jueves, 14 de febrero de 2008

De re-encarnaciones y regulaciones: El interminable conflicto del Tibet

Número 7/febrero-marzo 2008
Roger Casas

El habitual enfrentamiento verbal entre las autoridades chinas y Tenzin Gyatso, 14º Dalai Lama y cabeza del budismo tibetano en el exilio, se ha recrudecido a lo largo del pasado 2007. Por una parte, las visitas que con mayor o menor grado de oficialidad el Dalai Lama ha efectuado en los últimos meses a Canadá, Alemania, o Italia y, en especial, a los EEUU, donde el líder religioso recibió en octubre de manos del presidente George Bush la Medalla de Oro del Congreso, máximo galardón otorgado a un civil en dicho país, han provocado las airadas protestas del gobierno de Pekín, que considera la a menudo demasiado calurosa recepción que el Dalai recibe por parte de los jefes de estado de dichos países como un cuestionamiento a su soberanía sobre el Tibet.

Por otro lado, la relativamente avanzada edad del Dalai Lama (72 años) hace que se esté planteando ya la batalla en torno a su sucesión, en la que está en juego bastante más que una simple cuestión de autoridad religiosa.

Además de las protestas del gobierno de la República Popular China (RPC), diversos artículos en lengua inglesa publicados recientemente en la prensa oficial de este país han tratado de contrarrestar los efectos negativos que la diplomacia del Dalai Lama pueda tener para los intereses del gobierno del Partido Comunista Chino (PCC), presentando la que Pekín considera como “verdadera imagen” del líder del budismo tibetano: en un escrito que la agencia estatal Xinhua “fue autorizada” a publicar el pasado 9 de octubre, y titulado “Carrying forward Buddhism or fueling evil cults?” (“¿Haciendo progresar el budismo, o alimentando cultos malignos?”), se denuncia el supuesto apoyo que el Dalai Lama prestó en el pasado a Shoko Asahara, líder de la secta Aum Shinrikyo (y condenado a muerte en Japón junto a otra decena de miembros del grupo por causar la muerte de 12 personas y heridas a varios centenares más en el célebre ataque con gas Sarin en el metro de Tokio en 1995), apoyo a cambio del cual el gobierno tibetano en el exilio habría recibido sustanciales ayudas económicas por parte de la secta japonesa; el escrito también condena la relación entre el Dalai Lama y Li Hongzhi, líder del culto Falungong, ilegalizado como es bien sabido en la RPC, y a quien el artículo acusa, a falta aparentemente de delitos mayores, de haber falseado la fecha de su nacimiento con el fin de hacerla coincidir con la del Buda histórico.

Las controvertidas relaciones del Dalai Lama demuestran, siempre según el escrito difundido por Xinhua, la naturaleza falsa y perversa de este “auto-proclamado líder religioso”, que utiliza el budismo para ganar apoyos en el extranjero con los que lograr su objetivo último, que no es otro que el de separar el Tibet de la “madre patria”. En otro artículo, publicado por la Beijing Review también a comienzos del pasado mes de octubre, y titulado “A doomed failure” (que podría quizás traducirse como “Un fracaso inevitable”, o “Destinado al fracaso”), junto a la denuncia de los futiles esfuerzos del Dalai Lama y el movimiento independentista tibetano (que el escrito identifica erroneamente como una y la misma cosa) por romper la unidad territorial de la RPC, se presenta el budismo tibetano como una tradición religiosa caracterizada (al menos en su versión anterior a 1950) por “la fusión del poder político y el religioso, la alienación de las mujeres, la creencia en demonios, el abuso sexual y psicológico y la corrupción”. El artículo, basado en comentarios poco complacientes con el Dalai Lama aparecidos en diversos medios de comunicación extranjeros, contrasta el pasado “medieval” del Tibet con la modernidad y el progreso que la administración china ha llevado a la zona, simbolizados por la línea de ferrocarril Qinghai-Lhasa inaugurada en julio de 2006, y que, si para el Dalai Lama representa un paso más en el “genocidio cultural” perpetrado por el gobierno chino en el Tibet (debido principalmente a la emigración masiva de chinos Han procedentes del Este del país hacia el Tibet que el tren facilita), Pekín presenta como el instrumento fundamental de la tan esperada “apertura al mundo exterior” de dicha región (ver también “El turismo a Tibet aumenta un 64%”, en El País del 18 de diciembre de 2007).

