lunes, 20 de diciembre de 2010

Asia Central, ¿vuelve la insurgencia islamista?

Número 22/octubre-diciembre 2010
Iván Giménez Chueca

La guerra en Afganistán y sus repercusiones en Pakistán tienen una amplia cobertura en los medios de comunicación; pero sus ecos en las ex repúblicas soviéticas de Asia Central pasan más desapercibidas y podrían tener unas consecuencias geoestratégicas muy importantes en una zona especialmente sensible. Los últimos acontecimientos en la zona -enfrentamientos interétnicos en Kirguizistán y los atentados en Tayikistán- han despertado el fantasma de un retorno de la insurgencia armada islamista que fue especialmente activa en los años 90.

Tayikistán está viviendo una segunda mitad de año especialmente agitada y que ha despertado el temor de un regreso de grupos armados islamistas como los que protagonizaron la guerra civil entre 1992 y 1997. Todo empezó a finales de agosto cuando 25 islamistas acusados de terrorismo escaparon de una cárcel en la propia capital del país, Dushanbe, con ayuda de hombres armados y mataron a cinco guardias.

Pocos días después, el 3 de septiembre, dos policías murieron y otras 28 personas resultaron heridas en el primer atentado suicida en la historia de Tayikistán (un hecho curioso teniendo en cuenta que el país vivió un conflicto civil con islamistas). Dos semanas después, 28 soldados murieron en una emboscada a manos de islamistas en el valle de Rasht, feudo tradicional de los grupos armados islamistas durante la guerra y donde las fuerzas gubernamentales nunca han podido ejercer un control efectivo. De hecho, el destacamento que sufrió el ataque estaba persiguiendo a los militantes fugados en agosto.

Desde el final de la guerra civil en 1997, no se habían producido unos hechos tan graves pese a la presencia de grupúsculos de orientación salafistas en el país. La clave está en saber interpretar estos hechos y sus consecuencias en la estabilidad regional. Realmente hay un incremento de la insurgencia islamista en Asia Central.

En primer lugar, conviene identificar la autoría de estos hechos. El principal sospechoso es el Movimiento Islámico de Uzbekistán (MIU), ellos mismos han reivindicado su responsabilidad en los ataques; y el gobierno tayiko ha corroborado su responsabilidad.

Hasta aquí podría parecer que la situación tiene una explicación sencilla: terroristas que buscan derrocar a una serie de gobiernos, algo similar a lo que se puede encontrar en otros lugares del mundo musulmán. Pero para entender correctamente la situación en Asia Central conviene tener en cuenta una serie de factores.

Mujeres uzbecas y niños tras los choques étnicos en Kirguizistán. Fuente: ONU


Sin duda, el MIU tiene el perfil adecuado para perpetrar estos atentados. Ha sido la organización terrorista islamista más activa en Asia Central desde la caída de la URSS en 1991 (1). Su meta es la creación de un Califato que englobara las cinco ex repúblicas soviéticas (Kazakstán, Turkmenistán, Kirguizistán, Uzbekistán, y Tayikistán). De acuerdo con esta estrategia, su principal objetivo era derrocar al régimen uzbeco de Islam Karimov, ya que creen que si éste cae el resto de estados le seguirán en una especie de efecto domino. Fue especialmente activo en la segunda mitad de la década de los 90 con incursiones no sólo en territorio de Uzbekistán sino también en Kirguizistán y Tayikistán. Además se convirtió en un aliado de Al Qaeda y los talibanes, como parte de la Yihad internacional.
El carácter secular y autoritario de los regímenes centroasiáticos -con la excepción de Kirguizistán tras los hechos de junio- los convierte en objeto de las iras de los islamistas radicales. Las élites gobernantes provienen de los cuadros de mando de los partidos comunistas de las respectivas repúblicas soviéticas.

Asimismo, la situación de falta de libertades derivada del carácter autoritario de estos gobiernos, así como la situación de pobreza especialmente en Uzbekistán, Tayikistán y Kirguizistán hacen que el discurso islamista pueda calar entre segmentos importantes de la población.

