jueves, 20 de agosto de 2009

De Honduras a las ‘guerras’ de Chávez

Número 16/agosto-septiembre 2009
Juan Luis Dorado Merchán


América Latina vuelve al primer plano de la actualidad global. Y no ha sido por el tantas veces anunciado impulso económico que debería dar la región aprovechando nuevas coyunturas. La historia se repite: vuelven los conflictos (al menos se avistan de nuevo) a una zona que parecía haber dado un paso adelante y asentado su democracia.


Todo empieza en la República de Honduras el pasado 28 de junio. A una hora temprana, tras unos días de tensiones por unas reformas que quería impulsar el presidente Manuel Zelaya, un grupo de militares detenían al Jefe del Estado en su domicilio, iniciando un golpe de Estado que llevaba tiempo gestándose en la cúpula militar del país centroamericano.


En esa misma tarde, con Zelaya en Costa Rica, se leyó una ‘presunta’ carta de renuncia en el Congreso que fue aceptada. Fue designado como sucesor de Zelaya el hasta ese momento el presidente de la Cámara, Roberto Micheletti. Terminaría el mandato de Zelaya en 2010 y se convocarían nuevas elecciones.





No tardaría la comunidad internacional en pronunciarse, calificar el hecho de golpe a la democracia y denunciar la ilegalidad del Gobierno que instauraba Micheletti en el país. Todos los países, desde España hasta Estados Unidos pasando por la comunidad latinoamericana, se ponían manos a la obra para mover sus hilos y tratar de llevar de nuevo las aguas a su cauce.


¿Pero por qué un golpe de Estado en un país que había alcanzado cierta calma democrática? Hace unos años, en una de sus primeras visitas como Presidente hondureño a Europa, Manuel Zelaya participó en un acto en Madrid. Zelaya señaló que el gran objetivo de su mandato era hacer crecer a su país hasta alcanzar la cohesión social para todos los ciudadanos y ciudadanas de Honduras.


Analizando la primera parte de su mandato, podría pensarse que la labor de Zelaya iba encaminada hacia ese objetivo. Pero el año pasado, trató de sumarse a ese carro de aquellos mandatarios latinoamericanos que han tratado de cambiar la Constitución vigente para cambiar las normas a su antojo y en su beneficio.


Palabras como Asamblea Constituyente llegaban a la actualidad de ese país centroamericano. ¿En qué otros lugares han resonado con fuerza esas palabras en los últimos años? Recordemos: Venezuela, Bolivia, Ecuador,… La sombra de Chávez comenzaba a planear sobre Honduras.


Fue en noviembre de 2008 cuando Manuel Zelaya planteó la posibilidad de realizar un referendo para convocar una Asamblea Constituyente. ¿Para qué? Pues para modificar la Carta Magna hondureña y derogar la prohibición para que el Presidente pueda optar a la reelección inmediata.


Y es que Zelaya quería que la jugada le saliera tan redonda como le salió a Hugo Chávez en Venezuela. Pero se olvidó, o quizás pensó que no fuera a ser tan importante, de un detalle: Chávez era y es militar, el Ejército estaba a sus pies. En cambio, Zelaya, se había ganado demasiados enemigos en las filas militares.


Pero pese a la división que empezó a atisbarse en la sociedad hondureña en ese planteamiento, Zelaya siguió adelante. Ya en marzo, emitió un decreto para realizar en el mes de junio la consulta popular. La fecha, a más tardar, sería el 28 de junio. Y sí, ese día fue importante: los militares lo detendrían y lo sacarían del país.


Comenzaron las acusaciones, con una oposición cada vez más poderosa, dónde el señor Micheletti ya fue ganando peso. Incluso la Iglesia intervino para pedir un mayor diálogo. Y durante el mes de junio comenzó la carrera de fondo que desembocó en la salida de Zelaya.


La propia OEA anunció días antes del golpe que enviaría una comisión para analizar la situación y tratar de mediar en el diálogo. Pero llegó el día 28 de junio. Los votos no hablaron, hablaron las armas y el ejército. Zelaya estaba fuera del país. Comenzaba una nueva crisis en Centroamérica, que salpicaba a toda la región.


