miércoles, 17 de junio de 2009

Pakistán y el Valle del Swat: ¿El miedo a la Proliferación Nuclear Horizontal No Convencional?

Número 15/junio-julio 2009
Mauricio Palma Gutiérrez

La ensañada militar en contra de extremistas talibán llevada a cabo por el gobierno paquistaní desde hace algunos meses al norte del país, se convierte en un marco de análisis idóneo sobre una nueva problemática en plena emergencia. La Proliferación de Armas Nucleares hacia actores no convencionales se establece así, como el principal punto de análisis sobre las motivaciones de Pakistán apoyado por los Estados Unidos, para llevar a cabo una rigurosa operación militar en la región en cuestión.

En el marco de la Guerra contra el Terror norteamericana, universalmente cuasi institucionalizada a través de acciones conjuntas estilo ISAF, cualquier reducto talibán debería ser reducido a sus mínimas proporciones por parte de los Estados que quisieran incluirse de pleno derecho en ese ambiguo ente al que se le denomina Comunidad Internacional. Pero aunque hoy Pakistán podría no ser la excepción, algunas de sus características políticas y administrativas hacen que la tarea de erradicación no sea tan fácilmente realizable. El peculiar posicionamiento geográfico de este país de Asia, ha hecho que desde los sucesos del Once de Septiembre muchos de los extremistas antiguamente localizados en la vecina Afganistán se hayan mudado al Este, trayendo consigo un constante clima de inestabilidad a su región más septentrional. De hecho, 2008 se convirtió en un año en el cual la intensificación de las reivindicaciones armadas por parte de militantes extremistas ligados con el talibán fue tal, que el recién instaurado gobierno en Islamabad decidió establecer una dinámica política exclusiva para apaciguar la situación.

De allí que en distritos administrativos como el Swat, con su imponente valle de fondo, o en el recientemente ensangrentado Peshawar, el gobierno haya comenzado a llevar a cabo una estrategia triple. Ésta involucra la fuerza militar en contra de los focos extremistas más reacios, un progresivo desarrollo económico -del cual poco o nada se ha visto hasta el momento- y una política conciliadora a través de la negociación de algunos elementos reconciliables, como el establecimiento por zonas de la Sharia (1). Sin embargo, y pese al constante apoyo técnico, económico e instrumental que, principalmente, los Estados Unidos le han venido brindando, existen de hecho tres elementos que matizan la mecanización rápida y severa de la operación. Una estructura administrativa peculiar en las regiones del norte, un gobierno central débil y la existencia de un arsenal nuclear compuesto por aproximadamente 60 ojivas (2), que es quizá el elemento coyuntural del debate, son entonces los puntos a tener en cuenta.

Por una parte, la existencia en Pakistán de varias Áreas Tribales Federalmente Administradas (ATFA) hace que el control efectivo de una buena porción de la frontera con Afganistán sea ampliamente autónomo del gobierno de Islamabad. Establecidas en 1970 en un contexto donde el desarrollo tribal está estrechamente relacionado con la conservación de las tradiciones islámicas, en esta zona compuesta por siete grandes sub-áreas o agencias, algunos grupos como los talibán tienen la posibilidad de enraizarse entre la población y hacerse con el control político. Sin embargo, esta no es una característica exclusiva de las ATFA. La colindante Provincia Fronteriza Noroccidental (NWFP por su sigla en inglés), en donde se ubica el épico Valle del Swat - calificado en el pasado por Muhammad Ali Jinnah, como un pedazo de Suiza en el corazón de Asia Central y por Sir Winston Churchill como la cuna de los poetas pashtunes (3)-, se ha convertido desde hace algunos años en fortín de movimientos radicales islámicos apoyados por una buena parte de sus habitantes.

De hecho, a comienzos de este año se había llegado a un acuerdo entre el gabinete del Presidente paquistaní y viudo de la asesinada Benazir Bhutto, Asif Alí Zardari, y los principales líderes religiosos de la región, entre ellos  Sufi Muhammad, para que éstos impusieran la Sharia en dicho distrito montañoso a condición de mantener apaciguada la tensa coyuntura en la región (4). Por un momento el ambiente se distensionó gracias a la negociación entre los principales líderes religiosos y tribales con el gobierno.

