martes, 23 de noviembre de 2010

Guerra de divisas: monedas como misiles

Número 22/octubre-diciembre 2010
Sebastián Puig Soler

La crisis financiera global es una realidad con la que nos hemos acostumbrado a convivir desde mediados del año 2007, cuando sólo algunos analistas tachados de cenizos apenas acertaban a presagiar la debacle que se avecinaba: caída de los mercados, colapso de las instituciones financieras, crisis de deuda soberana de las naciones, rescates multimillonarios, etc. Desde aquel estallido, el mundo económico no ha vuelto a ser el mismo. Hoy vivimos inmersos en un ambiente volátil y enrarecido por la desconfianza, donde cualquier desajuste puede afectar a todos los elementos del sistema en un mundo cada vez más interconectado.

En este panorama incierto y delicado, el término "guerra de divisas" aparece un día sí y otro también, presentándose como el principal peligro para la inestabilidad financiera mundial en la actualidad. Unos y otros se acusan mutuamente de alterar de forma artificial el tipo de cambio de sus monedas para ganar en competitividad internacional y de esta manera encarar mejor la salida de la crisis. Estados Unidos y China aparecen como las cabezas visibles de este drama, pero Europa, Japón y las economías emergentes de Asia y América Latina son asimismo actores principales y, sobre todo, víctimas.

En este entramado de dimes y diretes, resulta muy complejo separar el grano de la paja y tratar de ser objetivo. Para ello, lo primero que debemos recordar es que los movimientos estratégicos en el mercado de divisas no son algo nuevo: la Segunda Guerra Mundial estuvo precedida por turbulencias similares, y justo antes de su finalización, en 1944, la Conferencia de Bretton Woods estableció la primacía económica estadounidense por la vía hegemónica del dólar. Hagamos un poco de historia.

En Bretton Woods se estableció un "patrón dólar" que fijaba dicha divisa en un valor de 35 dólares la onza de oro, constituyéndose como referencia para el resto del mundo. También se acordó, entre otras cosas, la creación del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, dos instituciones que han sobrevivido hasta nuestros días, no sin polémicas.
A pesar de su éxito inicial, el diseño del sistema de Bretton Woods acabaría entrando en crisis. En primer lugar, mientras los países más industrializados mantenían el valor de sus monedas, los países en vías de desarrollo devaluaban con demasiada frecuencia para ser competitivos. Con el fin de resolver estos problemas, hubo que introducir importantes ajustes: se amplió la capacidad del FMI para otorgar préstamos, se permitió una mayor flexibilidad de los tipos de cambio y se crearon las reservas mundiales.

En los años 50 y 60, Estados Unidos utilizó el dólar para impulsar sus objetivos estratégicos, primero mediante el "Plan Marshall" para la reconstrucción de Europa Occidental (su principal comprador), y posteriormente utilizando políticas monetarias expansivas con el fin de financiar su crecimiento. El sistema de tipos fijos de Bretton Woods le otorgaba un enorme privilegio: era el único país que podía determinar libremente su política monetaria (en esencia, mediante la producción de billetes); las demás naciones debían adaptarse a sus dictados. Todo ello inundó el mundo de dólares, que se fueron acumulando en manos extranjeras y provocaron una pérdida de confianza generalizada en la divisa, colapsando el sistema.

En 1971 las expectativas de devaluación del dólar provocaron una gran fuga de capitales en Estados Unidos. Ante el intento de algunos bancos centrales de convertir sus reservas de dólares en oro, Estados Unidos suspendió unilateralmente la convertibilidad del dólar en oro, pasando a tener completa libertad de acción. En 1973 se liberaron definitivamente los tipos de cambio. No obstante, el dólar siguió manteniendo el triple privilegio de ser la moneda de reserva global por excelencia, unidad de cuenta (divisa para facturación y emisión de valores) y medio de cambio (en los pagos internacionales). Y Estados Unidos pudo seguir financiando su grandes déficits exteriores en condiciones inmejorables, pidiendo prestado de otros países mediante la emisión de deuda en dólares, e imprimiendo luego más dólares para pagar dicha deuda. Hasta el momento actual, en el que numerosos economistas demandan un nuevo Bretton Woods para corregir los desajustes existentes. Pero ¿cuáles son estos desajustes?