Resulta obvio, tanto por la reacción oficial ante las visitas del Dalai Lama a países occidentales, como por la imagen que del líder religioso presentan los medios de comunicación chinos, que Pekín continúa considerando el gobierno en el exilio liderado por aquél, así como el budismo en general, como una seria amenaza a la estabilidad nacional en general y de la Región Autónoma del Tibet (RAT, división administrativa oficial que excluye importantes núcleos de población tibetana que habitan otras provincias de la RPC como Qinghai o Sichuan) en particular: la importancia que la religión continúa teniendo para la identidad tibetana, y en especial la politización de los monasterios que ha tenido lugar desde fines de los años 80, cuando los monjes se convirtieron en protagonistas de diversas protestas contra la administración del PCC desarrolladas en la capital de la RAT, Lhasa, hacen del budismo, siempre desde el punto de vista del gobierno chino, un potencial punto de apoyo para el desarrollo de un movimiento etno-nacionalista que podría poner en cuestión las pretensiones de soberanía legítima de Pekín en la región.

Desde los años 50, las políticas destinadas desde el gobierno central a neutralizar dicho potencial desestabilizador han oscilado entre la represión pura y dura y la atención conciliadora hacia las “características especiales” del Tibet. En las épocas de relativa moderación, como la actual (que, como veremos, no excluye la represión), el problema para Pekín se resume en cómo integrar la RAT en las estructuras políticas y económicas nacionales, sin alienar al tiempo a la población local, en su mayoría fervientes budistas. En lo que respecta específicamente a la política religiosa, el PCC intenta, a través de diversos medios, y de modo paradójico, tratándose de un partido cuyos miembros han de declararse oficialmente ateos, presentarse como patrón legítimo del budismo tibetano –es decir, como benefactor, y no como represor, de la práctica religiosa. En este sentido, la huida de Tenzin Gyatso a la India tras el levantamiento fallido de 1959 y el consiguiente establecimiento por parte del líder budista y sus seguidores de una fuente de autoridad religiosa alternativa a la ofrecida por el PCC, representaron un importante revés para las pretensiones de legitimación del papel gubernamental en la administración del Tibet.

En los últimos años, el PCC ha tratado de contrarrestar la amenaza política que el Dalai Lama continúa representando desde su refugio en Daramsala, en el Norte de la India, a través del reforzamiento de la regulación de las actividades religiosas en el Tibet. Continuando con una práctica establecida por la última dinastía imperial china, dicha regulación se ha centrado en el control de los procesos que determinan la selección de los llamados “Budas vivientes” o “lamas re-encarnados”, institución central de la religión tibetana desde que hace más de 500 años la mayoría de las sectas budistas locales aceptaran el reconocimiento de la re-encarnación del anterior patriarca como sistema de sucesión legítima dentro de la secta. La última legislación gubernamental referente a estas figuras, que en el Tibet tradicional combinaban el liderazgo político y el espiritual, entró en vigor el pasado 1 de septiembre, y afirma básicamente la necesidad para todo lama de contar con la aprobación estatal con el fin de ser reconocido como tal –y cuanto mayor la importancia religiosa del lama, más alta la aprobación necesaria.

Esta paradójica “regulación de las re-encarnaciones” se remonta, como se ha mencionado, a época imperial, aunque durante las primeras décadas de domino de la RPC sobre el Tibet el gobierno se limitó a dar el visto bueno a los lamas escogidos por la propia jerarquía eclesiástica tibetana. No fue hasta comienzos de la pasada década de los 90, tras el fallecimiento del 10º Panchen Lama en 1989, que Pekín se decidió a regular de nuevo el proceso de búsqueda y elección de lamas: la legislación entonces aprobada establecía que toda re-encarnación de un lama tibetano debía ser hallada en territorio chino, y que sólo lamas que residan en el interior de la RPC podrían tomar parte en el proceso de selección.

