viernes, 15 de junio de 2007

El ambiguo legado del Emperador Amarillo

Número 3/ Junio-Julio 2007
Roger Casas

El pasado mes de abril apareció en varios diarios occidentales (véase por ejemplo El País del día 18) la imagen de la gigantesca escultura recién inaugurada en Xinzheng, provincia de Henan, en la República Popular China (RPC), que representa a Huangdi, el Emperador Amarillo, junto a Yandi, el Emperador Rojo, personajes legendarios ambos relacionados con los orígenes de la llamada “civilización china”. Como han señalado los diversos medios que han recogido la noticia, el monumento supone, además de una importante inversión económica con la que se espera promover el desarrollo de la industria turística en la región, un claro signo de la creciente importancia que el Partido Comunista Chino (PCC) otorga a la ideología nacionalista como medio de legitimación política.

El acto de inauguración oficial de esta escultura ha constituido el punto álgido de una celebración que tiene lugar de modo anual en Xincheng el tercer día del tercer mes del calendario lunar, y que conmemora el legendario nacimiento del Emperador Amarillo en dicho lugar; además de la presentación de la colosal obra, este año los fastos han incluído reuniones académicas centradas en la figura del Emperador, así como una serie de ferias y congresos relacionados con la promoción del turismo y el comercio en Henan.

Las celebraciones de Henan no son las únicas dedicadas anualmente al Emperador Amarillo: En la localidad de Huangling, en la vecina provincia de Shaanxi, se encuentra situado el (también ciclópeo) mausoleo dedicado al Emperador, en el que cada 5 de abril, y coincidiendo con la celebración del Qingming, el festival durante el cual los chinos honran a sus antepasados, tiene lugar una gran ceremonia de ofrenda pública al espíritu de Huangdi, considerado oficialmente como ancestro común de la “nación china” –una concepción que refleja las contradicciones del nacionalismo chino actual.

En el origen...

Aunque basados en ideas preexistentes durante el imperio de la dinastía manchú Qing, tanto el concepto de “nación china” (Zhonghua minzu) como la consideración del Emperador Amarillo como primer ancestro de la misma (en mandarín, shizu) fueron definidos a comienzos del siglo XX, un momento de crisis en que la propia supervivencia de China parecía ponerse en cuestión ante la grave inestabilidad política que sufría el país. Hasta entonces, la construcción de la ideología imperial se había basado en la supuesta primacía de los valores culturales chinos sobre los de otros pueblos: La pertenencia a la comunidad china era entendida por las élites manchúes principal –aunque no exclusivamente– en términos de pertenencia a una cultura determinada.

Autores reformistas tales como Kang Youwei o Liang Qichao, así como otros que apoyaron la revolución que pondría fin a la dinastía Qing en 1911 (como Chen Tianhua, Liu Shipei o el propio Sun Yat-Sen), abandonaron esta difusa concepción cultural y optaron por idear un estado-nación que, de acuerdo con el modelo occidental, enfatizara la importancia del elemento etno-racial como base del vínculo existente entre los miembros de la comunidad nacional. Sin embargo, ambos grupos defendían concepciones diferentes de la nación que debía formar la base del nuevo estado: Mientras para los reformadores la llamada “nación china” englobaba a todos los pueblos que habían formado parte del imperio manchú (esto es, que habían sido sometidos en mayor o menor grado a la administración del imperio), los revolucionarios desarrollaron una idea más exclusiva de la misma, limitándola al pueblo Han (1), los que podríamos denominar, obviando lo complejo de esta categorización, como chinos propiamente dichos, con el fin principal de presentar la dinastía manchú como un grupo de usurpadores extranjeros ante la opinión pública.

