domingo, 15 de junio de 2008

La nueva ruta de la seda

Número 9/junio-julio 2008
María de Molnar d’Arkos Millorete y Juan Luis Dorado Merchán



Durante el Imperio Romano, existía una ruta comercial de larga distancia, que no había tenido precedentes en la historia y cambió el modo de entender el comercio a escala “internacional”. Hablamos de la Ruta de la Seda.

Se extendía desde la provincia china de Xi’an hasta Constantinopla y Alejandría, pasando por Persia, Antioquía y Damasco, entre numerosos destinos. La preciada seda llegaba así hasta las puertas del Imperio Romano, atravesando desiertos y enormes dificultades. La Ruta de la Seda marcó un antes y un después en la concepción comercial, además de servir para relacionar dos extremos del mundo tan opuestos: la civilización occidental con la oriental.

Hoy, más de 2000 años después, se está estableciendo un nuevo sistema de poderes en la balanza del mercado global, en el que China sigue jugando un papel preponderante como economía emergente, en esta ocasión acompañada de los países pujantes de América Latina.

Estas líneas no pretenden ser una comparación entre aquella milenaria Ruta de la Seda y las relaciones comerciales China-Latinoamérica, del siglo XXI, sino un símil entre ambas situaciones, y lo que puede alterar y modificar el rumbo de los mercados de todo el planeta, perjudicando especialmente los intereses de un tercero: Estados Unidos.


La relación China-América Latina en el siglo XXI

Es de sobra conocida la situación de China como nueva potencia económica y global. Desde esta posición, su influencia a todos los niveles se deja sentir en distintas partes del mundo, especialmente en la zona de Asia-Pacífico, pero sin dejar de mirar, cada día con más insistencia, a otras regiones como África y América Latina.

Para seguir siendo considerada como una gran potencia, China necesita materias primas, y sin duda alguna, uno de los grandes mercados de los productos más necesarios para aumentar la industria es América Latina. Pero a la hora de afrontar su relación estratégica con este mercado se encuentra con un factor esencial que condiciona cualquier atisbo de una relación más profunda: Estados Unidos.

Latinoamérica está considerada como el “patio trasero” de Estados Unidos, tanto a lo largo del siglo XX como en los inicios del nuevo siglo. Por eso, desde Washington siempre se ha mirado de reojo la relación del Gigante asiático con los estados latinoamericanos, no tanto por su influencia ideológica (que también), como por las relaciones económicas.

Una de las principales teorías defendidas por expertos internacionalistas en la materia es que la eclosión de China (y del Sudeste Asiático en general) como un actor fundamental en el mercado internacional, no ha hecho más que perjudicar los intereses latinoamericanos, por el desplazamiento que los productos de esta región han sufrido en los mercados a causa del auge de los productos asiáticos (más baratos y de la misma calidad).

En estas líneas, buscamos ofrecer al lector una visión diferente de la relación entre ambos bloques, motivada por el auge del intercambio de relaciones en todos los campos entre China y América Latina, las numerosas visitas de líderes latinoamericanos a Pekín y viceversa.

Dibujamos un escenario donde ambos, chinos y latinoamericanos se complementen para tratar de dar un golpe de efecto a los mercados internacionales, mediante una alineación de los países en vías de desarrollo frente al dominio de Occidente a lo largo del siglo XXI. Una relación entre el Gigante asiático y Latinoamérica que dibuje lo que hemos denominado “nueva ruta de la seda”, un escenario donde la colaboración entre ambos bloques repercute positivamente en la vida cotidiana de sus sociedades, especialmente las latinoamericanas.

América Latina, un mercado necesario para China

El crecimiento de las exportaciones de China a América Latina en 1990 era de 875 millones de dólares llegando en 2004 a los 13,000 millones de dólares. Por su parte, las exportaciones de China a América Latina, en 1990, supusieron 592 millones de dólares; hasta llegar en 2004 a alcanzar la cifra de 26,200 millones de dólares.

Estos datos que ofrece la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas muestran que las relaciones entre China y Latinoamérica han traído consigo grandes cambios, expectativas y esperanzas para la economía global.

Nos encontramos ante el “gran salto adelante” de las economías emergentes, de entre las cuales destaca China, a la que se le ha adjudicado el apellido de “superemergente”.

Al observar y contrastar datos de estudios y análisis económicos comprobamos el claro desvanecimiento de la influencia de Estados Unidos y la irrupción (invisible bajo la consideración de algunos) de China, especialmente en América Latina.

Podemos ver esta relación como algo lógico y obvio más allá de lo maquiavélico en las tramas ideológicas puesto que se trata de dos regiones complementarias: Latinoamérica tiene productos agrícolas y recursos naturales que China básicamente necesita.