Pero el constante clima de inestabilidad política por el cual atraviesa Pakistán desde el asesinato de Bhutto en 2007 hizo que el acuerdo fuese desestimado rápidamente por los líderes talibán, para que así de manera unilateral, decidieran seguir con la  expansión de su proyecto político-religioso. Islamabad se mostraría así como el siguiente objetivo, en un marco donde el gobierno de unidad nacional es sólo una quimera. El informal arreglo bipartito entre el Partido Popular de Pakistán (PPP) de Zardari y la Liga Musulmana de Pakistán - Nawaz  (LMP-N), que se consolidó a finales de 2007, se ha convertido en una confrontación constante que ha dejado como principales protagonistas no sólo a las elites políticas, sino a la población en general.

El constante lío altamente mediatizado sobre la exclusión y posterior reintegro del juez Iftikhar Chaudry finalizado apenas en marzo de este año (5) no fue sino una pequeña demostración de las fuertes divisiones políticas por las que atraviesa este país asiático. De allí que los talibán, cuyos principales focos de acción se encuentran a escasos kilómetros de la capital paquistaní, hayan decidido retomar las armas en pro de pescar una movilización generalizada para instalarse en el gobierno central en pleno río revuelto. Los atentados de marzo de este año en contra el equipo de cricket de Sri Lanka en Lahore, histórica capital de la provincia del Punjab fronteriza con India, no fueron sino la respuesta a la ensañada gubernamental en la región del Swat. Los militantes talibán siguen al parecer tan vivos como el primer día, y están dispuestos a llegar hasta el final -¿tomar Islamabad?-, o por lo menos así lo quisieron dejar ver (6).

Las acciones emprendidas por el gobierno paquistaní en el Valle del Swat, y en general en las ATFA y la NWFP, se inscriben entonces en la lógica de contrarrestar la posibilidad de una movilización talibán de proporciones popularmente generalizadas. Si bien es cierto que no toda la población de esta región comparte la idea extremista ni la imposición de la Sharia -de esto, es quizá el ejemplo más claro el surgimiento a partir de mediados de esta década de algunas milicias tribales, denominadas como lashkars, que actúan como grupúsculos paramilitares en contra de los extremistas talibán (7)-, la imposición progresiva de la fuerza en la región ha sido una de las dinámicas estructurales de gobierno Zardari. No obstante y pese a dichas medidas, surge entonces una problemática que desde Pakistán trasciende al espectro de la seguridad internacional.

La simple posibilidad de que algún grupo fundamentalista islámico se haga con el poder en Islamabad, por remota que parezca, se convierte en razón suficiente para pensar que un ente criminal pueda llegar a hacerse con una parte del arsenal nuclear paquistaní. Aunque el mercado negro siempre ha existido y, con él, la transverberación de secretos para la construcción y desarrollo de armas nucleares no se inscribe como una posibilidad altamente novedosa, el miedo de que éstas proliferen de manera atípica se ha hecho sentir. Éste es quizá uno de los momentos más álgidos en el que el debate sobre el detentar -o no- y el inspeccionar la producción de armas de destrucción masiva se sale del control exclusivo de los Estados y se disgrega hacia otros actores, no convencionales, de las dinámicas internacionales.

Este botín, que comienza a entrar en el juego de la institucionalidad, del apoyo a las acciones paquistaníes y de los componentes del poder en el marco internacional, no es para nada menospreciable. Pakistán ha venido desarrollando su programa nuclear para uso bélico, por lo menos en el papel, desde la década de los setenta en el marco de la escisión de Bangla-Desh y las primeras pruebas nucleares llevadas a cabo en el Rajahstán (India), en 1974. Posterior a esto, la venta de secretos europeos sobre cómo elaborar cargas nucleares y las interacciones comerciales secretas al mejor estilo chino sobre cómo mejorar el alcance de los mísiles (8) no se hicieron esperar. La elaboración de ojivas a partir de uranio enriquecido y, en menor medida, plutonio fue una realidad que, aunque impensable para los más escépticos, vio la luz a través de las pruebas llevadas a cabo en las Colinas Chagai en 1998 (9).

Estos ensayos que no fueron sino la respuesta a un primer ejercicio bélico indio del mismo año, trajeron como resultado la confirmación de que los paquistaníes detentaban por lo menos cargas nucleares de entre cinco y diez kilotones. Además, ha sido probado que los paquistaníes cuentan con misiles de corto y mediano alcance, capaces de llegar hasta Nueva Delhi (10). Hoy en día, este Estado se convierte en uno de los pocos (des)afortunados que pertenecen al club nuclear -por lo menos de manera confirmada-.

