lunes, 22 de febrero de 2010

Mitos y verdades del Plan Nuclear Iraní

Número 19/febrero-marzo 2010
Fernando Laborde

No cabe duda de que el orden del día de la comunidad  internacional en materia de seguridad recae en torno al programa nuclear iraní. Pero ¿representa éste una verdadera amenaza al orden internacional? ¿Qué esconde el presidente iraní Ahmadinejad tras sus ambiciones nucleares? ¿Qué esconde Estados Unidos y Occidente tras su férrea oposición al programa? Vayamos por partes.

Es sabido que el club nuclear (los cinco estados poseedores de armas nucleares que conforman el Consejo de Seguridad) es muy selecto y que el intento de producir armas nucleares por parte de un estado fuera de este club levantaría gran conmoción internacional llevando al "infractor" al aislamiento. Ahora ¿y si hablamos de desarrollo nuclear para fines pacíficos? Aquí es donde los tratados, convenciones internacionales y programas de cooperación se desdibujan y pasan a un plano subjetivo dejando lugar a las percepciones que cada país tiene de los otros.

El problema de fondo no es qué se está produciendo, sino más bien quién lo está produciendo. No es lo mismo que un país de Europa occidental enriquezca uranio a que Irán lo haga.

Paradójicamente, el hecho de que éste sea parte del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) (que regula esta actividad desde 1968) y de que haya abierto en reiteradas oportunidades sus facilidades nucleares a la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) (para inspección y verificación del uso dado al material fisible) pone al país dentro de un marco jurídico acorde al Derecho Internacional y a las expectativas de los signatarios de los acuerdos internacionales sobre el uso y desarrollo de la energía nuclear.

Siguiendo esta línea, un estado como Israel, dejando las percepciones de lado, se encontraría en  falta respecto a las buenas costumbres internacionales mucho más que su vecino iraní, ya que el primero no sólo no forma parte del TNP, sino que además es poseedor de armas nucleares, lo primero es consecuencia de lo segundo. Entonces, como decíamos, las percepciones que cada actor internacional tiene del resto y de sí mismo en el sistema internacional será lo que determine el grado de tolerancia por parte de un país o grupo de países ante la presencia de un plan de desarrollo nuclear como el de Irán.

Secretary-General Ban Ki-moon (right) meets with Mahmoud Ahmadinejad, President of the Islamic Republic of Iran. UN Photo/Mark Garten


Reviendo un poco la historia es irónico que el que haya impulsado el desarrollo del plan nuclear iraní hayan sido justamente los Estados Unidos allá por los años 50, cuando una vez derrocado el presidente nacionalista Mossadeq con ayuda de la CIA, el Sha Reza Phalevi tomó control absoluto de la dirigencia del país, instaurando un régimen autoritario sustentado por la SAVAK, la policía secreta del Sha. Desde ese entonces y hasta 1979, año en que estalló la Revolución Islámica, Irán fue un aliado estratégico de los Estados Unidos, compartiendo frontera con la ex URSS y enclavado en medio de Asia, era una pieza fundamental de la estrategia de contención del comunismo (1).

Durante ese tiempo el plan de desarrollo de energía nuclear iraní se vio encarrilado, pero ¿Qué hubiese pasado si éste plan, durante las décadas subsiguientes a su creación hasta la Revolución, hubiese dejado en evidencia la intención de fabricar armas nucleares? La historia es pendular, y su dinámica reubica a los actores constantemente. De haber sucedido esto, las primeras voces en alzarse en contra del plan hubiesen sido la URSS y la República Popular China, por considerar una seria amenaza a su seguridad la presencia de armas nucleares tan próximas a su territorio en manos de  un aliado de Occidente. Pero como dije anteriormente, la historia es un péndulo y hoy la tercera ronda de sanciones de las Naciones Unidas programada en contra de Irán está aún en el tintero justamente por la ambigüedad de la posición que tanto Rusia y especialmente China, han tomado en cuanto a la cuestión.
1979 fue el año en el que el péndulo volvió a moverse impulsado por la Revolución Islámica. Estados Unidos no sólo perdía un aliado clave, sino que también ganaba un enemigo incentivado por la más movilizadora de las pasiones: el fervor religioso. En la década siguiente, entre la organización de la nueva República Islámica y la guerra con Iraq, Irán se mantendría aislado de la arena internacional salvo por alguna que otra intervención que despertaría la indignación mundial para luego recluirse nuevamente. En este período el plan nuclear cayó en el olvido para ser retomado nuevamente en la década del 90 por los gobiernos reformistas y con mayor fuerza en el nuevo milenio por el presidente Ahmadinejad.

