Número 4/Agosto-Septiembre 2007
Roger Casas
Quizás uno de los prejuicios más arraigados de la actitud “orientalista” (tan bella e implacablemente descrita hace años por Edward Said) sea la consideración de “Oriente” como reducto último de una “espiritualidad” entendida como opuesta al materialismo reinante en “nuestro” Occidente: el continuado interés en el Tai chi chino, el Yoga hindú, o el budismo Zen japonés, entre otras prácticas culturales, contribuye a perpetuar la idea de la “sabiduría oriental” como uno de los atributos esenciales e inmutables de los pueblos asiáticos.
Esta idealización afecta también al budismo, considerado popularmente en Occidente como un sistema ético o una filosofía de vida cuyo cultivo se demuestra extremadamente benéfico tanto para el individuo como para su entorno. Esta visión reduccionista, alejada de las connotaciones negativas que términos como “religión” o “culto” han adquirido en diversas culturas occidentales, e influída en parte por la brillante campaña de imagen llevada a cabo en las últimas décadas por el Dalai Lama y su corte en el exilio, ignora no sólo el importante papel que toda tradición budista ha jugado históricamente en la legitimación del poder en diversos estados de Asia (y no sólo en el Tibet), sino sobre todo el carácter de religión popular que el budismo mantiene todavía tanto en el Tibet como en amplias áreas del Sudeste Asiático: en estas culturas, aspectos del budismo resaltados por la imaginación popular occidental como la meditación o la especulación filosófica, son fenómenos marginales. El objetivo de la gran mayoría de budistas no es extinguir el deseo con el fin de alcanzar el Nirvana, sino sencillamente mejorar las condiciones materiales de su existencia sensible, si no en esta vida, sí al menos en un renacimiento próximo.
Así lo demuestra, por ejemplo, la importancia que en las sociedades budistas del Sudeste Asiático mantiene el empleo de rituales, plegarias o amuletos destinados a asegurar una salud de hierro, conseguir una numerosa descendencia, o provocar un brusco cambio de fortuna a favor del solicitante. Y, como muestra de dicha importancia, la fiebre que padece actualmente Tailandia, país en el que el amuleto Jatukam se ha convertido en el centro de un negocio que está alcanzando proporciones desmedidas –tanto es así, que el departamento de hacienda del país se está planteando aplicar un impuesto a las empresas implicadas en la producción y comercialización del preciado objeto.
La primera serie de Jatukam vio la luz hace ya 20 años, promovida por un comité popular de la ciudad sureña de Nakhon Si Thammarat con el fin de recaudar fondos para la construcción de un santuario que albergara el pilar sagrado de la ciudad, un símbolo territorial frecuente en las comunidades Tai de todo el Sudeste Asiático. La aparición del amuleto se relaciona en particular con la figura de Phantarak Rajadej, un oficial de policía de la ciudad fallecido el pasado año, y de quien se decía usaba poderes sobrenaturales para combatir el crimen; de acuerdo con lo afirmado por uno de sus discípulos, la idea de crear el amuleto le vino a “Khun Phan”, como era conocido popularmente, de un sueño en que un gobernante de Srivijaya (un reino malayo del Sudeste Asiático, desaparecido hace siglos) le animó a crear el Jatukam con el fin de acabar con la criminalidad en Nakhon Si Thammarat. El nombre completo del talismán, Jatukam Ramathep, parece hacer referencia a dos deidades de origen hindú protectoras de la ciudad que han sido fundidas en un solo personaje en la imaginación local. En cualquier caso, y si es cierto que Khun Phan promovió la creación del talismán con el fin de acabar con el crimen, sus esfuerzos han dado fruto tardío –y relativo: mientras los arrestos relacionados con el tráfico de estupefacientes en la ciudad se han visto reducidos en los últimos meses (supuestamente debido al desafío que la producción y venta de amuletos ha supuesto para la industria de la droga como fuente de ingresos para muchos locales), los robos, a menudo relacionados con el interés por hacerse con el talismán, han aumentado.
De cualquier manera, los amuletos, que en origen se vendían al módico precio de 39-59 baht (la moneda oficial en Tailandia; al cambio, entre uno y dos euros), alcanzan ahora cifras astronómicas: mientras los talismanes corrientes cuestan hoy en día entre 200 y 500 baht (entre 5 y 13 euros), las series limitadas alcanzan los 1,000 (unos 25 euros), y los ejemplares más preciados llegan a los 50 mil (unos 1,250 euros) e incluso al millón de baht (alrededor de 25 mil euros). El marketing ha logrado que en los últimos tiempos el fenómeno Jatukam haya trascendido las fronteras de su ciudad de origen para convertirse en el producto de moda en toda Tailandia, país en el que se ha creado toda una industria de lo sagrado alrededor del amuleto. El objeto, que se cuelga al cuello cual medalla olímpica, parece servir a varios fines, aunque sin duda la esperanza más común entre aquellos que lo portan es la de enriquecerse rápidamente: así lo demuestran leyendas como “Archi-millonario”, “Enormemente super rico”, o “Rico sin razón”, inscritas en los amuletos.