En el mismo sentido, la actitud represiva de estos regímenes ha provocado que en nombre de la lucha contra el terrorismo islamista se hayan producido violaciones flagrantes de los Derechos Humanos. La dictadura uzbeka del presidente Islam Karimov es el caso paradigmático donde se pueden encontrar detenciones arbitrarias a opositores, torturas, ejecuciones y asesinatos extrajudiciales. El hecho más grave fue la masacre de Andijan en mayo de 2005; cuando el ejército uzbeko abrió fuego indiscriminadamente contra civiles que se manifestaban en favor de unos presos islamistas (pero no terroristas) que se habían fugado de prisión.

En este ambiente represivo, los gobiernos centroasiáticos no distinguen entre organizaciones propiamente terroristas y grupos que rechazan la violencia pero que tienen una importante implantación social. Este sería el caso de Hizb ut-Tahrir (HUT); una organización que defiende el establecimiento de un califato pero que descarta la vía terrorista. Se creó en 1953 en Jerusalén y está presente en 40 países. En Asia Central, sus miembros han sufrido la misma represión que los terroristas del MIU.

Además, los gobiernos de la región han justificado sus políticas represivas por el temor a las influencias que venían de Afganistán (y en especial desde la irrupción de los talibanes). Así se han podido presentar como fieles aliados de las potencias extranjeras como Rusia, China o EEUU, preocupadas por la expansión del integrismo.

Buena parte de la influencia de los islamistas en Asia Central se concentra en el Valle de Fergana -una región que se extiende por Uzbekistán, Kirguizistán y Tayikistán-, es la zona más poblada de Asia Central; y pese a su potencial económico, registra unos elevados índices de pobreza por la falta de medidas económicas adecuadas por parte de los respectivos gobiernos. Todos estos factores si se conjugaran de una determinada manera podrían convertir a la región en un polvorín.

Pero como posible contrapeso a una rebelión islamista, conviene señalar que históricamente la corriente del Islam que ha predominado en Asia Central ha sido la escuela Hanafí, considerada la más abierta de mentalidad; y opuesta al wahabismo que predican los wahabitas en las vecinas Afganistán y Pakistán. Pese a que los grupos radicales centroasiáticos sí que han abrazado la versión más cerrada de esta religión, no han encontrado un sustrato en las creencias propias de la población para generar una insurgencia a gran escala.
Con estas posiciones de partida, los diversos actores en la región parecen posicionarse para el escenario futuro. En especial si se produce una retirada de la OTAN y los talibanes vuelven a hacerse con el poder en Afganistán. La clave está en saber si el MIU y otros grupos tienen la capacidad futura para articular una insurrección armada a un nivel que pueda suponer un verdadero desafío estratégico.

Ante estas cuestiones, conviene tener en cuenta cómo el MIU pasó de ser un grupo con un ámbito de actuación muy localizado en Ferghana a ser un aliado primordial en el entramado que supone Al Qaeda; y como fuerza de combate para ayudar a los talibanes en sus luchas en suelo afgano.

El MIU nació en 1998 como resultado de la compleja guerra civil en Tayikistán. Dos islamistas uzbekos originarios del Valle de Ferghana, Tohir Abdoulhalilovitch Yuldashev y Jumaboi Ahmadzhanovitch Jojaev, y que habían destacado por promover el islamismo en Uzbekistán en los últimos días de la URSS se unieron al Partido del Renacimiento Islámico (PRI) en Tayikistán para luchar contra el régimen neocomunista de Dushanbe. Yuldashev era un gran orador y un experto en organización política. Mientras que Jojaev se dio a conocer por su pseudónimo, Namangani (en relación a su ciudad natal de Namangan) y era un hombre de acción. Veterano del Ejército Rojo en la guerra en Afganistán allí había redescubierto el Islam y sentía un profundo respeto por los guerrilleros muyahidines.

