Número 18/diciembre-enero 2010
Juan Luis Dorado Merchán
¿Hasta dónde llegarán las tensiones entre Colombia y Venezuela? ¿Habrá escalada de violencia o incluso un enfrentamiento abierto en la región por unas tensiones forzadas por los mandatarios internacionales? ¿Tienen toda la culpa el nuevo acuerdo entre Bogotá y Washington sobre las bases para la reacción de Chávez?
Son muchas preguntas las que puede acarrear al ahora de analizar el último conflicto colombo-venezolano. La última tensión. Una más entre dos Estados hermanos que parecen condenados a no entenderse jamás, al menos mientras ambos mandatarios estén en el poder. Y a uno de ellos, parece ser que le quedan muchos años.
La instalación de siete bases norteamericanas en terreno colombiano, a parte de ser un acuerdo militar más que cuestionable por los intereses que acarrearía o no a Colombia, son el nuevo caballo de batalla de Hugo Chávez y sus bolivarianos. Una nueva excusa para apelar a la doctrina del miedo al enemigo, y así azuzar a sus bases y aliados. Una nueva forma de fortalecer la Revolución Bolivariana.
Esta estrategia, aprendida de su líder espiritual e ideológico, Hugo Chávez, lleva siendo el eje de su política exterior desde que decidió emprender los cambios que él quiere para Venezuela y para toda América Latina.
Sobre todo desde el golpe de Estado que sufrió Chávez en 2002, apelar al enemigo opositor se ha convertido en su principal discurso para saltar a la arena internacional. Entre esos "rivales" han estado desde el Rey de España hasta José María Aznar, pasando por Álvaro Uribe o el cantante español Alejandro Sanz, entre muchos otros.
Pero sin duda, la figura clave de toda su estrategia propagandística, le abandono hace más de 11 meses. Hablamos, como no, de George W. Bush.
Bush se había convertido en la gallina de los huevos de oro para Hugo Chávez. El mandatario venezolano impulsó su demonización en América Latina, sobre todo al enterarse que pudo haber estado detrás de la orquestación del golpe de Estado que quiso quitarle del poder en 2002.
Y la verdad es que el anterior presidente norteamericano se lo ponía fácil con sus gestiones de política exterior. Todo el mundo tiene en la mente aquel instante en que Chávez, ante la Asamblea General de la ONU soltó el ya famoso: "¡Aquí huele a azufre!". El "diablo" Bush había intervenido ante el mismo foro el día anterior, y Chávez no quiso dejar pasar esa oportunidad.
Pero Bush acabó su segundo mandato. Y llegó Obama. Llegó el cambio. De un día para otro, el mundo entero pasó de detestar al Presidente de los Estados Unidos, a prácticamente a adorarlo.
Y eso no convenía a Hugo Chávez. Su Revolución Bolivariana necesitaba seguir alimentándose de las tensiones con Estados Unidos. Tenía que seguir teniendo en alerta a su pueblo de la presencia del enemigo agresor que en cualquier momento podría atacar los intereses venezolanos en cualquier parte del mundo.
Chávez no se lo ha puesto fácil a Obama desde el primer momento, aunque como todos, ha estado expectante. Pero el miedo a perder el peso del ‘Imperio' como enemigo público número uno ha podido finalmente a Hugo Chávez. Necesitaban que Washington volviera a ser el agresor permanente.
Honduras y las derrotas
Y es que 2009 no ha sido un año fácil para Hugo Chávez y su estrategia bolivariana para toda América Latina. Primero, el cambio de Presidente en Estados Unidos, el cambio de actitud de Washington hasta la región, y la buena recepción que ha tenido en gran parte de los presidentes latinoamericanos Barack Obama (especialmente Lula), ha sido un freno en sus ideas.
Después llegó el golpe de Estado en Honduras. Manuel Zelaya, de forma sorprendente, había acabado por aceptar las ideas de Chávez. Honduras pasaría a sumarse a Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Cuba y la propia Venezuela, en el ‘eje bolivariano' que Chávez pretende para Latinoamérica.
Y es que no en todos los países iba a ser tan fácil. Buena parte de la sociedad hondureña, además del grueso del Ejército, no toleraron que Chávez comenzase a tejer sus ideales mano a mano con Zelaya. Y llegó el golpe. Una forma totalmente antidemocrática e ilegal de decir no a la Revolución Bolivariana.
Chávez comenzó como siempre. Montó en cólera, puso en guardia a su Ejército, llevó amenazas a diestro y siniestro, llamó a la unión de la izquierda latinoamericana,... pero nadie picó.