El caso de la búsqueda y elección de la re-encarnación del 10º Panchen Lama muestra bien a las claras la importancia política de esta regulación en apariencia circunscrita a asuntos meramente religiosos. El Panchen Lama (también conocido como Panchen Erdeni) es el segundo lama más importante en la jerarquía religiosa en el Tibet, y su posición está estrechamente ligada a la del Dalai Lama, cuya aprobación es tradicionalmente considerada necesaria para que el candidato a Panchen sea considerado como legítimo. Llegado el momento de poner en marcha el proceso de búsqueda de la nueva re-encarnación del Panchen a comiezos de la pasada década de los 90, el gobierno chino, a pesar de la legislación anteriormente referida, aceptó seguir el procedimiento de búsqueda tradicional, y autorizó a Chadrel Rimpoché, abad del monasterio de Tashilhumpo (el monasterio de residencia del Panchen Lama) y presidente del comité de búsqueda de la re-encarnación, a solicitar la colaboración del Dalai Lama en el proceso.

A comienzos de 1995 el comité de búsqueda pidió la confirmación por parte del Dalai Lama de uno de los niños candidatos, Gendun Chokyi Nyima, como nuevo Panchen Lama. Sin embargo, pocas semanas después, en uno de los habituales e inexplicables giros que caracterizan la política china, Pekín decidió dar marcha atrás y exigió que la re-encarnación del Panchen fuera escogida según el sistema de lotería impuesto a fines del siglo XVIII por la corte imperial china como medio de controlar el proceso, y en el que el nombre del niño elegido es extraído por el representante imperial de una urna de oro en la que previamente se han introducido los nombres de todos los candidatos. En mayo de 1995, y con el fin de evitar que Pekín designara a otro niño por el procedimiento de la urna de oro, el Dalai Lama confirmó a Gendun como re-encarnación legítima del Panchen Lama, una decisión que iba a traer consecuencias nefastas para los implicados en el proceso: Chadrel Rimpoché y su ayudante fueron inmediatamente arrestados, Gendun Chokyi Nyima y su familia fueron puestos bajo custodia de las autoridades, y un grupo de trabajo político fue enviado al monasterio de Tashilhumpo con el fin de lograr que los monjes “denunciaran” a Rimpoché y aceptaran el uso de la lotería como medio legítimo para elegir la re-encarnación. Tras dos meses de tensas e infructuosas sesiones políticas, la policía armada estatal entró en el monasterio y arrestó a más de 30 monjes disidentes. A fines de noviembre de 1995, un nuevo niño fue elegido como re-encarnación del Panchen Lama mediante el sistema de la urna de oro, y entronizado días después con el beneplácito de las autoridades políticas y religiosas (al menos de aquellos lamas y monjes dispuestos a colaborar con el gobierno central) del Tibet. En abril de 1997 Chadrel Rimpoché fue condenado a 6 años de prisión acusado de secesión y de “revelar secretos de estado” –es decir, por haber proporcionado al Dalai Lama los nombres de los candidatos a Panchen, incluido el de Gendun Chokyi Nyima, el niño confirmado por aquél. A día de hoy Gendun permanece, junto al resto de su familia, en paradero desconocido.

La versión oficial china de los hechos, hecha pública en un documento conmemorativo del séptimo aniversario de la entronización del 11er Panchen Lama, no hace mención alguna de Chadrel Rimpoché ni de Gendun Chokyi Nyima. El documento alaba la conclusión exitosa del proceso de selección como prueba del cumplimiento por parte del gobierno de la política de libertad religiosa garantizada por la constitución de la RPC de 1982 (y que tan sólo se aplica a los cinco cultos reconocidos oficialmente, es decir, budismo, taoísmo, catolicismo, protestantismo e islám), y presenta el empleo de la urna de oro como muestra del respeto hacia las “convenciones históricas” (término que se repite hasta la saciedad en el documento) del budismo tibetano, y, por tanto, hacia dicha tradición como tal. Lo que el escrito no dice es que dicha “convención” no fue elaborada por un consenso de líderes religiosos tibetanos, ni mucho menos del “pueblo” del Tibet, sino que se trata de una creación unilateral del gobierno imperial chino, destinada a afirmar su soberanía sobre dicha región; tampoco dice que la urna no fue usada en la elección del último Panchen, ni en la de los dos últimos Dalai Lamas, lo que al parecer no ha restado a ninguno de ellos un ápice de su supuesta legitimidad como líderes religiosos, al menos a ojos de los tibetanos.