Dólares y más dólares

El primero de ellos, consecuencia directa de la política monetaria que acabamos de describir, es el impacto sobre el tipo de cambio del resto de divisas mundiales, que viene determinado por la demanda global de activos monetarios en dólares. Un incremento de dólares en circulación produce una depreciación de dicha moneda con respecto a las demás, y ello a su vez encarece las exportaciones de sus respectivos países. Se trata de un grave problema para las economías basadas en su potencia exportadora, la cual suele venir combinada con subsidios a industrias estratégicas (acero, maquinaria, electrónica, química, automovilística, de construcción naval y aérea), limitación del consumo interno (mediante impuestos y restricciones al crédito), fomento del ahorro y de la tasa de inversión, e incluso aranceles u otras medidas proteccionistas.

La Cumbre del G20 en Seúl. Fuente: Seoul Summit



No es algo nuevo. Japón mantenía dicho modelo económico hace ya dos décadas. En Asia le siguieron Corea del Sur, Malasia, Singapur, Taiwán, Tailandia y el mayor de todos ellos, China. No debemos olvidar tampoco la fortaleza exportadora de Alemania, motor económico europeo, y de otras economías emergentes.

El caso de Japón es paradigmático y resulta aleccionador recordarlo. En los años 80, la preocupación estadounidense por la pujanza económica nipona, basada en los parámetros antes descritos, había alcanzado la categoría de problema nacional, constituyendo una muy seria amenaza para industrias tan estratégicas como la automovilística y tecnológica. El paro se cernía sobre cientos de miles de trabajadores, condenados por la arrasadora competitividad japonesa; el déficit comercial con el país del Sol Naciente rondaba ya por entonces los 50 mil millones de dólares. La administración americana presionó entonces con fuerza para salvar su economía. Japón, ante la amenaza de acciones proteccionistas, restringió voluntariamente sus exportaciones y trasladó fábricas a los Estados Unidos para reducir el impacto sobre el empleo. Garantizó además a los fabricantes americanos un porcentaje del mercado japonés. Finalmente, en 1985, Tokyo accedió a revaluar el yen para reducir su superávit comercial. La moneda fue apreciándose a partir de entonces, dando un respiro a los Estados Unidos y marcando, según la opinión de muchos expertos, el inicio del estancamiento de la economía japonesa.
China aprendió esta lección. Con un superávit comercial que en 2009 rozó ya la astronómica cifra de los 200 mil millones de dólares, su modelo económico es similar al del Japón de los años 80. El gigante asiático es ahora el gran fabricante de Occidente y receptor neto de la deslocalización manufacturera mundial, pero a su vez mantiene una imparable progresión tecnológica. Y no está dispuesta a repetir la experiencia de su vecino japonés. Este es el motivo del estricto control que las autoridades chinas ejercen sobre el tipo de cambio de su moneda, el yuan o renmibi, lo cual les permite mantener su competitividad exterior y de paso ir acumulando unas reservas de divisas que alcanzan límites nunca antes conocidos. Y esta también constituye la principal causa de disputa con los Estados Unidos.

La tensión está servida: dos grandes potencias juegan una partida decisiva en el tablero económico global, y ambas disponen de armas financieras estratégicas de primer orden, esto es, la supremacía del dólar por un lado y el control del tipo de cambio del yuan por el otro. La estrecha interdependencia entre ambas naciones complica si cabe aún más el panorama. China depende de Estados Unidos como destinatario clave de su producción; Estados Unidos necesita de China para financiarse (el país asiático es el principal tenedor de su deuda, por un importe superior a los 860 mil millones de dólares). A China no le interesa una debacle de la economía americana, que pondría en grave situación sus reservas. Estados Unidos necesita a China para mantener el equilibrio de poder en Asia, ante la amenaza que representan países como Irán o Corea del Norte. En definitiva, ni uno ni otro pueden romper esos lazos sin provocarse daños muy severos.