Se dio cuenta pronto de que su peso internacional era el que era. Simplemente el Presidente de Venezuela. Nadie acudió al rescate de Honduras y de Zelaya. Las bravuconadas de Chávez quedaron en nada y finalmente, han sido los propios hondureños los que han llegado a ciertos (aunque pocos) acuerdos.
No podemos saber que depararán las próximas elecciones a la presidencia de Honduras. Zelaya no concurrirá. Y parece claro que sus devaneos con Hugo Chávez y el bolivarismo han sido su tumba. Es difícil explicar a la sociedad de un país que has decidido cambiar la Constitución y aplicar las reglas de la Revolución Bolivariana.
Pero al fin y al cabo, lo que Zelaya pretendía era lo mismo que Chávez, Morales, Correa y compañía: cambiar el texto constitucional a su antojo, perpetuarse en el poder el tiempo que fuera necesario para hacer los cambios imprescindibles, y sobre todo, tener un lugar preferencial para la llegada del petróleo venezolano a Honduras. Blanco y en botella.
Las bases y la estrategia venezolana
Pero Chávez necesitaba recargar sus armas y arengar a sus filas. Tenía que renovar la propaganda. Y llegó lo que más esperaba: una doble amenaza.
Al conocerse la firma del acuerdo entre Estados Unidos y Colombia para la instalación de siete bases militares en el territorio colombiano fue el acicate que Chávez necesitaba.
Pronto acudió a los medios para llamar la atención (al mundo entero y a los venezolanos) del peligro que supondría que su vecino, permanente ‘agresor' de la soberanía fronteriza venezolana; y Estados Unidos, el ‘Imperio', el ‘Gran Satán', conspiraban contra su país con la instalación de las bases.
La estrategia de Hugo Chávez estaba clara: llevar esta tensión (quizás innecesaria por ambas partes) a toda América Latina. Sus primeras declaraciones llevaron esta dirección.
Para el presidente venezolano, la instalación de estas bases militares en terreno colombiano suponía una grave agresión para los intereses de América del Sur, e hizo un rápido llamamiento a la Unión Europea sobre las consecuencias que podría acarrear ese acuerdo que Caracas denominó ‘amenaza'.
Y luego le tocó el turno a Uribe. Poco le ha tocado a Obama. Es evidente que si hubiera sido Bush, todos los ataques habrían sido hacia su persona, y algo habría caído para el mandatario colombiano. Pero como el presidente de Estados Unidos ahora está de moda, ni se le ha ocurrido lanzarle ataques directos.
Por lo tanto, Chávez dejó bien claro que Álvaro Uribe y su Gobierno faltaban el respeto al derecho internacional apelando a "actitudes de guerra". Recordó acciones anteriores como el bombardeo de territorio ecuatoriano en 2008 mientras perseguían a miembros de las FARC.
Pero Chávez no se permitió ni un momento de diplomacia. No instó a negociar, no pensó en pedir la retirada por la vía diplomática pidiendo una cumbre de Unasur. Simplemente se refirió a la amenaza para la paz, la seguridad y la estabilidad de toda la región y rápido pasó al ataque verbal y diplomático.
En el comunicado oficial del Gobierno venezolano, la República Bolivariana de Venezuela se autocalificó como "incansable promotor y defensor de la paz regional e internacional". Propaganda. Chávez necesitaba ese conflicto. Necesitaba tensión para trasladarla a sus ciudadanos. Quería volver a tener una excusa para apelar al enemigo externo. Y Colombia y Uribe le sirvieron todo eso y más en bandeja.
En directo, desde su show televisivo, Chávez comenzó a arengar a las masas, a lanzar sus peroratas y lanzar mensajes al Ejército. Volvió a ordenar a varios batallones disponerse en la frontera con Colombia (en pleno programa) y recordó al resto de mandatarios venezolanos la importancia de luchar contra este acuerdo. Obtuvo la callada por respuesta.
Y es que la mayoría de los presidentes latinoamericanos, especialmente Lula da Silva y Cristina Fernández, han optado por una nueva relación con Estados Unidos que favorezca a todos. Y parece claro que también es la intención de Obama.
Quizás algunos puedan pensar que Chávez es rencoroso, que recele de Obama tras lo vivido con George W. Bush o incluso que tema que la amenaza de las bases sea real y pueda orquestarse una invasión de Venezuela desde Colombia. Según Chávez, todo esto podría ser posible.