La convulsionada situación política de un Pakistán que debe lidiar con la amenaza extremista por una parte y con la falta de cohesión interna por otra, no ha sido, sin embargo, una motivación para que los controles internos en torno al arsenal que hasta hoy este Estado detenta hayan dejado de operar. Existen de hecho tres divisiones gubernamentales que se encargan de regular y salvaguardar el tesoro nuclear paquistaní. La National Command Authority (NCA), dirigida directamente desde el ejecutivo, se encarga de velar por el buen uso de las ojivas existentes, así como de regular la no proliferación de secretos hacia elementos no autorizados -cabe anotar que esta división del gobierno ha fallado en el pasado, recordando específicamente los sucesos en torno a la red del ingeniero paquistaní Abdul Qaader Khan, líder en venta de secretos nucleares a los gobiernos de Libia e Irán en el pasado (11)-.

Los paquistaníes cuentan también con la Strategic Plans Division (SPD), dirigida por el comandante supremo de sus fuerzas armadas y encargada además de formular la estrategia nuclear del Estado en su conjunto, y con los Strategics Forces Commands (SFC), los cuales -en teoría- activarían el uso de las armas y se asegurarían de la acertada utilización de cada uno de los componentes nucleares dispuestos en éstas. Y aunque este sistema, compuesto por un evidente mecanismo de pesos y contrapesos, en apariencia garantizaría el buen uso del arsenal nuclear paquistaní, el miedo a la proliferación nuclear atípica ha comenzado a ganar protagonismo a pasos agigantados en el contexto de la lucha por el control del Swat y otras regiones conexas.

El evidente y marcado apoyo estadounidense a las acciones emprendidas por el gobierno de Pakistán, por ejemplo, es una prueba de ello. En un mundo donde los actores no convencionales comienzan a ganar terreno acumulando grandes niveles de poder -habría que ver la interesante posición al respecto de Richard Haass, presidente del Council on Foreign Affairs sobre la noción de apolaridad (12)-, a través de la mecanización de lógicas como la posesión de recursos militares otrora exclusivos de los Estados, el debate de la Proliferación Nuclear Horizontal No Convencional comienza a ganar relevancia.

Las nociones de disuasión y control tradicional, al mejor estilo de la Guerra Fría, han comenzado a reelaborarse debido al surgimiento -o permanencia- de diversos Estados canalla y Organizaciones Macrocriminales que pudieran hacerse -o se hacen ya-  con algún tipo de arsenal nuclear (13). Los Estados Unidos, empero, se han dirigido hacia el problema del norte paquistaní con contundencia - por lo menos hasta el fin del gobierno Bush- a través de un extenso apoyo económico, una elaborada formación técnica para los efectivos dirigidos desde Islamabad y un extenso usufructo de la retórica de la Guerra contra el Terror, tan tangible en el vecino Afganistán.

Y es que la gran dificultad de la situación de las ATFA y la NWFP, identificada por la antigua Secretaria de Estado Condolezza Rice y sus asesores, no radicaba simplemente en el problema que suponen hasta hoy los ataques sistemáticos de extremistas a las redes de aprovisionamiento de las tropas de la International Security Asisstance Force (ISAF) en Afganistán, que entran mayoritariamente a través del puerto de Karachi sobre el Océano Índico. Tampoco se trataba -y se trata hasta hoy- de la disyuntiva sobre cómo eliminar de manera efectiva a los elementos adversos al mundo de la democracia y la libertad, que con tanto empeño el anterior gobierno republicano de los Estados Unidos se jactó de defender. El mayor miedo no era sino la extensión de la proliferación nuclear hacia nuevos actores, no estatales, básicamente terroristas, esta vez entendidos como reductos talibán, que en últimas podrían llegar a tener algún tipo de nexos con Al Qaeda.

Lo único cierto es que por ahora, el baño de sangre sigue en el Valle del Swat y en otras regiones del norte de Pakistán. La posición de Barack Obama, el soñador, defiende la transverberación de dos entidades culturales que pueden vivir en paz en el mundo. Su discurso en el Cairo -en el cual olvidó mencionar la palabra terrorista más de una vez, haciendo constante uso del término extremista- hizo énfasis en la reconciliación con el mundo musulmán, pero no con los militantes en Pakistán y Afganistán - a menos claro, de que estos depongan las armas-. Es probable que el apoyo a las incursiones paquistaníes siga, en un marco donde la retórica, como durante toda la historia, es la constante.