Investigadores como Frank Dikötter o Prasenjit Duara han mostrado cómo la formación del concepto de nación como raza en China no se llevó a cabo sencillamente a través de la adopción de modelos occidentales (transmitidos a menudo a través de traducciones japonesas), sino que se fundamentó en conceptos autóctonos: La institución del linaje, de fuerte raigambre en la cultura Han (especialmente durante el último período del imperio manchú), sirvió como modelo para la creación de la nación, que pasó entonces a entenderse como un linaje ampliado que compartía un territorio y un ancestro común que vinculaba a todos sus descendientes por medio de un culto comunitario. La tradicional piedad filial confuciana mostrada hacia los miembros mayores de la familia y los gobernantes se transformó en lealtad hacia la nación, y el Emperador Amarillo se convirtió oficialmente en ancestro común de la Zhonghua minzu.

Uno de los legendarios Cinco Emperadores de la tradición literaria, según el historiador Sima Qian el Emperador Amarillo habría reinado entre el 2697 y el 2597 A. C. –coincidiendo así prácticamente con el inicio de los “5,000 años de historia” que, de acuerdo con el discurso oficial en la RPC, convierten a la cultura china en la más antigua de cuantas existen todavía en el mundo. A pesar de no haber dejado rastro arqueológico alguno, la tradición considera al Emperador Amarillo como uno de los iniciadores de la “civilización china”, atribuyéndole la invención del carro de caballos, el arco y la flecha, e incluso la medicina tradicional. Se ha escrito también que uno de los historiadores de su corte inventó la escritura china de pictogramas, y por si esto fuera poco, su supuesta victoria sobre las otras dos tribus predominantes en aquel momento en las cuencas media y baja del Río Amarillo (una de las cuales era conducida por el Emperador Rojo) lo convertiría en el propulsor de la primera unificación de la “nación china” –aunque el honor de haber creado el primer estado unificado chino pertenece todavía al célebre Qin Shihuangdi.

A menudo, y a través de una sencilla lógica, la representación que reformadores y revolucionarios hacían del Emperador Amarillo como ancestro común se aplicaba no sólo a los chinos –o a los chinos Han–, sino a toda la raza amarilla, opuesta conceptualmente a la raza blanca que en aquel momento controlaba gran parte del globo y cuyos intereses en China amenazaban la integridad territorial del viejo imperio y la recién nacida república. Diversos escritos polémicos producidos en aquella época enfatizaban las diferencias culturales y físicas entre la raza blanca y la raza amarilla, mientras las diferencias entre los diversos pueblos del Este de Asia se relativizaban; así, el concepto de “raza amarilla”, que alguien ingenuamente podría entender como despectivo hacia diversos pueblos asiáticos, fue tomado con orgullo por reformadores y revolucionarios como otro medio ideológico destinado en última instancia a colocar de nuevo a la “nación china” en el lugar central del que supuestamente había sido desplazada tras las Guerras del Opio.

Según Frank Dikötter, los conflictos entre linajes que habían azotado China durante el siglo XIX se transformaron en el conflicto que a partir de entonces habría de ser el fundamental, el desarrollado entre las diferentes razas que pueblan el planeta, un conflicto en el que la “nación china” se consideraba destinada a ejercer su papel central dentro del conjunto de la raza amarilla. Como afirma Dikötter, “los territorios ancestrales, la tierra divina del Reino del Centro [Zhongguo, como se llama a China en el propio país], asociado tradicionalmente al color amarillo en oposición a la tierra «roja» y la tierra «blanca» de los bárbaros, debía ser defendido contra el linaje blanco. El «peligro blanco» fue de hecho una respuesta notable al miedo al «peligro amarillo» que entonces predominaba en el Oeste”(2). De acuerdo con estas ideas, algunos intelectuales de finales del siglo XIX, como Li Hongzhang, intentaron promover un movimiento “pan-asiático” que uniera a los diversas naciones del Este de Asia –en particular China y Japón– en su lucha contra el imperialismo occidental. Sin embargo, dichas esperanzas fueron abandonadas una vez se hicieron evidentes las ambiciones militaristas del propio estado japonés (que derrotaría a la China manchú en su enfrentamiento de 1894-95), más preocupado por someter militarmente a sus vecinos con el fin de explotar sus recursos naturales que por promover alianza alguna entre ellos.