Los dos islamistas veían en la lucha de Tayikistán un primer paso para comenzar una Yihad por toda Asia Central. Yuldeshev se dedicó a viajar por países musulmanes para recabar apoyos en la guerra civil; mientras que Namangani se mostró como un comandante muy hábil en la guerra de guerrillas y un líder carismático que organizaba a los voluntarios uzbekos y de otros países musulmanes que acudían a luchar contra las fuerzas gubernamentales.

Además, en estos años Namangani también recibió ayuda desde Afganistán y utilizó el norte de este país como base de operaciones, ya que el célebre líder tayiko Ahmad Shah Masud apoyaba la lucha del PRI con armamento y formación a sus guerrilleros.

Pero los sueños de la Yihad desde Tayikistán se esfumaron en 1997 con los acuerdos de paz. El PRI apostó por una defensa del islamismo moderado desde la (aparente) democracia que florecía en el país. Namangani no aceptó el final de las hostilidades y finalmente huyó a Afganistán. Allí también había perdido el apoyo de Masud (también partidario del fin del conflicto), pero encontró nuevos aliados: los talibanes y Osama Bin Laden.

Los tres actores tenían intereses para llegar a un acuerdo. Namangani obtenía financiación y entrenamiento para organizar su lucha. Los talibanes disponían de una importante baza con la que desestabilizar a unos regímenes que apoyaban a la Alianza del Norte por miedo a la inestabilidad que podía venir de Kabul. Mientras que Al Qaeda podía infiltrarse en una zona donde no tenía una presencia destacada.

De este modo en 1998, Namangani y Yaldeshev crearon el MIU y dejaron claro que su objetivo era derrocar al régimen de Uzbekistán lo que generaría una reacción en cadena que haría caer a los otros gobiernos, para finalmente instaurar un estado islámico en Asia Central. Pronto comenzaron las acciones armadas de este grupo; la que les dio notoriedad fue una cadena de atentados con coches bombas en Taskhent en febrero de 1999. El gobierno de Islam Karimov reaccionó con suma violencia y detuvo a miles de personas; lo que alimentó el discurso de los islamistas (2).

Ese mismo verano el MIU infiltró guerrilleros desde Afganistán y atacó zonas del Valle de Ferghana en Uzbekistán y Kirguizistán. Los ejércitos centroasiáticos demostraron su escasa preparación y a duras penas pudieron rechazar los ataques; lo que alarmó a Rusia, China y EEUU que rápidamente aumentaron su ayuda militar. Además, Washington en 2000 incluyó al MIU en su lista de grupos terroristas. Además los planes de los fundamentalistas parecían funcionar a la perfección. No sólo conseguían más adeptos gracias a la represión, sino que los regímenes centroasiáticos se recriminaban entre ellos que permitieran la libre circulación de terroristas por sus fronteras. Uzbekistán amenazaba con penetrar en territorio kirguizo para perseguir a los insurgentes, y acusaba a Tayikistán de permitir el paso de éstos por su territorio desde Afganistán.
La dinámica de incursiones armadas desde Afganistán durante el verano se fue repitiendo y los islamistas cada vez demostraban una mayor preparación en sus ataques gracias al entrenamiento de los talibanes; incluso consiguieron instalar células durmientes en el Valle de Ferghana.

Pero el apoyo de Bin Laden y el Mula Omar no era gratuito y el MIU también se implicó en la guerra contra la Alianza del Norte. De hecho, el suelo afgano se convirtió en una especie de legión panislamista ya que comenzó a recibir voluntarios de diversa procedencia como chechenios, pakistaníes, árabes, uighures,... Este hecho parecía legitimar sus pretensiones de yihad en Asia Central; pero también convertía al grupo de Namangani y Yaldeshev en el punto de atención de las potencias extranjeras.

La guerra en Afganistán en octubre de 2001 fue un duro golpe para el MIU. Sus militantes fueron masacrados en la batalla de Kunduz y en el motín de la fortaleza de Kalai Jangi por la Alianza del Norte y la aviación estadounidense. Namangani murió en estos combates y Yuldashev consiguió escapar. Parecía que el grupo había quedado muy dañado e incluso muchos cuestionaron que constituyera una amenaza. (3)

Pero poco a poco se fue viendo que estas explicaciones eran algo optimistas. El MIU se reagrupó en el Waziristán paquistaní y mantuvo sus vínculos con Al-Qaeda. Siguió acogiendo militantes de otros países a los que entrenaba en tácticas insurgentes. Comenzó a asumir un rol cada vez más destacado en los combates entre los integristas y las fuerzas de seguridad pakistaníes; así como en el control del tráfico de opio.