Las reacciones al “28 de junio”


Es evidente que en este artículo no se va a defender el golpe perpetrado por los militares en Honduras. La situación, a todos los niveles, es ilegal. Manuel Zelaya debería ser restituido y liderar, tanto él como la oposición, un Gobierno de transición que lleve al país a celebrar nuevamente elecciones libres.


Pero esto, a día de hoy, es una utopía, porque ni unos ni otros quieren dar su brazo a torcer. Manuel Zelaya ha mantenido su actitud altiva, y sólo quiere regresar a su país subido a lomos de un caballo blanco, como vencedor. Y el Gobierno que lidera Micheletti ya ha declarado que Zelaya no pisará territorio hondureño sin ser detenido.


Los días siguientes al 28 de junio, la situación se agravó a pasos agigantados. Reinaba la confusión. Cortaron electricidad, telefonía e Internet. Expulsaron a los embajadores de Cuba, Nicaragua y Venezuela, además de la propia canciller hondureña Patricia Rodas. Estos últimos hechos son toda una señal: los militares querían cortar de raíz todo lo que oliera a Hugo Chávez y su Revolución Bolivariana.


Pronto toda la Comunidad Internacional, en bloque, salió a la defensa de Zelaya. Estados Unidos condenó de inmediato la situación, aunque últimamente el propio Obama ha recomendado calma al depuesto presidente hondureño. La  Unión Europea frenó las negociaciones del acuerdo de asociación con Centroamérica, que cada vez estaban más avanzadas.


¿Y América Latina? Pues hubo de todo un poco. Existió la condena más diplomática y básica. Fue la llevada a cabo por países como Chile, Argentina o Brasil. Esto es, por los grandes de la región. Han intentado mediar, especialmente Cristina Fernández, pero tampoco han intentado ir más lejos.


La rabia y frustración llegó desde la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) que dirige y comanda Hugo Chávez. Y es que la incorporación de Honduras a este grupo fue celebrada como un gran éxito para la  Revolución Bolivariana que veía como sus ideales y propósitos volvían a traspasar fronteras y alcanzaban otro país de Centroamérica, tras la evidente incorporación de la  Nicaragua de Ortega.


Y es que, en el fondo de todo el asunto, es la sombra de Chávez uno de los principales motivos de todos los acontecimientos que se han desencadenado en los últimos meses en Honduras.


Chávez no tardó en entrar en acción tras el golpe de Estado. En la misma noche del 28-J, descolgó el teléfono y reunió a los líderes del ALBA en Managua, de forma extraordinaria. El mandatario venezolano no quería perder ni un momento porque ningún hilo podía soltarse de ese gigantesco proyecto que tiene en mente: construir el socialismo del siglo XXI en Latinoamérica.


En aquel encuentro también se encontraba el depuesto Manuel Zelaya, que fue a encontrar cariño y comprensión junto a los suyos. Curiosamente no fue a ver a Lula, a Bachelet o a Fernández. Todos los países del ALBA retirando a sus embajadores (o los llamaron a consultas).


Y Chávez, aprovechando de nuevo que todas las cámaras se colocaban en él, volvía a erigirse como el ‘salvador’ que necesita América Latina. Despotricó y amenazó a todos, con acusaciones veladas (e infundadas) sobre quién estaba detrás de el golpe que habían llevado a cabo los militares hondureños. Vamos, el Chávez de siempre.


Chávez se ha tomado como algo personal lo ocurrido en Honduras. “Si juramentan a Micheletti, lo derrocaremos, así lo digo”, gritaba a los cuatro vientos, señalando su intención de devolver el poder a Zelaya haciendo “lo que se tenga que hacer”. Pero pronto bajó el tono de su discurso y descartó cualquier tipo de intervención militar en el país centroamericano porque “tenemos un sacrosanto respeto a la soberanía de Honduras”.


Un nuevo escenario para la Revolución Bolivariana


Extrapolemos la crisis de Honduras al resto de la región. Y más concretamente a sus consecuencias sobre la estrategia bolivariana de Hugo Chávez.