Más madera

Pero no es éste el único efecto distorsionador del mercado de divisas en el panorama económico global. Otra parte muy importante de las presentes turbulencias tiene su origen en los inversores financieros. Las economías más fuertes de los mercados emergentes atraen capital del mundo desarrollado, incrementado así la demanda de sus divisas. Sus altos tipos de interés, necesarios para controlar la inflación y el sobrecalentamiento derivados de su pujante desarrollo, atraen flujos de inversión eminentemente especulativos. Resulta sencillo, por ejemplo, pedir dinero prestado en países como Estados Unidos o Japón, donde es muy barato (con tasas alrededor del 0%), y luego depositarlo en estas economías emergentes, con rendimientos mucho más altos. Estos flujos entrantes de capital impulsan la revaluación de las monedas locales, agravando el problema del tipo de cambio. Los países afectados tienen dos opciones: o no hacer nada y acusar el golpe, o bien inyectar sus monedas en el mercado para depreciarlas, lo que a su vez les obliga a acumular reservas indeseadas de divisas, aumenta el riesgo de inflación y de burbujas especulativas, entrando por lo tanto en un círculo vicioso muy difícil de romper (otra opción posible consiste en imponer tasas y controles a los flujos entrantes de capital, pero dicha política acaba también siendo penalizada internacionalmente). Este ha sido el caso  de Brasil, con un tipo de interés medio del 10% y cuya moneda se ha apreciado más de un 30% con respecto al dólar durante el último año.
Por tanto, muchas naciones se hallan en medio de un peligroso fuego cruzado que les ha obligado a intervenir sus divisas casi diariamente. En septiembre pasado, Japón vendió 2 billones de yenes para intentar frenar la apreciación del yen frente a otras monedas de referencia, especialmente el dólar (con un incremente anual del 10%) y el euro. También han intervenido con fuerza en sus mercados Taiwán, Corea del Sur, Tailandia, Brasil, Colombia y Perú. El resultado: un entorno financiero incierto y frágil, que puede desestabilizar la ya de por sí débil recuperación económica global.

La vieja y contemplativa Europa

Conscientemente hemos obviado un actor de primer orden que parece haber adoptado un cierto papel espectador. Europa asiste al presente conflicto casi como observador de lujo, dada su poca capacidad de maniobra. El euro, pese a su fortaleza, adolece del mismo problema que el resto de divisas internacionales: su eventual apreciación frente al dólar afecta de forma importante a la capacidad exportadora de los países de la Eurozona, con el motor económico alemán al frente. Sin embargo, Europa no dispone de las "ventajas financieras estratégicas" de los Estados Unidos y China.
Es más, la rígida política monetaria del Banco Central Europeo, enfocada de forma preferente a contener la inflación, impide intervenciones masivas en el mercado de divisas, dejando al euro a merced de las fluctuaciones mundiales. Los graves problemas económicos que atraviesan algunos países de la Zona, con riesgos ciertos de "default" (1) financiero (crisis de deuda soberana) constituyen un factor adicional de presión sobre la moneda europea. Teniendo en cuenta este complejo panorama, es comprensible la insistencia de Bruselas en que se alcance un acuerdo global que termine con la actual guerra de divisas, muy dañina para la recuperación continental.

No obstante, esta aparente "neutralidad" del euro, reafirmada por la conservadora (o prudente, según se mire) política monetaria del BCE, le ha proporcionado un valor estratégico en términos de credibilidad, lo que constituye una baza relevante a la hora de su consideración como nueva divisa mundial de referencia y reserva. De hecho, el euro ostenta ya el segundo puesto del ranking en las transacciones internacionales y es la primera alternativa al dólar para diversificar las carteras de reservas.

¿Qué haría falta para que la moneda europea siguiera consolidando su posición y se postulara como seria alternativa al dólar? La respuesta nos parece evidente: avanzar hacia una verdadera política económica común,  reformar las instituciones financieras europeas (públicas y privadas, mediante su integración y simplificación) y mejorar la visibilidad de la gobernanza económica y monetaria de la Eurozona. Para conseguirlo, Europa debe antes que nada consolidar su recuperación económica, corrigiendo los actuales desequilibrios, así como diseñar una estrategia económica continental a medio y largo plazo, al estilo de la Política Europea de Seguridad y Defensa, seleccionando cuidadosamente cuáles deben ser sus áreas preferentes de influencia económico-financiera.

Más ideas felices

Algunos analistas proponen el uso del yuan como divisa de referencia.

Opinamos que se trata de un planteamiento poco realista. Para que el renmibi aspire a constituirse como reserva internacional, China debería eliminar su actual control de capitales, facilitando una movilidad perfecta. Y ello resulta muy improbable en el medio plazo, porque no parece que las autoridades de Pekín estén dispuestas a dejar fluctuar libremente su moneda.

