estadounidense desplegada en la región. Pero el reafirmar la soberanía ecuatoriana choca también con los intereses del gobierno de Uribe de involucrar a los vecinos en el conflicto colombiano y de conseguir apoyos internacionales para su apuesta militarista.

2. Los modelos de integración:

Un segundo aspecto de conflicto geopolítico es resultado de las consecuencias de las apuestas internacionales que implican los modelos de desarrollo esgrimidos por los gobiernos de Ecuador y Colombia.

El nuevo gobierno ecuatoriano ha planteado su intención de intensificar su adhesión a los procesos de integración en marcha en América Latina. El presidente Rafael Correa busca consolidar la Comunidad Andina, acercarse al Mercosur y empujar la Unasur como los principales espacios económico-políticos para el Ecuador, no sólo porque los países vecinos constituyen los principales socios comerciales (detrás de Estados Unidos), sino porque considera que Sudamérica constituye un espacio de resolución mayor para algunos de los problemas de la economía ecuatoriana, especialmente en lo que tiene que ver con la ampliación del mercado interno, la posibilidad de generar procesos de industrialización complementarios y, el reto más inmediato, la necesidad de pensar en escenarios posteriores a la dolarización. Es decir, se parte del hecho de considerar que la dolarización no es viable a mediano plazo, que está siendo sustentada por los altos precios del petróleo y los flujos de las remesas, sin embargo, la salida de la dolarización y la recuperación de una política monetaria soberana, en un escenario sin crisis, requeriría de lógicas macroeconómicas regionales.

Esta apuesta geopolítica significó un rechazo a la posibilidad de negociar un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, de hecho uno de los planteamientos más fuertes en la campaña electoral del ahora Presidente Correa fue un rotundo no al TLC por los costos que implicaban para Ecuador, especialmente para la agricultura.

Por su parte, el gobierno conservador de Colombia tiene otro interés geopolítico. Dada la apuesta militarista, como solución al conflicto armado, y la visión ideológica neoclásica de Uribe, el interés colombiano es de convertirse en el mayor aliado sudamericano de Estados Unidos. Por ello Colombia ha sido uno de los principales promotores del Alca, en su momento, y hoy está interesado en la firma del TLC, sin embargo dada la nueva correlación política en el legislativo estadounidense –con mayoría demócrata- esto se encuentra todavía en procesamiento.

En todo caso, la firma de un tratado comercial de Colombia con Estados Unidos agudiza los problemas de los incipientes procesos de integración subregionales, especialmente la CAN, ya que los vacía de contenido al centrar la atención a sus relaciones con terceros, externos a las normas comunitarias, y reduce los márgenes de acción de los gobiernos haciéndolos más vulnerables a presiones externas atándolos a una economía mucho más grande que ellos, la norteamericana, y con un largo historial de sabotaje a cualquier intento de integración autónomo.

Las relaciones de Colombia con el resto de países de América Latina pasa, justamente, por la apuesta geopolítica de dos intencionalidades distintas: una integración sudamericana como contrapeso a los grandes poderes del sistema mundial, especialmente a Estados Unidos como hegemón mundial y por su especial historia de predominio en la región; o por la apuesta de Estados Unidos de generar una mayor influencia y mecanismos de “integración” asimétricos que enfatizan el aspecto comercial, refuerzan la política de seguridad norteamericana y blindan el modelo neoliberal de posibles alteraciones políticas.

3. Los estilos de gobierno:

América Latina, por condiciones estructurales y otras, ha tenido una larga tradición de dirigentes políticos con estilos de liderazgo que despliegan un accionar político personalista, que tienden a la concentración de poder, socavan la siempre débil institucionalidad y, muchos de ellos, polarizan los escenarios sociales con politizaciones dualistas y confrontacionales.

Álvaro Uribe es un caso emblemático de este tipo de liderazgos mesiánicos-autoritarios. Su accionar político ha estado centrado en su individualidad carismática, ha concentrado gran poder y no ha tenido reparos en minar la institucionalidad colombiana, una de las más fuertes de la región, si esta no coincide con sus planteamientos. Igualmente, en medio del conflicto colombiano Uribe es la apuesta de una salida con mano dura. Su base social lo percibe como un personaje con carácter, que tiene capacidad de ejercer la autoridad y que tiene en claro qué es lo que quiere. Pero si esto no le ha significado problemas en Colombia –dado el apoyo de todas las élites, grupos económicos y una sólida mayoría electoral (de alrededor del 60%)-, sí le ha ocasionado problemas con sus contrapartes latinoamericanas.