Estaríamos hablando de la lucha y el conflicto de intereses por parte de tres gigantes en un mismo campo de batalla: América Latina. Tres frentes abiertos por el histórico importador de recursos naturales latinoamericanos (Estados Unidos) junto con Europa (con España a la cabeza) y el último actor en sumarse, China.

¿Cómo debe actuar China? Una de las principales vías sería a través de Proyectos de Inversión Extranjera (IED) en la región, con el objetivo de mejorar y reformar infraestructuras de transporte y comunicación para facilitar el acceso a las materias primas.

Sólo en Venezuela han invertido aproximadamente 500 millones de dólares en las infraestructuras de distintos pozos petrolíferos con el fin de mejorar la productividad.

Como buen estratega, China debe garantizarse el abastecimiento continuo de esos productos y para ello necesitará la mejora de infraestructuras en esos países. Por ello, China ha fomentado en los últimos años la inversión en Latinoamérica. En 2007, casi 1000 millones de dólares, aproximadamente el 16 por ciento del total de inversión extranjera.

Pese a todos estos datos, Estados Unidos sigue siendo el primer importador de crudo venezolano (y de otras muchas materias primas) por mucho que Chávez se preocupe en comparar a Simón Bolívar con Mao.

Latinoamérica se ha convertido en la segunda región receptora de las inversiones exteriores del gigante asiático, por delante de Europa, Norteamérica o África.

En los últimos 10 años, China se ha convertido en uno de los principales socios comerciales de países como Perú, Chile y Brasil, entre otros países. Hay que recordar la importante vinculación de Brasil con el Gigante asiático de cara a las negociaciones de la Ronda de Doha en el marco de la Organización Mundial del Comercio.

Nos podríamos plantear qué supone en términos reales esta inversión. ¿Qué será China para Europa dentro de unos años? ¿Y para Estados Unidos? ¿Y para América Latina?

Teniendo en cuenta las tablas de cifras que nos muestran el brutal crecimiento económico previsto para China, ésta requerirá cada vez más cantidad de petróleo, cobre, mineral de hierro y más materias primas latinoamericanas, lo que seguirá haciendo que países como Brasil, Chile, Argentina o Venezuela sigan siendo los principales exportadores de materias primas a China.

Estamos ante la creación de un vínculo, de un puente entre ambos continentes sujeto hasta ahora por la necesidad de ambos y revestida con alguna nota ideológica.

Se abren numerosas posibilidades. Por un lado que la inmersión de China en las economías latinoamericanas, pueda suponer (a mayor escala) un impacto similar al que en su día causó la entrada de la española Telefónica en la región, en cuanto a la creación de empleo e impulso de las economías.

También se ha citado la idea de que el Gigante asiático fomente un puente económico entre Asia y América Latina, con un punto intermedio, como podría ser Madrid. Además, ciudades como Sao Paulo o Buenos Aires podrían convertirse en nuevos centros financieros claves en la economía global.

En los últimos años, los datos acerca del comercio entre China y Latinoamérica han crecido espectacularmente, y según datos de Pekín, en 2007 ya se habían excedido las predicciones más optimistas de los funcionarios chinos, porque se habían alcanzado los niveles previstos para 2010.

Según los informes de comercio exterior presentados por Pekín, las relaciones de intercambio entre ambos bloques superaron el pasado ejercicio los 102,000 millones de dólares, un volumen que se pretendía alcanzar dentro de 3 años.

¿Invertirá China ideológicamente en América Latina?

Ante el giro a la izquierda que numerosos países latinoamericanos han experimentado en los últimos años en los Gobiernos, una de las preguntas clave para elaborar este artículo es, si ante el aumento de la relación comercial entre los países latinoamericanos y China, Pekín apostará por fomentar y consolidar este auge de la izquierda.

Cuba se coloca, en este sentido, en el centro de todas las miradas, sobre todo tras la llegada de Raúl Castro al poder el pasado mes de febrero. Como dato, recordar que durante el “periodo especial” que vivió la Isla a principio de la década de los 90, con la caída de la URSS, Castro, al frente de la economía en esos años, tomó como modelo a China y su expansión económica para hacer frente a la situación.

Hubo tímidos cambios y poca apertura, pero todo fue finalmente cancelado por Fidel Castro, ante el miedo a que esa pequeña liberalización despertara a la sociedad cubana. Tras la salida del mayor de los Castro de la política activa, Raúl ha acometido una serie de reformas que podrían recordar a las que un día implementó Deng Xiaoping en China tras la Revolución Cultural y la muerte de Mao, allá por los años 70.

En anteriores artículos ya hemos hablado de la opción de un “socialismo chino con caracteres cubanos” para el futuro de la Isla. Y parece muy probable que a Pekín le interese mucho la pervivencia de un Estado socialista al sur de los Estados Unidos.