A diferencia de hace cincuenta años atrás, Irán dejó de ser un aliado para Occidente y se transformó en una seria amenaza para su seguridad. Esta es la sensación que se tiene desde estas latitudes del mundo, aún cuando no se tenga pruebas concisas de que el material fisible perteneciente al stock iraní esté siendo utilizado o se tenga la intención de utilizarlo para la creación de una bomba atómica. La supervivencia del estado es el interés fundamental de una nación, por lo que es lógico que el mundo reaccione de esta forma ante semejante situación. Occidente, a la cabeza los Estados Unidos, más allá del marco jurídico de la situación, teme caer en una política de apaciguamiento similar a la que permitió el ascenso de Hitler al poder y expansión de Alemania en Europa en los años 30.
Con esta perspectiva, la lluvia de amenazas de aplicación de sanciones no para de llover  sobre la República Islámica al mismo tiempo que se intenta llegar a un acuerdo que establezca un techo al plan nuclear iraní sin quitarle así el derecho (que como país soberano tiene) de explotar de forma pacífica la energía nuclear, ya que las mismas fisuras existentes en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas respecto al programa y sus alcances no permite una represalia masiva y unánime.

Como si estuviésemos aún en tiempos de la Guerra Fría, el Consejo de Seguridad se encuentra fragmentado: por un lado Occidente con Francia, los Estados Unidos y Gran Bretaña, más Alemania; por el otro: Rusia, aunque cada vez con una posición más acorde a la de Occidente, y China, que si bien no defienden el plan nuclear iraní, tampoco están de acuerdo en la aplicación de sanciones severas a este país. Esta posición es entendible ya que ambos mantienen estrechos lazos comerciales con Irán, incluso en el campo energético. Esta ambigüedad traba todo tipo de solución no negociada con Irán.

¿Qué se percibe desde el otro lado? Supongamos que el programa nuclear iraní sí está orientado a la creación de la bomba atómica. Es indiscutible que la posición de Occidente en cuanto a seguridad se vería debilitada, como dijimos arriba, especialmente si tomásemos en serio la retórica belicista del presidente Ahmadinejad. Tampoco hay duda de que la comunidad internacional debería llegar hasta las últimas consecuencias para evitar esto. Pero ¿cuál es la perspectiva que Irán tiene hoy de su propia seguridad? Sacando todo tipo de pasiones, ya sea nacionalistas, religiosas o personalistas, hablando puramente desde el punto de vista geoestratégico y teórico racional, hoy día la seguridad de Irán se ve gravemente amenazada.

Flanqueado por dos estados que están dirigidos de facto por los Estados Unidos y una coalición pro occidental, principales antagonistas del régimen iraní: Iraq y Afganistán representan dos bombas de tiempo a punto de estallar, si no lo hicieron ya. Al norte limita con Turkmenistán, país abandonado a su propia suerte después del derrumbe de la URSS, fácilmente permeable a las influencias de las grandes potencias y con gobiernos débiles e inestables y Azerbaiyán, pro Occidente. Al sudeste su vecino Pakistán no sólo es aliado de los Estados Unidos sino que también posee armas nucleares y una muy frágil estabilidad política. Y para finalizar con la amenaza nuclear puesta sobre Irán, a no demasiada distancia los misiles cargados con cabezas nucleares israelíes apuntando al este están constantemente en alerta a los próximos pasos del gobierno iraní.

Aunque suene raro, Irán en Medio Oriente y Asia Central es una isla en un mar de inestabilidad. Teniendo en cuenta esto, no es descabellado que las autoridades iraníes busquen fortalecer su posición en la región, ya sea a través del incremento real de su arsenal, incluyendo armas nucleares o simplemente mediante la demostración al mundo de su capacidad técnica para la fabricación de este tipo de tecnología poniendo de esta manera la pelota al otro lado del campo de juego, donde las partes más involucradas deberán sentarse a negociar bajo presión.

Security Council meeting during its consideration of a report on non-proliferation and the nuclear programme in Iran. UN Photo/Evan Schneider


Si bien la amenaza a la seguridad nacional es una razón más que suficiente como para mostrarse fuerte ante la comunidad internacional, no sería la única razón que justifique la existencia del plan nuclear en la etapa en la que se encuentra. Hasta el momento, muchos de los análisis que se hicieron respecto a la política exterior iraní no tuvieron en cuenta factores domésticos y muchos no supieron interpretar los movimientos que se están dando en el interior del país. El Irán del 2010 no es más el de las pasiones revolucionarias y aunque desde el gobierno no se vea así, los cambios en el interior del país están reformulando la estructura de poder doméstico y a largo plazo, por lo tanto, su política exterior.