Los esfuerzos de intelectuales y dirigentes chinos se volcaron por tanto en la construcción interna de la nación china, con el fin de mantener las (difusas) fronteras territoriales del imperio Qing, un objetivo hecho explícito por Sun Yatsen, fundador del Partido Nacionalista chino (Goumindang ó GMD), en su apología de la “nación china”, los célebres “Tres Principios del Pueblo” (San Min Zhuyi); en su descripción del “nacionalismo” (Minzu zhuyi), Sun abogaba por el triunfo en China de un “nacionalismo cívico” que abandonaba la idea de una nación restringida a los Han (defendida como ya se ha dicho por los revolucionarios que pusieron fin al imperio de la dinastía Qing), y que configuraba la “nación china”(3) como una entidad supra-nacional que incluía no sólo a este último grupo, sino también, como ya se ha mencionado, al resto de etnias del país, un grupo que, debido principalmente al relativo desconocimiento existente respecto a la situación en el Suroeste del país, incluía entonces tan sólo a mongoles, tibetanos, manchúes y musulmanes.

A pesar de las críticas realizadas por algunas figuras intelectuales de la época, tales como el historiador Gu Jiegang, la posición de Huangdi como primer ancestro de la Zhonghua minzu se mantuvo a lo largo de todo el período republicano, y en 1941 todavía se le nombraba en los discursos oficiales realizados con ocasión del Qingming como fundador de la nación e iniciador de la raza. Años después, en 1957 la religión del Emperador Amarillo fue instaurada en Taiwan con apoyo del gobierno del GMD, que en aquel momento gobernaba ya sólo en la isla.

...y en la actualidad

La idea de una “nación china” que integrase a todos los grupos étnicos del país, fue retomada por el PCC de Mao Zedong en el establecimiento de la RPC en 1949. A pesar las promesas de independencia hechas previamente a varios pueblos no Han con el fin de obtener su apoyo en la guerra civil frente al GMD, el PCC estableció un estado “unitario y multiétnico” (es decir, indivisible a pesar del reconocimiento de las distintas entidades culturales y políticas que lo habitan) dentro de las fronteras del antiguo imperio Qing. Bajo influencia de la política de minorías desarrollada en la Unión Soviética, el PCC creó un sistema oficial de categorización étnica que reconocía de modo oficial la diversidad cultural del país, y que tenía por fin último hacer efectivo el control de las poblaciones no Han y la administración de los territorios habitados por dichas poblaciones, así como facilitar su integración en las estructuras políticas y económicas de la RPC; dicho sistema, todavía en vigor, organiza la infinidad de grupos étnicos que habitan el país en 56 categorías, la más numerosa de las cuales es obviamente la Han (oficialmente el 92% de la población) –una categoría por otra parte también extremadamente problemática, que agrupa a pueblos con culturas muy diversas y lenguas ininteligibles entre sí.

Las 55 “minorías nacionales” o “nacionalidades”, como se traduce oficialmente el término shaoshu minzu, disfrutan de derechos legales especiales respecto a los Han (tales como exención de la política de hijo único, derecho a la promoción de la lengua y cultura locales, etc.), y las regiones denominadas “autónomas” (zizhiqu), aquellas en las que dichos grupos representan la mayor parte de la población, un supuesto mayor nivel de autonomía política (4).

El objetivo fundamental de esta categorización es formar, de acuerdo con las ideas de Sun Yatsen, una comunidad política supra-nacional que agrupe a todas las diversas culturas de la RPC bajo el paraguas de la Zhonghua minzu, abandonando (al menos a nivel oficial) actitudes discriminadoras o racistas hacia las distintas etnias (actitudes criticadas en la literatura oficial del PCC como “el gran chovinismo Han”) y garantizando los derechos de los grupos no Han a mantener una cultura diversa, facilitando su integración en el sistema pero oponiéndose a la asimilación completa de dichos grupos en el interior del mismo. Sin embargo, la aplastante proporción de la mayoría Han en el país ha provocado que el concepto de “nación china” sea entendido de hecho, tanto dentro como fuera de la RPC, como “nación Han”, y que la asimilación de las “minorías nacionales” en la cultura Han se vea como algo natural.