De todas formas, China, pese a no haber postulado expresamente el uso del yuan como divisa global, no renuncia a reforzar su relevancia en las transacciones mundiales. En este sentido se enmarcan los acuerdos bilaterales de cambio firmados con Argentina, Bielorrusia, Islandia, Indonesia, Malasia, Hong Kong, Singapur y Corea del Sur, por un montante total de 803,5 mil millones de yuan (118,1 mil millones de dólares).
Algunos países incluso han empezado a incluir el renmibi en sus reservas de divisas. Shangai aspira además a convertirse en un centro financiero internacional de primer orden para el año 2020, afirmando así la influencia económica de China y la posición global del yuan.

Otra alternativa planteada en numerosos foros internacionales es la creación de una nueva moneda de referencia mundial que integre las divisas más importantes. Esta formulación no es otra que la ofrecida por el gran economista John Maynard Keynes, sí, en esa misma Conferencia de Bretton Woods del año 1944. Keynes propuso entonces, con una visión que hoy se nos antoja admirable, la creación del Bancor, configurado como una cesta que aglutinara las cotizaciones de las principales divisas mundiales, reflejando el peso de cada nación en el comercio internacional. Con el Bancor se aseguraría que los flujos monetarios fueran independientes de los intereses estratégicos de una potencia hegemónica. La propuesta de Keynes no prosperó por motivos obvios. Muchos economistas opinan ahora que de aquellos barros financieros provienen los actuales lodos.

Similar a ese no tan utópico Bancor, en la actualidad disponemos de los Derechos Especiales de Giro (SDR en terminología anglosajona), creados por el FMI en 1969 como instrumento financiero de apoyo al tipo de cambio fijo establecido en Bretton Woods, puesto que las reservas de dólares y oro se demostraron insuficientes para sustentar la expansión económica mundial del momento. Con el colapso del sistema, disminuyó la necesidad de recurrir a los SDR, aunque hoy en día siguen siendo un activo suplementario de financiación y reserva, además de unidad de cuenta para el FMI y otros organismos internacionales.

Los SDR están compuestos por una cesta de divisas consistente en el dólar (44%), el euro (34%), el yen (11%) y la libra esterlina (11%), y en ningún caso pueden constituir (al menos, por el momento) esa referencia internacional tan demandada, porque en realidad no estamos ante una verdadera moneda. Es un instrumento de liquidez, una unidad contable que no se utiliza para transacciones comerciales. Se trata, en fin, de un mecanismo virtual, que además no contempla el peso efectivo que otras divisas ostentan actualmente  en la economía mundial.
Para finalizar, en estas últimas semanas ha surgido con fuerza una nueva propuesta estabilizadora de los mercados de divisas, formulada nada más y nada menos que por el Presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick: la posibilidad de volver al patrón oro. Regresamos de nuevo a Bretton Woods, o dicho en términos populares, estamos ante la pescadilla que se muerde la cola.

Se trataría de un sistema en el que figurarían las principales divisas mundiales (dólar, euro, yen, libra y yuan), conformando según sus palabras "una cuenta de capital abierta" respaldada por el oro como punto de referencia, Una iniciativa que resulta más teórica que concreta y de muy difícil ejecución, dada su enorme complejidad, la pequeña dimensión del mercado del oro en comparación con las finanzas globales y el hecho de que el metal precioso, aún siendo un referente internacional y un activo refugio clave, no es un activo monetario.

Un horizonte nebuloso

El panorama se nos presenta ciertamente desolador. Mientras se redacta este artículo, constatamos desde Seúl el enésimo fracaso del G-20 para acordar medidas que corrijan los desequilibrios globales descritos. La cumbre ha terminado con una ampulosa declaración de intenciones, en la que "todos han hablado el mismo lenguaje, entendiendo lo que debe hacerse en el largo plazo". Se ha efectuado un llamamiento para que los países "se abstengan" de hacer devaluaciones competitivas, se han formulado buenos propósitos y poco más. La propuesta estadounidense (no exenta de un punto de cinismo) para que se estableciera un límite numérico del 4% en los superávits y déficits por cuenta corriente se abandonó ya desde el primer momento por la presión de China y Alemania y condicionó posteriores avances. El resultado: se pospone cualquier solución hasta el próximo año. Mal asunto.
Según nuestra opinión, el único camino posible para resolver un problema global como el aquí presentado es mediante acuerdos y resoluciones globales. Resulta imperativo abordar una estrategia multilateral en la que todos los actores implicados sean conscientes de que deben ceder parcelas de poder y fortaleza en aras de un mayor beneficio común. Pero con las naciones todavía asfixiadas por la reciente crisis y empeñadas en guerrillas cortoplacistas, los organismos financieros internacionales debatiendo asuntos del siglo pasado y los grandes teóricos de la economía lanzándose alternativamente andanadas keynesianas y liberales en medio de un agrio debate académico, el reto se nos antoja casi utópico. Echamos de menos una institución o figura de prestigio mundial que pueda alzar la voz entre tanto ruido para pronunciar las palabras que todos deseamos escuchar: "señores, no nos hagamos más daño".