Frente a este panorama, los viejos guardianes de la Revolución con Ahmadinejad a la cabeza, pretenden generar políticas que aglutinen a las masas detrás de una "causa nacional". Planteando una amenaza externa para encontrar cohesión interna, desviando así la energía de las masas hacia el exterior. El gobierno a través del plan nuclear trata no sólo de reacomodar el equilibrio de poder regional, sino también de sellar las fracturas internas que existen en el interior del país. Y si hay algo en lo que la oposición y el gobierno de Ahmadinejad están de acuerdo, es en el derecho de Irán al desarrollo de la energía nuclear, por lo tanto, en este aspecto el presidente iraní supo perfilar a la oposición y gobierno tras un objetivo nacional por encima de lo partidario. Aún así, las agitaciones que se están dando en la arena política iraní están demostrando cada vez más la fragilidad del régimen de Ahmadinejad.

Desde el este, no sólo se busca mantener el statu quo vigente en la distribución del poder bélico nuclear sino también debilitar al régimen teocrático establecido en 1979 que privó a Occidente del acceso a una región clave que forma parte del corredor que une Oriente con el este y que significó desde sus orígenes una amenaza hacia su seguridad. Si bien Ahmadinejad no pertenece al clero y ascendió al poder a través de elecciones democráticas, por lo menos en su primera presidencia, la caída de los Ayatolas representaría el fin de la vieja guardia, a la cual pertenece el presidente.

Las negociaciones acerca del plan nuclear iraní entraron en un juego de toma y daca, donde Irán no quiere ceder en su derecho al desarrollo de la energía nuclear, en un principio para fines pacíficos, y donde la coalición occidental usará todo su poder de persuasión para que la República Islámica no ponga en jaque la seguridad internacional con su programa nuclear.
El enriquecimiento de uranio es el paso anterior para la creación de una bomba atómica, aunque hoy Irán lo esté haciendo al 3,5 por ciento del 90 que se necesita para su uso bélico, ya preocupa a occidente la orden del presidente iraní de avanzar hacia el enriquecimiento al 20 por ciento. Mientras tanto en el mundo de la diplomacia se está negociando una salida más acorde a las pretensiones occidentales. La única barrera de la coalición hoy en día para aplicar sanciones a Irán a través de las Naciones Unidas es China y Rusia, ambos con poder de veto en el Consejo de Seguridad, quienes no se muestran del todo convencidos respecto al alcance de las sanciones y sus beneficios.

Cuando se pensó que se había llegado a un acuerdo favorable para todas las partes, enviar el stock de uranio iraní a Rusia y Francia para que sea enriquecido en estos países (en los Acuerdos de Viena de octubre del 2009), Irán agregó una nueva cláusula a las conversaciones: el enriquecimiento de uranio iraní en el exterior del país se haría por partes, manteniendo más de dos tercios del uranio en Irán y mandando una nueva tanda sólo cuando la anterior haya llegado al país después del proceso de enriquecimiento al 20 por ciento necesario para el funcionamiento del reactor de investigación médica de Teherán.

Si bien Occidente sostiene que este nuevo giro en las negociaciones es una estrategia de Irán para ganar tiempo, no son nada ilógicas las exigencias iraníes, especialmente si tomamos los antecedentes norteamericanos y franceses que en el pasado no devolvieron ni el uranio, ni el dinero después de haber contraído un compromiso con el país islámico.

Frente a este panorama Occidente no tiene más remedio que negociar una salida favorable para ambas partes, sin privar así a la otra del derecho al acceso a la energía nuclear y garantizando su seguridad en la región ya sea de forma directa o indirecta o tomar medidas drásticas que generarían aún más inestabilidad en Medio Oriente y Asia Central.

En la vereda de enfrente Irán busca sentarse a negociar con un mayor margen de maniobra no sólo la cuestión nuclear, sino también otras cuestiones relegadas por ésta. El precio a pagar, si está dispuesta, es la resignación del enriquecimiento de su uranio en su propio suelo, entregando por un lado parte de su herramienta persuasora pero abriendo nuevos caminos de cooperación con Occidente.

Fernando Laborde
Licenciado en Relaciones Internacionales.

Bibliografía:
-(1) GADDIS, John Lewis, "Estrategias de la Contención", Editorial GEL,1982.

-KEDDIE, Nikkie R., "Las raíces del Irán moderno", Yale University, 2003

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