Pese a que la RPC reconoce la convención internacional que afirma la indivisibilidad territorial de soberanía y ciudadanía, y por tanto la “nación china” engloba técnicamente a todos los ciudadanos del país, pertenezcan a la “nacionalidad” que pertenezcan, la continuidad de la concepción etno-racial de la nación ha hecho que el carácter de la ciudadanía –o de la pertenencia a la comunidad política– en la RPC siga envuelto en la más absoluta confusión, como demuestra la ambigua situación de los llamados “chinos de ultramar”, los chinos residentes en el extranjero (huaqiao): Sólo en 1980 (Ley de Nacionalidad de la RPC) se rechazó legalmente el principio de “doble nacionalidad” según el cual los miembros de este grupo seguían siendo considerados ciudadanos de la RPC a pesar de poseer otra nacionalidad. De acuerdo con esta idea, los en origen ciudadanos de la RPC residentes en el extranjero estaban representados en instituciones estatales tales como la Asamblea Nacional Popular o la Conferencia Política Consultativa del Pueblo Chino. Sin embargo, tras 1980 los huaqiao han de abandonar la nacionalidad china a la hora de obtener la nacionalidad de otro país (5). Sin embargo, la confusión acerca de la relación de los chinos emigrados se mantiene incluso a nivel oficial, como demuestran las declaraciones realizadas por el gobierno de la RPC ante las ocasionales persecuciones sufridas por poblaciones de origen chino en Indonesia en 1998 o en las Islas Salomón en abril del pasado año. Del mismo modo, el gobierno del PCC aduce razones de sangre para considerar a los taiwaneses como “compatriotas” (tongbao) y negarles el derecho a constituir una comunidad política independiente en la que Pekín considera una “provincia rebelde”.

En este contexto, la figura del Emperador Amarillo continúa proporcionando un referente para la unidad de la Zhonghua minzu, tanto dentro como fuera de las fronteras de la RPC. Diversas celebraciones oficiales relacionadas con el Emperador, por ejemplo, han contado en los últimos años con la presencia de representantes del GMD taiwanés –que, obvia decir, defienden también una concepción convenientemente amplia de la “nación china”. De hecho, las conmemoraciones anuales de Henan y Shaanxi enfatizan que la mejor manera de honrar la memoria de Huangdi sería lograr la reunificación de la madre patria. Como dijo John Chiang, nieto de Chiang Kai-shek y miembro del Comité Central del GMD, durante los actos celebrados en Huangling hace dos años, “los que vivimos a ambos lados del Estrecho de Taiwan somos chinos. Nada puede, ni debe, separar a los unos de los otros, ni de su raíz común, de su clan común [sic] o de su ancestro común. La sangre es siempre más espesa que el agua”(6).

Aunque en ocasiones la prensa de la RPC presenta al Emperador Amarillo exclusivamente como ancestro de los chinos Han (es decir, de acuerdo la representación defendida por los revolucionarios de principios del siglo XX), Huangdi es generalmente reconocido como el ancestro común de la “nación china” en su conjunto, sin hacer distingos entre los diferentes grupos étnicos que habitan la RPC, los chinos residentes en el extranjero, etc. En este último caso, el Emperador Amarillo ejemplifica la práctica del PCC de utilizar símbolos relacionados con la cultura Han (como el Año Nuevo-Festival de Primavera o el mandarín, declarado lengua oficial para todo el país), a la hora de promover la lealtad política de los distintos grupos sociales hacia el estado, así como de fomentar la participación de los chinos emigrados en el desarrollo económico del país o simplemente de promocionar la imagen de la RPC en el extranjero.

Además de promover la unidad de esta ficticia “nación china” cuyos rasgos de identidad se confunden con los de la cultura Han, las celebraciones y actos relacionados con el Emperador Amarillo están destinados a fomentar la idea de dicha nación como algo enraizado en el pasado más remoto, legitimando así de modo incuestionable tanto la necesariedad de la supervivencia de la misma como la del papel dirigente de su autoproclamado representante y salvaguarda, el PCC(7).