Uribe había desplegado una diplomacia de los hechos consumados y poco respetuosa de las dinámicas de sus vecinos. Para el caso ecuatoriano, Uribe sacó provecho de tres factores para influenciar en las decisiones de política internacional del Estado ecuatoriano: 1) del peso colombiano en las relaciones económicas bilaterales; 2) del estado de permanente crisis política de Ecuador; y, 3) de la influencia estadounidense. Estos factores hacían muy difícil que los presidentes ecuatorianos, más preocupados en su sobrevivencia gubernamental (3 desde el inicio del período de Uribe), tengan una respuesta político-diplomático adecuada para hacer contrapeso al deseo del gobierno colombiano.

Sin embargo, el accionar de Uribe fue muy mal visto por la sociedad ecuatoriana. Finalmente, serían las elecciones presidenciales ecuatorianas, del 2006, que cambiarían la situación. Triunfa Rafael Correa, de la coalición Partido Socialista-Alianza País, y se inicia una nueva etapa bilateral. Para comprender ello hay que observar el estilo político del presidente Correa y el cambio en la correlación de fuerzas dentro de la sociedad ecuatoriana.

Rafael Correa entró en forma repentina en la política ecuatoriana. Era un joven académico progresista vinculado a la universidad más reaccionaria de la élite quiteña. Sin embargo, empezó a rebasar los pequeños círculos académicos debatiendo con los economistas neoliberales en medios de comunicación. Pronto, más por casualidad, su relación personal con el entonces Vicepresidente Alfredo Palacio le llevaría como nuevo Ministro de Economía, una vez que Lucio Gutiérrez es destituido y Palacio asume la presidencia intentando mantener distancias con todo lo que huela a guitierrismo.

Desde entonces, Correa irrumpe en la política real con un perfil de confluencia de elementos de las identidades regionales ecuatorianas (costa y sierra) que le llevarían a ganarse la simpatía de la población y ser visto como un buen candidato. Su perfil académico pero carismático, su estilo fresco y poco protocolario, su visión progresista, serían bien vistos por una población deseosa de cambios y con fuerte rechazo a todo lo que sea política tradicional.

Su triunfo electoral se logra gracias a canalizar el desprestigio de “la política” con un proyecto de crítica al neoliberalismo y con perfiles progresistas, en sintonía con la ola de victorias electorales que sacudiría América del Sur desde el nuevo siglo. Esta victoria posiciona a las fuerzas progresistas ecuatorianas en una nueva situación, pues su fuerte resistencia al proyecto neoliberal obtiene, por primera vez, un claro triunfo electoral y los ubica en una mejor situación ante el bloqueo político que vivía Ecuador los últimos años.

Ya como presidente Correa mantiene un estilo de liderazgo político, paradójicamente, similar al de Uribe aunque con un norte ideológico contrario. Dada la fuerte crisis del sistema político ecuatoriano, el desgaste de los actores políticos tradicionales, la resistencia del bloque hegemónico a cualquier cambio mínimo, el estilo de Rafael Correa también tiene una fuerte dosis de personalismo, disputa con la institucionalidad y polarización política. Además, su fuerte liderazgo, basado en la idea del cambio, despliega una política con muchos actos simbólicos y con un estilo confrontacional.

Así, sus primeras acciones fueron actos que buscaban sembrar la idea de cambio: fuerte presencia de la mujer en el gabinete ministerial, presencia de mujeres civiles en las fuerzas armadas, revalorización de lo indígena, cambio en las ceremonias protocolarias, rescate de lo nacional, etc.

Obviamente, el plano internacional no podía ser diferente. Aunque la política internacional del nuevo gobierno, más allá del discurso, contiene muchas indefiniciones y vacíos, el mensaje de cambio y nacionalismo tuvo una fuerte crítica a la política estadounidense y el envío de señales sobre el deseo de privilegiar lo latinoamericano.

Claro está, el tema de las relaciones de Ecuador-Colombia no podía escapar de este intento de redefinición. A la diplomacia de hechos consumados de Uribe (además hay que recordar las críticas públicas de Uribe contra la candidatura de Correa en plena campaña electoral), Correa antepondría mensajes duros y altisonantes para después acabar siempre con negociaciones bilaterales y mensajes conjuntos de hermandad.

Los temas comercial, de integración, el conflicto colombiano, la gestión de fronteras comunes, la relación con Estados Unidos, todo, está enmarcado por la relación bilateral entre dos gobiernos que representan a dos bloques sociales diferentes dirigiendo sus respectivos gobiernos, dos visiones del mundo diferente, sujetas a un estilo de liderazgo similar con amplio respaldo electoral en sus sociedades, por lo menos por el momento.