La relación de La Habana con Pekín variará a medida que Raúl Castro siga haciendo guiños a China en forma de cambios, pero sin duda, mantener una fructífera relación comercial e ideológica con el gigante asiático, es una de las prioridades del menor de los Castro para asegurar la supervivencia de su sistema en la economía global de mercado.

Con un aliado como China, y el apoyo de sus socios “bolivarianos” (Bolivia y Venezuela), Raúl Castro tendrá material y margen suficiente para seguir adelante con sus reformas y continuar el sistema socialista en la Isla, aunque más moderno y orientado a la economía de mercado.

Siguiendo con la idea de una posible inversión ideológica de China en América Latina, muchas miradas giran a Venezuela. Desde su idea de instalar en su país, y en la región, “el socialismo del siglo XXI”, Hugo Chávez ha buscado siempre la asociación estratégica a todos los niveles con China.

Conscientes de que un eje Pekín-Caracas, molestaría mucho en Washington, China nunca ha considerado la posibilidad de alcanzar este tipo de relación con la Venezuela chavista, y sólo se han planteado relaciones comerciales, especialmente con el petróleo venezolano como meta.

Aun así, el giro a la izquierda en la región, ha traído consigo un aumento espectacular de relaciones políticas y comerciales entre China y países como la propia Venezuela, el Brasil de Lula, la Argentina de los Kirchner o la Bolivia de Evo Morales, entre otros.

Por tanto, podemos ver dos claras conclusiones. Primera, a China le interesa que para que América Latina se convierta en su principal proveedor de materias primas, haya mayoría de Gobiernos afines a Pekín.

Y en segundo lugar, el Gigante asiático, está llevando las relaciones con los países latinoamericanos de manera que Estados Unidos lo considere una no agresión a sus intereses en la región, por lo que las relaciones entre América Latina y China seguirán siendo mucho más económicas y comerciales, que políticas e ideológicas.

Camino a la ruta de la seda del siglo XXI

En el año 2004, el Presidente chino Hu Jintao anunció que de cara al año 2015, China pretendía realizar proyectos de inversión por un total de 100,000 millones de dólares en distintos países de América Latina como Argentina, Brasil, Chile, Bolivia o Venezuela, entre otros.

Esta enorme inyección económica ayudará a mejorar la inserción de las economías latinoamericanas en los mercados globales, mediante un auge de los intercambios de materias primas latinoamericanas por manufacturas chinas. China busca mediante esta inversión a gran escala, mejorar la productividad de la industria latinoamericana de materias primas.

Además, hay que tener en cuenta un elemento que puede ser clave cara a los próximos años: los biocombustibles. Es necesario recordar que junto al cobre, el principal objetivo chino en Latinoamérica es el petróleo. Con la apuesta por el etanol que están haciendo varios países latinoamericanos, especialmente Brasil, se abre un nuevo mercado para China, enormemente atractivo para un país necesitado constantemente de recursos energéticos.

Por su parte, los gobiernos latinoamericanos, que desde hace años tienen esta relación comercial como una de sus prioridades, buscarán en los próximos años consolidar oportunidades de negocio y buscar nuevas formas de inversión para China en sus respectivos países.

El interés sobre América Latina para los chinos es creciente, ya que para sostener su industria y niveles de producción y consumo, el Gigante asiático necesita fuentes de aprovisionamiento continuo. En este sentido, desde Pekín ya se han creado varias instituciones para analizar la realidad política, económica y social de Latinoamérica.

Pese al catastrofismo con el que se vendió el auge chino para los países latinoamericanos, donde muchos vaticinaron el hundimiento de muchos mercados de estos países a favor de los productos chinos, parece que la clave está en la complementariedad.

China y América Latina son dos regiones complementarias a nivel comercial y económico. Unos necesitan abundantes materias primas. Los otros, necesitan mercados para esas materias primas, a cambio de una creciente inversión en infraestructuras que repercutan en el bienestar de sus sociedades.

Hablamos de una relación basada en la compenetración entre ambas regiones, una nueva “ruta de la seda” capaz de alterar los mercados internacionales a todos los niveles, y que beneficie esencialmente a los actores implicados: China y los países latinoamericanos.

Es necesario que los actores que intervienen en este nuevo escenario, especialmente los gobiernos y empresarios latinoamericanos, sean menos reticentes al auge chino, y huyan de la idea de que Latinoamérica quedará anclada por el emergente Gigante asiático.

Las relaciones comerciales y económicas con China aparecen en el camino de América Latina como una nueva oportunidad para salir a flote y beneficiar a sus ciudadanos y ciudadanas. La construcción de esta “ruta de la seda del siglo XXI”, que seguro hace temblar en Washington y en Bruselas, podría suponer un gradual cambio de rol de los países emergentes a la hora de salir a los mercados internacionales.

María de Molnar d’Arkos Millorete
Juan Luis Dorado Merchán
Periodista especializado en política latinoamericana

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