No hará falta señalar que lo dicho hasta ahora no garantiza de ninguna manera que la presentación oficial que de la “nación china” hace el PCC haya de ser necesariamente aceptada por individuo alguno, mucho menos por ninguno de los grupos, Han o no Han, que pueblan el país: Entre la aceptación y el rechazo absolutos de esta presentación existen sin duda muchas maneras de relacionarse con el patriotismo que el estado trata de vender como propio de todos y cada uno de los chinos. Sin embargo, uno se atrevería a afirmar que la construcción nacional funciona tan bien en la RPC como en otras partes; no hay más que ver la ligereza con que tanto dentro como fuera del país se acepta la supuesta existencia de una entidad llamada “China”, identificada popularmente por supuesto, pese a los esfuerzos de la taiwanesa República de China, con la República Popular.

Más alla del pretendido abandono actual de la simbología comunista por parte del PCC, resulta interesante, en estos tiempos en que la globalización está poniendo fin (según dicen algunos) a las fronteras nacionales, observar la continuidad y vigencia tanto de la idea del estado-nación, como de los métodos empleados para legitimarla. De hecho, el culto al Emperador Amarillo, tan sólo uno más de los símbolos utilizado por el PCC con el fin de construir la identidad nacional, se mantuvo incluso durante la Revolución Cultural, cuando los símbolos relacionados con el pasado confuciano de China sufrían el ataque de los Guardias Rojos. Hoy en día, los mausoleos de Mao Zedong y de Huangdi –cuya figura justifica quizás la existencia de un culto estatal difícil de justificar en relación a Mao– conviven en armonía, sin contradicción, porque la construcción de eso que Maurice Halbwachs llamó “memoria colectiva” es esencialmente arbitraria, y el único principio necesario que la informa es el de su aparente coherencia respecto al presente: Dentro del discurso oficial, el Emperador Amarillo ha contribuido a la creación y pervivencia de la “nación china” tanto como Qin Shihuangdi o Mao, y lo más probable es que todos ellos sigan contribuyendo a producir ideas sobre la misma, y sobre aquellos que la forman, durante mucho tiempo.

Roger Casas
Licenciado en Historia

Notas:

(1) Por tratarse de un término que carece de traducción castellana, mantengo para “Han” la “h” mayúscula de la transcripción pinyin e inglesa.
(2) Frank Dikötter, The discourse of race in modern China, Hurst & Co., Londres, 1992, p. 71. La mayor parte de los datos recogidos en estos párrafos provienen de esta obra
(3) El primero en usar el término fue el primer presidente de la República de China, Yuan Shikai, en un discurso de 1912 que hacía referencia a la pertenencia de Mongolia (Exterior) a la “nación china”. La consideración de la autonomía de Mongolia sigue siendo ambigua a nivel popular en la RPC.
(4) No es este el lugar para pasar revista a la política étnica de la RPC. Una resumida introducción a esta cuestión puede encontrarse en el artículo de Laura Newby, “Las minorías étnicas”, incluido en la obra colectiva China en transición. Sociedad, cultura, política y economía, coordinada por Taciana Fisac y Steve Tsang y publicada por Bellaterra en el año 2000.
(5) Véase al respecto el interesante artículo de James Townsend “El nacionalismo chino”, en Jonathan Unger (coord.), Nacionalismo chino, obra publicada en castellano por Bellaterra en el año 2000; sobre la cambiante consideración oficial de los chinos emigrados puede verse el capítulo segundo del trabajo de Joaquín Beltrán Antolín, Los ocho inmortales cruzan el mar. Chinos en Extremo Occidente, publicado en la misma editorial.
(6) People´s Daily Online, 6 de abril de 2005.
(7) En esta misma línea de pensamiento pueden incluirse los esfuerzos “científicos” por afirmar el vínculo entre los restos de homínidos encontrados en yacimientos de la RPC, y las poblaciones chinas actuales. Véase Frank Dikötter, “Identidad”, en China en transición, op. cit., pp. 171 ss.

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