El nuevo gobierno de Rafael Correa significó entonces que Álvaro Uribe perdería su capacidad de aprovecharse de la crisis política ecuatoriana y de la carencia de liderazgos fuertes en su vecino, igualmente la cercanía colombiana con Estados Unidos ya no sería un plus diplomático, pues las relaciones Ecuador-Estados Unidos está en redefinición. Finalmente, el tema del peso económico colombiano en las relaciones bilaterales también tomó otro rumbo. Para Ecuador la balanza comercial con Colombia ha sido deficitaria desde hace varios años, aún más agravado tras la dolarización, entonces una exigencia de Correa ha sido el de generar un comercio más equitativo para las dos partes en función de los acuerdos de la CAN. Algo que definitivamente se verá afectado dada la resolución del gobierno colombiano de firmar un TLC con Estados Unidos.

4. El futuro del neoliberalismo en América del Sur:

Por último, existe un factor político en las relaciones colombo-ecuatorianas. Y es la disputa por el desenlace de la crisis neoliberal. De tal suerte, Uribe simboliza la continuidad conservadora y Correa expresa el inicio para una transición progresista de salida del neoliberalismo. Lo que significa que las relaciones bilaterales están marcadas también por las dinámicas políticas internas y de signo contrario.

Nuevamente se repite el escenario de a inicios del siglo XX, cuando Colombia era gobernada por fuerzas conservadoras en tanto que en Ecuador había triunfado la Revolución Liberal. Entonces, las relaciones bilaterales se vieron afectadas por los caminos políticos distintos que siguieron los dos países vecinos. Mientras el gobierno colombiano alimentaba la oposición conservadora y religiosa en Ecuador, el gobierno revolucionario de Eloy Alfaro apoyaba la resistencia liberal y laica en Colombia. Dándose incluso casos de disputas militares en la frontera. Pues, los dos gobiernos sabían muy bien que su futuro político interno pasaba también por el triunfo o la derrota de sus compañeros de bando político al otro lado de la frontera.

Es decir, la relación bilateral pasa también por la correlación de fuerzas política en cada país y en América Latina en general. Desde inicios del siglo XXI en América Latina se ha empezado a observar una especie de viraje del péndulo político. A la fuerza arrolladora del neoliberalismo en los 80 y, sobre todo, 90’s, ha seguido un avance de las fuerzas progresistas.

Las fuerzas populares comenzaron a rebasar las dinámicas de oposición y pronto empezaban a disputar futuro, a asediar gobiernos y constituirse como alternativas. Un viento de cambio empezó a recorrer el continente. Al triunfo bolivariano de Hugo Chávez en Venezuela (1998) seguiría el de Lula en Brasil (2002), de Kirchner en Argentina (2003), Tabaré Vásquez en Uruguay (2004), Evo Morales en Bolivia (2005), Michel Bachellet en Chile (2005), Daniel Ortega en Nicaragua (2006), Rafael Correa en Ecuador (2006). (1)

Sin embargo, en el 2006, año de confluencia de procesos electorales, también se registraron triunfos de las fuerzas conservadoras, siendo los más significativos, los casos de Colombia, Perú, México. Que buscan presentarse como las alternativas de derechas a este inédito triunfo secuencial de las izquierdas.

Dado el caso de la inexistencia de una sintonía política entre los gobiernos colombiano y ecuatoriano, es importante observar cómo los dos presidentes aprenden a convivir en un escenario político inédito en América Latina, marcado por el agotamiento del modelo neoliberal y la emergencia institucional de las fuerzas progresistas.

Pero más allá de la convivencia respetuosa entre los dos gobiernos, las relaciones de Colombia y Ecuador pasan por qué proyecto político triunfa en América Latina. Pues, como hemos insistido a lo largo del texto, los problemas entre los dos países no son consecuencia de una sencilla disputa diplomática, sino que evidencian el real conflicto entre dos estrategias geopolíticas: la estadounidense, con sus aliados, y las diseñadas –aunque todavía difusas y con claros matices internos- por lo que podríamos llamar el campo progresista latinoamericano.

Gustavo Ayala
Presidente Nacional del Partido Socialista – Frente Amplio, Ecuador; Licenciado en Comunicación Social, UCE; Magíster en Comunicación (e) en UASB-Ecuador; Master en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense, Doctorando en Teoría Democrática por la Universidad Autónoma de Madrid

Notas:
(1) Hay algunos debates en la región: sobre los tipos de gobiernos; si se inicia o no una etapa de transición para salir del neoliberalismo; los proyectos posteriores o en disputa. Por ello algunos autores eliminan de este listado a algunos o incluso aumentan a otros (Kichner en Argentina, Torrijos en Panamá, entre otros)

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