¿Por qué no empezar desde los fundamentos económicos? Tratemos de resolver primero los enormes desequilibrios comerciales existentes, que constituyen la causa primordial de este desaguisado. El último informe semestral de perspectivas del FMI, a cargo de Olivier Blanchard, proporciona unas cifras que impresionan: se espera que el déficit corriente estadounidense supere al final de año los 450.000 millones de dólares. En el otro extremo, el superávit asiático será de 270.000 millones y del de Oriente Próximo de 100.000 millones. Y los desajustes no tienen visos de mejorar. Para pilotar los cambios requeridos, deben reconsiderarse completamente las instituciones nacidas al calor de Bretton Woods, de forma que se conviertan en verdaderos instrumentos de reforma y supervisión en lugar de policías financieros al servicio de un modelo  hegemónico agotado. Es necesario, además, que dichas instituciones reflejen debidamente el balance actual de poder entre economías tradicionales y emergentes.

Insistimos: la solución en este mundo globalizado sólo puede ser global, y exige compromiso, generosidad y también solidaridad, porque no debemos olvidar a las naciones más desfavorecidas, aquellas sin voz ni voto ni divisas ni reservas ni apenas recursos para subsistir. No comprender esta realidad nos abocará a una nueva crisis de dimensiones y consecuencias imprevisibles. Y si por desgracia eso ocurre, nadie podrá echarle la culpa al vecino, porque todos seremos, en mayor o menor medida, responsables.

Sebastián Puig Soler
Comandante de Intendencia de la Armada. Especialista en Tecnologías de la Información. Master en Business Administration por la Universidad Pontificia de Comillas.


Referencias:

(1) Un país entra en "default" cuando no puede atender a sus compromisos financieros, como por ejemplo, el pago de la deuda.

BIBLIOGRAFÍA:

BUTTONWOOD, "Monopoly money". Buttonwood's notebook - The Economist. 8 de noviembre de 2010.

FIREDBERG, Aaron L., "Implications of the Financial Crisis for the US-China Rivalry". Survival, Julio 2010.

GROS, Daniel, "The Cost of America's Free Lunch". The Georgian Times. 4 de noviembre de 2010.

LAURICELLA, Tom y LYONS, John, "Currency Wars: a Fight to Be Weaker". The Wall Street Journal. 29 de septiembre de 2010.

LEAL, José Luis, "Desequilibrios y tipos de cambio". El País. 31 de octubre de 2010.

LIRZIN, Franck,  "Quelle diplomatie pour l'euro?" Questions d'Europe nº 92. 10 de marzo de 2008.

PRESTOWITZ, Clyde V.. "Lie of the Tiger". Foreign Policy. Noviembre 2010.

WOLF, Martin, "Why America is going to win the global currency battle". Financial Times. 13 de octubre de 2010.

XINBO, Wu, "Understanding the Geolpolitical Implications of the Global Financial Crisis". The Washington Quarterly. Octubre 2010.

FMI: World Economic Outlook (WEO) - Recovery, Risk, and Rebalancing. October 2010. http://www.imf.org/external/pubs/ft/weo/2010/02/index.htm

NIC (National Intelligence Council), "Global Trends 2025: A Transformed World", ISBN 978-0-16-081834-9, Noviembre 2008

The World Bank http://www.worldbank.org/

Encyclopedia Britannica http://www.britannica.com/

The Copenhagen Consensus Center http://www.copenhagenconsensus.com

Financial Stability Board http://www.financialstabilityboard.org/

Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA) http://www.fedea.es/

Global Affairs no es responsable de las opiniones vertidas por sus colaboradores/as