Sobre el tema de la Proliferación Nuclear irregular, el mismo Obama mencionó en su discurso que conmemoró los primeros 100 días de su gobierno que se sentía confiado de la situación actual del arsenal nuclear de Pakistán porque  "[el] ejército paquistaní, reconoce los peligros que pueden surgir si esas armas caen en las manos equivocadas (14)". Y sin embargo en la práctica, la situación puede ser otra. Es que el riesgo de que un eventual nuevo atentado terrorista, que traiga consigo consecuencias impensables propiciadas por el componente nuclear, aún no se ha bifurcado de la mente de muchos, ni en Washington, ni en el mundo occidental - habría que pensar en el gobierno de Angela Merkel en Alemania, que ha sido recientemente declarado como blanco de ataques por Al Qaeda, debido a su apoyo a la ISAF en Afganistán (15)-.

La estabilización de Pakistán resta hoy aún inconclusa y lejana, abriendo así el camino para que por lo menos por unos meses -¿años?- más las operaciones en contra de los reductos de milicianos extremistas continúen. De la mano de los futuros sucesos en las paquistaníes Swat, Peshawar, y como se ha venido viendo en los últimos días, Waziristán, la situación de Afganistán se puede volver más tormentosa aún. Mientras tanto, el miedo a la proliferación atípica seguirá creciendo en la mente de muchos. Sin embargo, habría que recordar, tal y como lo mencionó el especialista en Pakistán de la cadena Al Jazeera, Imram Khan, que "este miedo es desechado por buena parte de los paquistaníes, casi como un motivo de risa, debido al elevado nivel educativo y la preparación requerida para operar un arma nuclear (16)". No sobra sino preguntarse: ¿la risa de los paquistaníes menguará el miedo de los occidentales?

Mauricio Palma Gutiérrez
Licenciado en Relaciones Internacionales, Universidad del Rosario, Bogotá (Colombia)

Más información sobre el autor...

Mauricio Palma Gutiérrez. Internacionalista de la Universidad del Rosario (Bogotá, Colombia), Especialista en Estudios Políticos Europeos del Institut d´Études Politiques - Sciences Po (Estrasburgo, Francia) y Especialista en Periodismo de la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia). Profesor de las Universidades Sergio Arboleda y del Rosario (Bogotá, Colombia) e Investigador del Centro de Estudios Estratégicos sobre Seguridad y Defensa de la Escuela Superior de Guerra (Colombia). A partir de Octubre de 2009 alumno del MA. "Global Affairs" de la Universität Leipzig (Leipzig, Alemania) y del London School of Economics (Londres, Reino Unido).



Bibliografía

(1).KRONSTADT, Alan & KATZMAN, Kenneth, Islamist militancy in the Pakistan-Afghanistan border and U.S. policy, Congressional Research Service, Noviembre 21 de 2008.
(2).KERR, Paul & NIKITIN, Mary, Pakistan´s nuclear weapons: Proliferation and security issues, Congressional Research Service, mayo 15 de 2009
(3). SHAZAD, Syed, Whose war is this?, Asia Times, Enero 31 de 2009
(4). KHAN, Ilyas, Will Sharia law bring order to Swat? BBC Online, Febrero 16 de.2009
(5). KHAN, Ilyas, Clouded details of Pakistan deal. BBC Online, Marzo 16 de2009
(6). HASAN, Syed, Why attack Lahore? BBC Online, Mayo 27 de 2009
(7). Op. Cit. (1)
(8). Op. Cit. (2)
(9). (Sin Autor), Wir haben keine Angst vor dem Krieg, Der Spiegel, Mayo, 25 de 2002
(10).ARMS CONTROL ASSOCIATION, Nuclear Weapons: Who Has What at a Glance, Arms Control Association, Octubre de 2007
(11).GLOBAL SECURITY, Profile: A. Q. Khan, organization for Global Security, 2008
(12). HAASS, Richard, The age of Non-Polarity,Foreign Affairs, Mayo/Junio 2008
(13). SINGH, Sonali & WAY, Chirstopher, The Correlates of nuclear proliferation, The Journal of Conflict Resolution, Diciembre de 2004
(14). (Sin Autor), President Obama´s 100th day press briefing transcript, The New York Times, Abril 29 de 2009
(15). SPIEGEL STAFF, Germany Warns of al-Qaida Attacks before September Election. Der Spiegel, Junio 8 de2009
(16). KHAN, Imran, The Struggle for Swat. Al Jazeera, Mayo 7 de 2009

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