Sea como fuere, tanto la afirmación de la autoridad del gobierno chino en el proceso de búsqueda y selección del Panchen Lama, como el establecimiento de la legislación relativa a los lamas re-encarnados, están sin duda dirigidos a preparar la elección del próximo Dalai Lama –elección en la que el Panchen Lama juega también un papel importante: de conseguir establecer la legitimidad de un nuevo Dalai Lama integrado en las estructuras estatales de la RPC y complaciente con las directrices de Pekín, el PCC habría logrado asestar un duro golpe al auto-proclamado gobierno tibetano en el exilio. Con el fin de evitar que esto suceda, el actual Dalai Lama ha afirmado recientemente en una entrevista que la elección de su sucesor podría basarse en ideas y métodos innovadores respecto a la tradición, como por ejemplo un referéndum; el Dalai ha insinuado también que, de morir en el exilio, su re-encarnación podría hallarse fuera del Tibet, una insinuación que muy posiblemente va destinada a hacer que Pekín se plantee nuevamente la posibilidad de entablar negociaciones conducentes a un futuro retorno del líder budista a la RPC. En este sentido, el Dalai Lama ha insistido a lo largo de los últimos años en que no busca la independencia para el Tibet, sino sencillamente una autonomía mayor para la región, bajo soberanía última de Pakín. Sin embargo, el gobierno chino, a través del portavoz de su ministerio de asuntos exteriores, ha rechazado ya las pretensiones del Dalai Lama como “contrarias a las convenciones históricas” del budismo tibetano, y se niega a entablar cualquier tipo de diálogo con el líder en el exilio: como se señala explícitamente en “A doomed failure”, no es posible otorgar mayor autonomía política a la RAT en el marco de la actual constitución. De no producirse cambio alguno en esta situación, es muy probable que a la muerte del actual coexistan dos Dalai Lamas, uno dentro y otro fuera de la RPC.

Decidir entonces cuál sea el Dalai Lama legítimo dependerá obviamente de la posición que uno adopte respecto a las pretensiones de soberanía sobre el Tibet por parte del gobierno de Pekín. En este sentido, el gobierno tibetano en el exilio ha sabido hasta el momento poner en cuestión la legitimidad de dichas pretensiones y ganarse el apoyo, siquiera testimonial, de diversos gobiernos occidentales deseosos de presentar a la RPC como un país en que los derechos humanos (incluidos los religiosos) son violados sistemáticamente. Por otro lado, el éxito propagandístico obtenido a nivel internacional por el Dalai Lama y sus seguidores se ha basado en la construcción selectiva de una imagen de la cultura tibetana en torno a principios espirituales y pacifistas, y fácilmente adaptable además, gracias a una extrema simplificación de los complejos rituales budistas tibetanos, a las exigencias de potenciales occidentales interesados en familiarizarse con la “espiritualidad oriental”. Esta idealizada imagen del budismo, cuidadosamente elaborada tras el contacto de los tibetanos en el exilio con las las ideas de Gandhi y Nehru y la “doctrina de la no-violencia”, y legitimada por la concesión del Nóbel de la Paz a Tenzin Gyatso en 1989, es completamente ajena, como Pekín no se cansa de repetir, a la tradición político-religiosa en el poder en el Tibet antes de 1951, como demuestran los frecuentes enfrentamientos armados entre monasterios, que se prolongaron hasta bien entrado el pasado siglo.

La supuesta voluntad “pacifista” del gobierno tibetano en el exilio quedó también en entredicho cuando en 1998 miembros de dicho gobierno admitieron haber recibido ayuda de la CIA estadounidense (en forma de 1,7 millones de dólares anuales y entrenamiento militar para miembros del movimiento independentista en Colorado) para organizar desde Nepal operaciones de guerrilla en el Tibet en los años 60 del pasado siglo. Dicha ayuda se esfumó con la mejora de relaciones entre Washington y Pekín a comienzos de los años 70, y fue entonces cuando el Dalai Lama y su corte se centraron en buscar una solución pacífica al conflicto del Tibet, encaminada a lograr el establecimiento de un Tibet democrático e independiente.