Pero nada más lejos de la realidad. Con el paso de los años, Hugo Chávez se ha ido revelando como el alumno más aventajado de la escuela de Fidel Castro. Sabe que muchas de sus ideas y de los cambios que la Revolución Bolivariana propugna para Venezuela y América Latina, no se sustentarían sin la amenaza de un enemigo exterior, una amenaza invisible pero latente. Y Chávez la tiene... quizás para mucho tiempo.
Un conflicto inútil
¿En qué acabará la escala de amenazas de Hugo Chávez? ¿Mantendrá el discurso tranquilo mucho tiempo Álvaro Uribe? ¿Qué papel jugarán las FARC en un posible recrudecimiento de los acontecimientos?
Tras el anuncio del acuerdo sobre las bases, algo empezó a moverse en las Naciones Unidas. Primero fue Colombia que, ante las declaraciones de Hugo Chávez pidiendo a las Fuerzas Armadas venezolanas "prepararse para la guerra", presentó una reclamación ante la ONU.
Días después, fue el Gobierno venezolano el que alertó al Consejo de Seguridad sobre la instalación de las bases, considerándolo un peligro para la estabilidad de Latinoamérica.
Aunque, es de imaginar que por indicaciones de sus asesores, el propio Hugo Chávez tuvo que rebajar el nivel de sus declaraciones. Venezuela optó entonces por un discurso más suave, asegurando que "se mantendría alerta ante el conflicto y los riesgos que traen el establecimiento de las bases estadounidenses".
Es probable que el conflicto sobre las bases militares sea sólo una piedra más en el camino de las relaciones Colombia-Venezuela (Uribe-Chávez) tras episodios vividos anteriormente.
Hay que recordar las tensiones sobre el supuesto apoyo que Caracas presta a las FARC (incluso hubo problemas con la liberación de Ingrid Betancourt) y las faltas de acuerdo en la cooperación entre ambos países para eliminar el narcotráfico. Y ambos son asuntos, sobre todo el segundo, que interesan mucho en Washington.
Sin entrar a valorar si el acuerdo militar entre Bogotá y Washington es beneficioso para Colombia y los colombianos, está claro que a quién más favorece es a Hugo Chávez.
En cuanto a la paz en la región, cada año, las democracias y las ideas en América Latina y el Caribe están mucho más asentadas. Lula, Bachelet o Fernández (los presidentes de los países más fuertes) no van a caer en las bravuconadas de Hugo Chávez como lo hicieron anteriormente otros presidentes, y mucho menos van a caer en sus redes.
Chávez trata de lanzar el mensaje de ser el guardián de la estabilidad y la paz en América del Sur, vendiendo el acuerdo de las bases como una amenaza regional, no sólo para Venezuela.
Pero es difícil que alguien se trague el anzuelo. Ni siquiera sus más acerrimos aliados se han aliado del todo con él. Saben del peso moral que Obama y sus decisiones están teniendo en todo el planeta y no quieren establecer un conflicto con Washington en estos momentos.
En una época en la que la mayoría de los Gobiernos latinoamericanos quieren establecer una relación de tú a tú con Estados Unidos (tanto a nivel regional como individual) sólo un mandatario pretende salirse de la tangente, Hugo Chávez.
Esto da que pensar. Quizás por una vez, Chávez debería mirar más por la región y menos por su Revolución Bolivariana y plantearse un diálogo directo con Washington. Posiblemente no saliera beneficiado, pero sería un bien para América Latina y para Venezuela.
Pero Chávez no lo va a hacer. Ha conseguido perpetuarse en el poder de forma escasamente democrática y no puede perder su principal baza propagandística.
Si Chávez comenzara a hablar a diario con Washington, visitara a Obama y le recibiera en Caracas, ¿quién sería el enemigo?
Chávez no dejará de soltar sus bravuconadas con el asunto de las bases. Y habrá nuevas formas de citar al ‘enemigo invisible'. Pero es consciente de que salvo él, nadie en América Latina busca una guerra, una confrontación directa entre Estados hermanos.
El mandatario bolivariano debería plantearse de una vez por todas trabajar de la mano para mejorar la vida de los venezolanos y por ende de los latinoamericanos. La región necesita otras cosas, no conflictos, quizás tampoco bases militares, pero lo que está claro es que Latinoamérica tiene otras prioridades, como mejorar la cohesión social en toda la región, antes que enzarzarse en disputas inútiles que no llevan a ningún lado.
Juan Luis Dorado Merchán
Periodista especializado en políticas latinoamericanas
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