Estas acciones han provocado que el MIU se convirtiera en objetivo de las controvertidas operaciones estadounidenses en Pakistán. En agosto de 2009 aviones Predators no tripulados mataron a Yuldashev en una de sus bases en Waziristán. Le ha sucedido Abu Uthman Adil; y parece que estos ataques aéreos han provocado que el grupo se desplace a las provincias septentrionales afganas e incluso vuelva a infiltrarse en Tayikistán y Uzbekistán. (4)
La propia OTAN confirma este movimiento. La Alianza Atlántica se ha mostrado alarmada por el incremento de la actividad talibán en el norte de Afganistán, y han lanzado diversas ofensivas para acabar con estos focos de resistencia. Buena parte de ellos, estarían integrados por miembros del MIU que también continuarían apoyando a sus antiguos aliados talibanes.

Ante esta situación, conviene puntualizar una serie de ideas. Pese a que el MIU se haya podido reorganizar y lanzar mortíferos atentados en Tayikistán no queda claro si tiene el poder de organizar una insurgencia armada como los talibanes en Afganistán y que suponga un verdadero desafío para la estabilidad de la zona. (5)

De hecho, está por ver la capacidad del MIU para coordinar una gran campaña en el interior de los países centroasiáticos. Todos estos años ha estado más involucrado en la lucha en Pakistán; pero los grupos armados en los valles uzbekos o tayikos están divididos y poco coordinados. Sin duda, su capacidad de actuación local es enorme -como demuestran las dificultades de los ejército locales para controlar el territorio-, pero ir más allá en una estrategia de Yihad regional, hoy por hoy, es más que cuestionable. (6)

Como se ha dicho, los regímenes de la zona temen que tras la marcha de la OTAN haya un incremento de la actividad del MIU dentro de sus fronteras. Tanto con infiltraciones desde Afganistán como activando sus células durmientes en los correspondientes países. También sería un error vincular el aumento de la actividad islamista al triunfo o fracaso de los insurgentes en suelo afgano. Como apunta Nicolás de Pedro, investigador del CIDOB y experto en Asia Central, los ataques "no pueden desligarse del intento por parte del presidente [tayiko] Emomali Rajmón de establecer las bases para una potencial dinastía familiar -a favor de su hijo Rustami- y de su aparente campaña para acabar con los pocos que aún parecen capaces de desafiar su poder".

Por su parte, la OTAN teme que el MIU lleve a cabo una campaña de ataque a sus líneas de suministros en Asia Central, la Northern Distribution Network, en una manera similar a los problemas que ha tenido en Pakistán con los asaltos a sus camiones con combustibles y otros pertrechos (7). Asimismo, los islamistas se harán notar para amenazar a los intereses occidentales como se ha visto en la explosión atribuida a estos grupos del 30 de noviembre en Bishkek y que hirió a dos policías poco antes de la visita de Hillary Clinton, Secretaria de Estado de EEUU. (8)

Pero una retirada de EEUU y la OTAN de Afganistán no quiere decir que se desentiendan por completo de Asia Central. Los países occidentales están muy interesados en luchar contra el tráfico de drogas en la zona (principal vía de entrada de la heroína a Europa), y en mantener la seguridad de sus compañías petroleras que tienen importantes intereses en la zona. Tampoco conviene olvidar que el MIU ha estado detrás de la organización de algunos intentos de atentado en Alemania, como los casos de la base de EEUU en Ramstein o el reciente complot desactivado en Hamburgo en octubre de 2010. (9)
Asimismo, Rusia siempre ha estado muy atenta a lo que sucede en Asia Central. Considera la región de su zona de influencia, "near aboard" -de acuerdo con la terminología del Kremlin- y ha estado muy preocupada por la posible desestabilización de los islamistas y en especial las infiltraciones proveniente de Afganistán. Hasta 2004 la frontera tayika estuvo vigilada por tropas rusas y mantiene presencia militar en el país con una base en Dushanbe.

