Número 5/ Octubre -Noviembre 2007
Juan Luis Dorado
Algo nuevo se está cociendo en todo el mundo, especialmente en América Latina. Hablamos de los biocombustibles. Es un fenómeno en expansión que en el futuro moverá mucho dinero, grandes inversiones en infraestructuras y puede convertir a Latinoamérica en un nuevo gran mercado para occidente.
Los biocombustibles, especialmente el etanol, están surgiendo como alternativa para sustituir a los combustibles fósiles, además de una forma que ayude a reducir las emisiones de monóxido de carbono a la atmósfera.
El debate está en todo el mundo: ¿son beneficiosos o perjudiciales los biocombustibles para el planeta? Pero quizás habría que dar un paso más en el caso de América Latina, preguntándose si la generación de productos como el etanol son positivos para la situación de la población latinoamericana, sobre todo aquellos más desfavorecidos.
Muchos agricultores de América Latina, especialmente de países como México, Brasil o Argentina, vieron en los combustibles naturales la gallina de los huevos de oro. Comenzaron a usar el suelo agrario para el cultivo directo de biocombustibles, en lugar de aprovechar los restos de otros cultivos, o aprovechar lugares menos fértiles.
Esto significa que no se han plantado nuevas superficies para generar materias primas que produzcan biocombustibles, sino que se están utilizando aquellos terrenos cuya producción estaba destinada al consumo humano o animal. Esto provoca un aumento de precio de materias básicas para la alimentación, porque mientras la demanda sigue siendo la misma, hay menos productos en el mercado.
Como ejemplo solo hay que recordar la crisis de la tortilla de maíz a principios del año 2007 en México. La compra de maíz para producir biodiesel desde Estados Unidos, provocó que los agricultores mexicanos volcasen sus producciones de cara a este nuevo mercado, y la tortilla de maíz, la comida básica de México, llegó a triplicar el precio.
Y lo mismo si miramos a otras partes del mundo, como el Sudeste Asiático, donde muchos países están destruyendo grandes extensiones de selva para crear plantaciones destinadas a biocombustibles. ¿La consecuencia? La contraria al ideal de estos productos: destrucción de bosques y selvas con lo que la atmósfera está más desprotegida.
Siguiendo en este sentido, es evidente que los biocombustibles no tienen el mismo rendimiento que los carburantes fósiles, con lo que sería necesaria una mayor cantidad.
Esto supondría que para que estos carburantes naturales pudieran llegar a ser solamente el 20 por ciento del consumo mundial, habría que aumentar de tal manera su producción, que habría que dedicar la mayor parte de las tierras fértiles del mundo a su cultivo. El efecto: desertización.
En esta primera parte podemos observar que el uso abusivo de estos combustibles ecológicos traería consigo dos cosas: un desastre humanitario (el precio de los alimentos subiría y la población tendría más difícil el acceso a productos básicos); por otro lado, un importante desastre ecológico.
Importancia de una buena gestión
Todo lo expuesto anteriormente puede hacer pensar que es el uso de biocombustibles será a corto plazo algo totalmente nocivo para el planeta. Esa idea tiene su peso, pero en realidad, todo cambiaría si los Gobiernos de los países productores aplicasen políticas correctas a la hora de generar el combustible verde.
Con un 45 por ciento de la producción mundial, Brasil es el principal productor de etanol, y desde los años 80, se lleva aplicando un programa de consumo interno de biocombustible. Ha sido en los últimos cinco años cuando, de la mano del presidente del país, Luis Inácio ‘Lula’ da Silva, ha empezado a llevar sus productos ecológicos al exterior.
Durante un encuentro con el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, el pasado mes de abril, Lula hizo especial énfasis en la importancia de los biocombustibles, calificándolos como “una alternativa limpia”.
Según ha mantenido el Presidente brasileño en numerosos encuentros como la cita con Correa, y últimamente en el Foro de Davos, América Latina tiene que “afrontar el desafío de una energía limpia y creadora de empleo”.
Realmente es cierto que la producción del biocombustible generará numerosos puestos de trabajo e ingresos a los países, pero… ¿se podrá compaginar eso con alimentar a los más pobres?
Sería necesario que la mayoría de los Gobiernos latinoamericanos proyectasen una pequeña revolución agraria, a la que llamaremos biorrevolución agraria. Para llevarla a cabo sería necesaria una reestructuración del campo, empezando por el reparto de tierras para consumo humano (y animal), y por otro lado, terrenos para biocombustibles.
Pero claro, es evidente que el agricultor que destine sus tierras al carburante, obtendrá mayores beneficios. Será labor del Gobierno saber compensar a aquellos que se dediquen a la agricultura tradicional, o incluso, podría darse el hecho de que un mismo agricultor dividiera su producción.
Lo que está claro es que si esta biorrevolución quiere salir adelante, la prioridad sin duda alguna debe ser el consumo humano. No pueden volverse inalcanzables para los más pobres los alimentos de primera necesidad.
Por ello, para alcanzar la Biorrevolución Agrícola del siglo XXI, los Gobiernos de América Latina deben de aplicar políticas agrarias encaminadas a alcanzar la cohesión social en este terreno.
Esto es, compensar por un lado el aumento de ingresos que el país obtendría mediante la producción de biocombustibles, con mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos, pudiendo estos acceder de manera fácil a los productos de primera necesidad (maíz, trigo,…), que son la base de la dieta de la mayoría de los países latinoamericanos.
