miércoles, 10 de noviembre de 2010

Brasil: poderosas políticas sociales como factor clave para la emergencia de un país bonito

Número 22/octubre-diciembre 2010
Antonio Oliver

"E bonito per natureza"
Jorge Ben Jor "Pais Tropical"

Brasil ha votado a Dilma creciendo a un ritmo superior al previsto por casi todas las instituciones que  alcanza ya un 9% anual. Por si fuera poco se prevé que el resto de variables macroeconómicas tales como inflación, déficit y deuda  continuarán estables, lo que confirma a los inversores, ya aburridos del comportamiento de las economías occidentales en las que apenas comenzaba la recuperación, que Brasil no es sólo un país emergente sino uno de los más rentables y previsibles del mundo.

No es la primera vez que el país presume de su crecimiento económico. Las élites económicas brasileñas protagonizaron durante el siglo XX un proceso de industrialización y urbanización que comenzó cuando al inicio de la década de los treinta la Velha Republica, orientada a la defensa de los intereses de la oligarquía rural  dio paso al Estado Novo de Getulio Vargas, una dictadura modernizadora imitadora de los incipientes fascismos europeos. Su  industrialización y progresiva urbanización produjo un considerable crecimiento económico en medio de una crisis mundial, una circunstancia que parece definir su comportamiento económico, ya que acostumbra a crecer justo cuando el resto del mundo entra en recesión.

Por eso la  actual vocación de Brasil como potencia capaz de manejar todos los recursos necesarios no parece demasiado novedosa. Creó un imperio seduciendo a su metrópolis en un ejercicio de poder blando avant la lettre, aunque la amenaza de Napoleón a Lisboa ayudó bastante. Joao VI fue recibido el 13 de Mayo de 1808  con palabras que le ayudarían a olvidar su corte europea: "America feliz tens em teu seio, do novo império o fundador sublime". El monarca portugués estableció en Río de Janeiro su capital, su hijo Don Pedro proclamaría más tarde la independencia y la república. Desde ese momento una oligarquía agraria y esclavista consolidó su posición como detentadora de los recursos del país con la consecuencia de que Brasil no precisaba modernizarse para prosperar. Ya demediado el siglo XX Stephan Zweig aportó la cita más frecuentada cuando alguien inicia una conversación relacionada con el país: un país del futuro, de un futuro que parecía que no iba a llegar nunca.
La radical novedad que los brasileños experimentan hoy no consiste por tanto  en su crecimiento económico. Este crecimiento va acompañado de poderosas políticas públicas orientadas a la inclusión social y no sólo a dar estabilidad a un régimen. Estas medidas han sido capaces de sustraer a 30 millones de personas de la pobreza mediante la política social más exitosa de entre todas las acometidas por el gobierno Lula: una generación de empleo de tal magnitud  que ha transformado a 26 millones de pobres en ciudadanos de clase media baja con acceso al crédito y a la vivienda en propiedad.

Dilma Rousseff, ganadora de las recientes elecciones brasileñas junto con el presidente saliente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva. Fuente: Web oficial de Dilma



"Minha casa Minha vida" merece una atención especial cuando se habla de vivienda en Brasil. Se trata de un programa que promueve conjuntamente el Gobierno federal, los estados y los movimientos sociales que va a facilitar la construcción de un millón de nuevas viviendas para sus ciudadanos. Los más beneficiados son aquellos que tienen una renta familiar de 3 a 9 salarios mínimos (1395 R$ a 4650 R$, aproximadamente entre € 622 y € 2073) ingresos que pueden ser justificados incluso si provienen de la economía informal. Además de una financiación al comprador a muy largo plazo, lo que resulta una novedad en un país que carecía hasta hoy de un mercado hipotecario digno de tal nombre, el programa prevé aportaciones a fondo perdido de hasta 23.000 R$ (aproximadamente €10.258). Una sustancial reducción de los gastos del seguro de vivienda y el acceso automático a un sistema de garantía de los pagos de la hipoteca en caso de desempleo. El valor de cada inmueble susceptible de ser financiado por este programa no puede superar los 130.000 R$ (aproximadamente € 57.980) en municipios de más de 500.000 habitantes).

Las consecuencias de su aplicación son de una extrema importancia para el desarrollo del país al permitir ingresar en la economía formal a un millón de familias que van a disponer de títulos de propiedad y de uso recurrente de un prometedor sistema financiero.