Además, Moscú siempre muestra su interés por extender la presencia militar en Asia Central y podría reforzar sus contingentes en Tayikistán y Kirguizistán, y se está planteando enviar 25.000 soldados más a la zona.

De igual manera, China también está atenta a un incremento de la actividad islamista. Pekín siempre ha temido que Asia Central se convirtiera en una base para los militantes uighures radicales del Movimiento Islámico del Turkestán Oriental. Esto ha marcado sus relaciones con los regímenes pasando de cierta presión en los 90 a desarrollar marcos de cooperación multinacional para luchar contra el terrorismo.

En este sentido, Rusia y China han impulsado la Organización para la Cooperación de Shangai, una alianza militar de estos dos países con Kirguizistán, Tayikistán y Uzbekistán y uno de sus objetivos es luchar contra el terrorismo.

Pese a la virulencia de los ataques en Tayikistán y en otros puntos de la región, comparar la situación en las cinco exrepúblicas con la de Afganistán hoy por hoy es algo arriesgado. Existen elementos de desestabilizadores como se ha podido ver, pero aún queda por comprobar que sean suficientes o que se den todas las circunstancias para desencadenar un conflicto a escala regional.

Iván Giménez Chueca
Periodista freelance y Máster en Estudios de Asia y Pacífico de la Universidad de Barcelona. Colabora semanalmente como Blogger sobre temas de política asiática en el semanario on line estadounidense The Urban Times (www.theurbn.com); y es autor del libro El Nuevo Gran Juego en Asia Central (Editorial Popular, 2009).


Bibliografía
(1) RASHID, Ahmed. Yihad. El auge del islamismo en Asia Central. Quinteto, 2003. p. 331.
(2) RASHID, Ahmed. Yihad. El auge del islamismo en Asia Central. Quinteto, 2003. pp.207-211.
(3) Central Asia: Is the MIU still a threat to Regional Security? Eurasianet, 23 de Enero de 2004 http://www.eurasianet.org/departments/insight/articles/pp012404.shtml
(4) MUZALEVSKY, Roman. Is there a Revival of the Islamic Movement of Uzbekistan? Terrorism Monitor Volume 8 Issue 39, The Jamestown Foundation. http://www.jamestown.org/single/?no_cache=1&tx_ttnews[tt_news]=37094&tx_ttnews[backPid]=13&cHash=22bb8dc082
(5) DE PEDRO, Nicolas. Tadzhikistán ¿un nuevo escenario para la insurgencia islamista? CIDOB, 10 de Septiembre de 2010. http://www.cidob.org/es/publicaciones/opinion/asia/tadzhikistan_un_nuevo_escenario_para_la_insurgencia_islamista
(6) WEST, Ben. The Tajikistan Attacks and Islamist Militancy in Central Asia. STRATFOR, 23 de Septiembre de 2010. http://www.stratfor.com/weekly/20100922_tajikistan_attacks_and_islamist_militancy_central_asia
(7) EURASIANET, Afghanistan: New Supply Route May create Fresh Headaches, 28 de Septiembre de 2009. http://www.eurasianet.org/departments/insightb/articles/eav092909b.shtml
(8) FINANCIAL TIMES Blast in Kyrgyzstan ahead of Clinton visit. 30 de noviembre de 2010. http://www.ft.com/cms/s/0/24fc5588-fc87-11df-a9c5-00144feab49a.html#axzz16woLrgb7
(9) RTVE.ES Más de 100 insurgentes islamistas alemanes están listos para atentar en Europa, 5 de Octubre de 2010 http://www.rtve.es/noticias/20101005/mas-100-insurgentes-alemanes-listos-para-atentar/359300.shtml y AHMED Rashid. Descenso al Caos. Península, 2009. pp. 445-446.

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