Como hemos dicho anteriormente, lo ocurrido en Honduras ha sido una afrenta personal para el Presidente de Venezuela y para sus planes. Por primera vez desde que inició su andadura bolivariana, algo no ha ido bien. Porque pese a algunos problemas, los cambios que Chávez quería para América Latina se habían desarrollado, además de en Venezuela, en otros países como Bolivia, Ecuador o Nicaragua.


La instauración de una Asamblea Constituyente y una reforma constitucional en Honduras parecía ser el siguiente paso de un recorrido inmaculado. Pero aquí, los militares han dicho basta. Aunque sea ilegal y poco ético el golpe de Estado, y no se trata de defenderlo, muchos en el país centroamericano habrán visto como una amenaza a su soberanía los planes que Manuel Zelaya tenía para el futuro a corto plazo a su país.


Seguro que muchos hondureños han atisbado la posibilidad de estar como muchos venezolanos, a los que lo último ha sido imponerles una mordaza impresionante a su libertad de expresión y comunicación, ya que Chávez ha tomado, definitivamente, el control de los medios.


Quizás a Manuel Zelaya le entraron aires de grandeza al comprobar lo bien que le va a su colega Hugo Chávez en Venezuela. Pero no tuvo en cuenta que, ni contaba con el respaldo social que, por suerte o por desgracia, tiene el mandatario venezolano; ni mucho menos tenía el respaldo de las Fuerzas Armadas, como bien se pudo comprobar el pasado 28 de junio.


Zelaya se equivocó, tanto en el contenido como en las formas, y su apuesta por aplicar los métodos bolivarianos en Honduras le han salido francamente mal. Es impensable que la situación vuelva a estar como antes del golpe de Estado y Zelaya vuelva a su sillón presidencial. Por lo tanto, ni habrá Asamblea Constituyente ni reforma de la Carta Magna y seguro que Honduras, más pronto que tarde, sale del ALBA.


¿Y en qué lugar queda Hugo Chávez? Pues, y tal como se han ido desarrollando los acontecimientos, en el de león herido. Su estrategia para América Latina acaba de sufrir su primer revés. La Revolución Bolivariana que defiende desde hace años, por primera vez, ha sido echada a patadas de uno de esos países que la habían acogido con los brazos abiertos.


Quizás Chávez sea consciente de que, aunque haya sido expulsado Manuel Zelaya, realmente, los militares hondureños hayan extirpado del país sus métodos, sus ideas y sus influencias. Recordar que los primeros embajadores que fueron secuestrados por el Ejército hondureño y expulsados del país fueron los de Venezuela, Cuba y Nicaragua.


¿Y ahora qué? Pues a trazar una nueva estrategia. Chávez no quiere quedar como el malo de la película dentro de América Latina. A él le gusta ser el enemigo público número uno fuera de la región, pero no dentro de ella. Quiere seguir siendo el Simón Bolívar del siglo XXI y luchar por ese nuevo socialismo.


Por eso, aunque en la sombra, seguirá trabajando por devolver a Zelaya a su cargo. Que nadie dude de una cosa. Si por algún casual, Manuel Zelaya es restituido como Presidente de Honduras, Hugo Chávez estará ese día a su lado, llevándolo de la mano, figurando como el gran salvador.


Pero ahora tiene otros planes. Perdido el protagonismo en un punto de la región y temiendo que su revolución sea vista con pánico por muchos latinoamericanos ha decidido optar por lo más fácil: atacar a Estados Unidos y volver a su estrategia de ‘plaza sitiada’, esa que se le da tan bien.


Ante el acuerdo de Washington con Bogotá para instalar una serie de bases norteamericanas en Colombia, Hugo Chávez no ha tardado en saltar, en sentirse amenazado y en lanzar sus primeros discursos defensivos. Aunque esta vez con un pequeño matiz: ha hablado de guerra en la región.


Veremos como transcurren los acontecimientos entre Colombia y Venezuela, entre Uribe y Chávez. Pero lo que está claro es que el mandatario venezolano no parará hasta que la Revolución Bolivariana triunfe en la región y él se sienta el emperador que nunca tuvo América Latina, quién le dio la libertad: el Simón Bolívar del siglo XXI.



Juan Luis Dorado

Periodista especializado en políticas latinoamericanas



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