Aplicando este tipo de políticas, se alcanzaría una doble rentabilidad: mayor beneficio tanto para los ciudadanos y ciudadanas como para el país. Además, se conseguiría evitar la sobreexplotación del campo para conseguir biocombustibles, además de un uso razonable y calculado de las posibilidades del mismo.
Un debate mundial
América Latina se ha convertido en el punto de mira de inversores de todo el mundo en materia de energías alternativas. Tras un estudio, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), anunció que “premiará los proyectos de biocombustibles” en la región, porque ésta posee una “posición única” para desarrollar esta industria.
Según el estudio “Un modelo de energía limpia para América Latina”, son muchos los países los que han iniciado la carrera para implantar estos nuevos sistemas de producción, e implantar la industria del biocombustible. Lo que no dice este informe, es que en muchos de estos países, no se ha sabido coordinar a los agricultores que han dejado de producir para el consumo humano y han pasado a trabajar para los biocarburantes.
Otro informe del BID, titulado “Biocombustibles, ¿la fórmula mágica de las economías rurales?”, habla de tres factores importantes a la hora de producir el carburante verde: “el ahorro de energía, el respeto al medioambiente y el desarrollo agrícola de los países”.
¿Cómo llegando a este objetivo? Quizás mediante esa biorrevolución agrícola de la que hablábamos anteriormente, fomentando siempre la cohesión social y en beneficio de quiénes menos tienen.
Por otro lado, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) elaboró el documento “Oportunidades y Riesgos de la Bioenergía”, encargado por Lula. En el informe se recalca la importancia de que los países “diseñen y apliquen políticas que promuevan la rentabilidad de la bioenergía, así como que el beneficio de la producción alcance a zonas rurales y promueva el acceso a los alimentos de los sectores más pobres. De nuevo la biorrevolución agraria.
Además, Estados Unidos y Brasil llevan varios años trabajando conjuntamente en la llamada “Estrategia de Biocombustibles para América Latina y el Caribe”. El objetivo es proponer a los países de la región una acción conjunta en temas como tecnología, financiamiento, aprendizaje, reducción de tasas aduaneras, para la producción de biocombustible a nivel regional.
Aquí salta a la vista, que ni todos los países tienen las mismas capacidades (económicas, de extensión de terreno, de tierras fértiles,…) y que al final, cada Gobierno aplicará las medidas lo más rápido para obtener el mayor beneficio. Sería necesaria una biorrevolución agraria orientada hacia la cohesión social, no hacia el beneficio rápido.
Conclusiones
La bioenergía y el desarrollo de biocombustibles se han convertido en un sector dinámico, en alza, porque gusta en todo el mundo el debate sobre el final de los combustibles fósiles y las nuevas energías.
Pero es necesario que todo el mundo se conciencie de la necesidad de aplicar a nivel global un modelo sostenible de energías alternativas, de acceso al biocombustible. Un modelo que implique beneficio, pero no solo económico sino también social para los pueblos de los países productores.
Las predicciones de los más optimistas datan para el año 2020 el momento en que el consumo de biocombustible supondrá el 20 por ciento del total de carburante gastado en el planeta. Demasiado optimistas. En primer lugar falta ver como evoluciona esta industria, y sobre todo, como lo hace en cuanto a los efectos en las economías y sociedades de los países productores (generalmente más pobres) que los receptores (Estados Unidos y Unión Europea).
Es cierto que se generarán numerosos puestos de trabajo, se respetaría mucho más el medio ambiente con menos emisiones de dióxido de carbono. Pero, ¿y si no se aplican políticas que eviten la tala masiva de bosques para plantar?; ¿y si la mayoría de los productores ve que es más rentable, y dejan de plantar para el consumo humano? Y podríamos seguir…
Los Gobiernos latinoamericanos deberían evaluar de manera tranquila todos los efectos (negativos y positivos) que tiene apostar por la producción de biocombustibles. Es necesario analizar los impactos sociales, económicos y medioambientales que traería consigo a la hora de intentar aplicar políticas sostenibles que fomenten la cohesión social y mejoren las condiciones de vida de todos sus ciudadanos y ciudadanas.
Existirá una demanda de biocombustibles, y América Latina buscará estar en primera fila. Pero los mandatarios actuales y del futuro, no deben olvidar que no solo consiste en servir a los de fuera, sino que tienen que trabajar para los de casa. La región avanzaría si el asunto biocombustibles y la aplicación de la biorrevolución agraria tienen efectos positivos en la calidad de vida de la población.
Pero hoy día, en 2007, no hay que olvidar que esta primera ola de auge del fenómeno biocombustible ha subido el precio de alguno de los alimentos básicos para la gran mayoría de ciudadanos latinoamericanos, como son el maíz y el azúcar.
Llega una nueva oportunidad para América Latina y sus pueblos, para las zonas urbanas y rurales. Un momento que si es bien aprovechado, todos saldrán ganando y no solo unos pocos.
Llega la hora de apostar por los biocombustibles y poner las cartas sobre la mesa, pero cada país debe saber que mano va a jugar. No es una carrera a lo loco por el beneficio a corto plazo, se trata de aplicar un modelo sostenible a la industria del combustible verde en la región, para que toda la sociedad salga ganando: unos porque generan ingresos y puestos de trabajo, y otros porque pueden permitirse comer cada día.
Juan Luis Dorado
Periodista especializado en América Latina
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