Pero esta iniciativa no está sola. "Beca Familia", el Beneficio de Prestación Continua,(BFC,) destinado a los ancianos, las mejoras todavía insuficientes del Sistema Unico de Saude, (SUS) el aumento del salario mínimo y la generalización del acceso al crédito se cuentan entre las medidas que tienen una incidencia directa en el bienestar de los brasileños. Bolsa Familia, la iniciativa estrella, condiciona la ayuda económica a la asistencia de los niños a la escuela.
Además, el Gobierno Lula impulsa desde el  año 2007, el llamado PAC, Plan de aceleración del crecimiento que ha  sido dotado de 545.000 millones de euros hasta el 2014, lo que naturalmente ha despertado el interés de las empresas europeas, especialmente españolas, que han convertido a nuestro país en el segundo inversor en Brasil después de Estados Unidos. A pesar de todo esto  puede que Dilma Rousseff, no lo tenga tan fácil como su antecesor en el Planalto.

Un buen número de analistas consideran que sin la etapa de Cardoso en la que se consiguió reducir la inflación, equilibrar la balanza de pagos y las cuentas públicas hubiera sido imposible implantar las audaces políticas sociales  responsables en buena parte del espectacular desarrollo del país. Por eso una de las principales opciones que deberá asumir el responsable económico del nuevo gobierno consistiría precisamente en mantener esa estabilidad a la que nos referíamos al principio del artículo. Pero la decisión no es automática, ya que mantener los  tipos de interés del Real artificialmente altos para hacer atractiva la compra de deuda brasileña podría comprometer la inversión exterior directa. Si se optara por moderarlos sería imprescindible reducir la deuda y el gasto público y obviamente, los programas sociales que son la base del crecimiento armónico de Brasil. Existe el riesgo de que Dilma Rousseff no pueda seguir ampliando la munificencia del estado para con los más desfavorecidos y renuncie a  ampliar el gasto público más allá del 41% del PIB en el que se incurrió en 2009.
El potencial económico de Brasil no había podido desatarse hasta ahora porque su desigualdad había sido la mayor del mundo según el índice Gini. Lula se obsesionó con dar tres comidas diarias a todos los ciudadanos, un techo y con llevar a todos los niños a la escuela. Ahora es el momento, dicen algunos brasileños, de que Dilma se obsesione con dar educación a millones de jóvenes mientras acomete la reforma de la educación superior pública, saturada por los hijos de las élites que compiten con insuperable ventaja por sus codiciadas plazas gratuitas.

A pesar de estas limitaciones Brasil se encuentra en un momento excepcional de su historia. Tiene por delante la organización del mundial de fútbol de 2014, y de las Olimpiadas de 2016, a la vez que retos como la inseguridad en las ciudades, el deterioro del Amazonas y la necesidad de intensificar las políticas de desarrollo en los estados del Norte y del Nordeste. Ofrece los mejores  horizontes para la empresa española a las que se le presentan a diario  oportunidades en casi todos los sectores, no sólo en construcción e infraestructuras. Brasil podría ser para España lo que China está siendo para  Brasil: un verdadero motor de crecimiento porque es capaz no sólo de recibir inversiones sino de exportarlos al resto de Iberoamérica y al mundo. Las multilatinas brasileñas, multinacionales sin participación mayoritaria norteamericana o europea están irrumpiendo en Iberoamérica, así es que la participación española no debiera limitarse sólo a nuestras empresas más poderosas, existe espacio para las de menor tamaño si son capaces de pensar en términos continentales.

Como decía la canción de Ben Jor, Brasil es bonito por naturaleza pero puede  serlo todavía más. Ya no es el país de un futuro que no llega sino la brillante confirmación de que existe un camino para aquellos países que abandonan el círculo vicioso de la desigualdad y la pobreza. Un país que  atiende a las exigencias de una economía global y que tiene el valor de concebir y ejecutar poderosas políticas sociales que permitan al mayor número de personas aportar y beneficiarse de un crecimiento económico que no destroce esa belleza a la que los brasileños se encuentran tan acostumbrados consiste el legado que  Lula deja a Dilma.

Antonio Oliver
Presidente de Corporate Diplomacy Network



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