La producción de amuletos “oficiales”, es decir, aquellos reconocidos como auténticos y certificados con número de serie incluido por el comité que creó el Jatukam, implica al menos una ceremonia de consagración en el santuario del pilar de la ciudad o en el templo Mahathat Woramaha-wiharn, vinculado también al origen del talismán. La ceremonia incluye la presencia de monjes y brahmanes que recitan extractos de escrituras sagradas con el fin de consagrar el material con el que se producirá el Jatukam. Los materiales con que se producen amuletos en Tailandia son muy variados, y van desde arcilla hasta corteza de árbol y ciertas especies de flores. En el caso del Jatukam, la calidad del material empleado en su producción es uno de los factores por el que se valora un determinado modelo del amuleto: uno de ellos especifica, por ejemplo, que el talismán ha sido producido con tierra procedente del lugar en que se encuentran enterrados el cordón umbilical y la placenta de Luang Por Tuod, un personaje que vivió en la región de Pattani, en el extremo Sur del país, hace más de 400 años. Otros modelos afirman estar hechos con mineral nampee, que produce un metal sagrado y por ello en el pasado se empleaba para producir espadas que protegían a su portador contra maleficios o contra otras armas.
El lugar en que se lleva a cabo la ceremonia de consagración del material tiene también su importancia. Así, se han realizado ceremonias a caballo, sobre elefantes, en medio del río Chao Phraya (que pasa por Bangkok), e incluso en el aire: la compañía Oriental Thai Airlines organizó a comienzos de junio una ceremonia de consagración en uno de sus vuelos; la fuerza aérea tailandesa ha llevado a cabo también este tipo de ceremonias en una de sus bases, mientras los cazas a reacción maniobraban sobre el lugar a la velocidad del sonido, llevando sus pilotos encima el material en cuestión. El mariscal del aire Paisal Sitabutr se excusaba declarando a la prensa que la fuerza aérea “tiene cazas que vuelan regularmente. Simplemente hemos pedido a los pilotos que lleven consigo los materiales. No hemos organizado ningún vuelo especial con este fin”. Paisal afirmó también que la velocidad supersónica de los aviones acelera la llegada de la buena suerte, la protección y la prosperidad que los amuletos aseguran a quien los poseen –aunque se guardó de decir cómo.
Durante los próximos meses surgirán seguramente nuevos y más extravagantes métodos de producción de amuletos, porque el negocio no deja de crecer, y los riesgos económicos, por el momento, se ven recompensados: cada modelo de Jatukam se produce en series de hasta 200 mil –y sólo este año se espera que se produzcan unos 150 modelos diferentes. La producción de cada una de las series cuesta entre 100 mil y 10 millones de baht (entre 2,500 y 250 mil euros), la mayoría de los cuales se emplean en publicidad, y se calcula que el negocio del Jatukam hará circular en Tailandia más de 22 millones de baht (unos 540 millones de euros) este año. Sólo en Nakhon Si Thammarat los turistas, en su mayoría tailandeses llegados en busca del talismán, dejaron el pasado año más de 6 billones de baht (alrededor de 150 millones de euros).
No es de extrañar, pues, que la producción y venta de amuletos Jatukam se haya convertido en una forma de generar ingresos rápidos para los templos tailandeses; de los alrededor de 500 en Nakhon Si Thammarat, unos 200 producen hoy el amuleto. Pero no todos en el Sangha (la comunidad de monjes y novicios budistas) ven con buenos ojos la creciente implicación de la institución en el negocio de los amuletos: un gran número de monjes “educados”, e incluso algún que otro converso occidental, ha puesto el grito en el cielo y criticado el fenómeno como “contrario al budismo”; los monjes que participan en la producción de amuletos han sido descritos por este grupo como “faltos de educación” por no ser capaces de distinguir entre creencias brahmánicas y budistas.
Estas críticas están probablemente determinadas por la crisis que la propia institución budista parece estar viviendo en Tailandia, y que se expresa en la progresiva erosión sufrida por la posición social del Sangha en el país. En cualquier caso, los autores de las críticas olvidan no sólo los elementos que el budismo comparte con las tradiciones brahmánicas pre-budistas de la India (como la creencia en la reencarnación, la doctrina del karma, etc.), sino la importancia de los elementos no budistas presentes en los sistemas religiosos tanto de Tailandia como de varias otras culturas del Sudeste Asiático en las que el budismo normativo o canónico se ha fusionado con creencias locales (tales como la creencia en espíritus: los nat en Myanmar-Birmania, o los phi entre los diferentes grupos Tai) hasta formar un todo más o menos homogéneo que puede ser considerado como “budismo” por el lugar preferente que esta tradición ocupa en dichos sistemas. En cualquier caso, rituales, plegarias, amuletos y otros recursos apotropaicos ha servido desde tiempos inmemoriales para aliviar la tensión provocada en dichas culturas por la rigidez de la doctrina del karma y por la inmediatez de los problemas diarios a que las poblaciones de la zona se han enfrentado tradicionalmente.
Y los problemas a los que se enfrenta la población de Tailandia hoy en día son muchos: la sombra de la crisis económica de 1997 planea todavía sobre los ciudadanos del país, mientras el final de la interminable crisis política que vive el reino parece lejano. Si la relación entre la popularidad de los amuletos y la incertidumbre política y económica es cierta, es seguro que tenemos Jatukam para rato.
Roger Casas
Coordinador local en un proyecto UNESCO de preservación cultural en la República Popular China.
Máster en Desarrollo Sostenible en la Universidad de Chiang Mai, Tailandia
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