Por supuesto, nada de esto implica automáticamente la legitimación de las aspiraciones soberanistas de Pekín sobre el Tibet, basadas en gran parte en una deformación histórica que, en su intento por establecer la continuidad del dominio chino sobre la región, omite hechos históricos tan relevantes como el levantamiento que en 1912 expulsó a los representantes civiles y militares chinos del Tibet y que hizo de dicha región un estado independiente de facto hasta la entrada del Ejército Popular de Liberación chino en Lhasa en 1951.

La política religiosa del PCC en el Tibet continúa además basada en el control estricto de las actividades religiosas, control que se ha visto reforzado (como se ha visto para el caso del proceso de elección del 11er Panchen Lama) desde mediados de los años 90: la cooptación de líderes religiosos dentro del sistema político estatal, el establecimiento de cuotas máximas para la admisión de novicios en los monasterios (aplicadas o no en virtud de la coyuntura política), o el control ejercido por los Comités de Gestión Democrática, que han sustituído a la anterior estructura monástica dirigente para convertirse en los órganos de mayor autoridad dentro de los monasterios, y que se encuentran bajo supervisión directa del Departamento de Asuntos Religiosos y el Departamento de Trabajo del Frente Unido del PCC, son algunos de los instrumentos que el gobierno utiliza para controlar el potencial político latente en los monasterios tibetanos –instrumentos que incluyen, además, la aplicación puntual de la fuerza cuando el estado lo considera necesario, como ha sucedido en el caso de las ejecuciones de monjes sospechosos de haber cometidos actos subversivos o “terroristas” contra el gobierno de Pekín.

La continuidad de la oposición anti-gubernamental tanto en el interior como en el exterior del Tibet demuestra que el PCC ha fracasado en su intento de legitimar su papel como patrón de la religión entre las nuevas generaciones de monjes y el conjunto de la población tibetana: las continuas campañas policiales puestas en práctica desde mediados de los años 90 contra la distribución y exhibición de imágenes del Dalai Lama en la RAT ejemplifican la aparentemente inextingible popularidad del líder religioso en la región.

Sin embargo, la férrea política religiosa del PCC ha logrado cuando menos dividir y debilitar la oposición de la jerarquía eclesiásitica budista a su dominio en la RAT. Además, el apoyo internacional que el Dalai Lama y su gobierno en el exilio reciben por parte de diversos gobiernos occidentales no pasa de ser, como se ha mencionado, meramente testimonial, y la soberanía china en el Tibet, a pesar de su popularidad como tópico de discusión en Europa o EEUU, no es en la actualidad motivo de debate en la comunidad política internacional: la integración económica y política del Tibet en las estructuras nacionales de la RPC, que incluye en efecto la migración masiva a la región de población procedente del este del país, es cada vez mayor, y Tienzin Gyatso y sus seguidores son conscientes de que, en la medida en que la situación no cambie, el tiempo juega en su contra.

Roger Casas
Coordinador Local proyecto UNESCO de preservación cultural en China

Más información...

El artículo “Carrying forward Buddhism or fueling evil cults?” puede encontrarse en este enlace del Daily People´s Online: http://english.people.com.cn/90001/90780/6279537.html -no he encontrado versión en castellano del escrito; la versión completa de “A doomed failure” puede leerse en http://www.bjreview.com/quotes/txt/2007-10/08/content_78846.htm. La mayor parte de los datos acerca del proceso de selección del 11er Panchen Lama han sido sacados del artículo de Ronald D. Schwartz “Renewal and resistance: Tibetan Buddhism in the modern era”, incluido en la obra colectiva Buddhism and politics in twentieth-century Asia (Continuum, 1999). El documento que ofrece la versión oficial del proceso de búsqueda y elección del nuevo Panchen fue publicado en el tercer número de la revista China Tibetology, bajo el título "An example for posterity: Celebrating the Seventh Anniversary of the search for and confirmation of the Eleventh Panchen", y puede consultarse (en distintas partes) aquí:
http://www.tibet.cn/english/zt/TibetologyMagazine/..%5CTibetologyMagazine/..%5CTibetologyMagazine/moban.asp?id=03

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