viernes, 5 de junio de 2009

Obama y Cuba: ¿La hora de la Isla?

Número 15/junio-julio 2009
Juan Luis Dorado Merchán

Cuando un Presidente de los Estados Unidos accede a su cargo sabe de por sí, que tendrá una agenda internacional muy completa. Es consciente, que tendrá que lidiar con el conflicto árabe-israelí, atender a sus obligaciones con los aliados, tratar de tener buenas relaciones con Rusia,…

Esto podría parecer la política exterior de cualquier país del planeta, a mayor o menor escala, evidentemente. Pero el inquilino de la Casa Blanca tendrá que lidiar con algo excepcional, un hecho que lleva sin variar para nada desde hace casi 50 años: la relación entre Estados Unidos y Cuba.

Desde que John Fitzgerald Kennedy decretase el bloqueo naval a la Isla, y el posterior embargo, pasando por la crisis de los misiles, la de los balseros, la ley Helms-Burton, los sucesivos ‘presuntos’ intentos de asesinato de Fidel Castro, hasta la política agresiva de la última Administración,… todos los Presidentes norteamericanos desde JFK han tenido en la Cuba castrista su ‘piedra en el zapato’.

Pero el pasado mes de enero llegaron aires de cambio a la Casa Blanca. Se instaló un hombre, Barack Obama, que rompe con el prototipo de Presidente norteamericano, y sobre todo, supone un soplo de viento fresco con respecto a su predecesor, George W. Bush. O más bien un huracán.

En su agenda previa a la toma de posesión, la situación de Cuba estaba marcada en letras de rojo en la mente de Barack Obama. Y es que, desde que asumiera el poder, los ojos de la prensa estadounidense y global se han dirigido varias veces hacia esa pequeña extensión de terreno en medio del mar: primero por la nueva relación que trata de impulsar Obama; y segundo, por las decisiones en torno a la cárcel de Guantánamo.

¿Acercamiento?

Sin entrar en los asuntos que tengan que ver con Guantánamo, algo que tiene mucho más que ver con la política interior, desde el principio, Barack Obama ha puesto el foco en lograr una nueva relación con la Cuba de Fidel Castro.

Eso sí, ha exigido a los líderes castristas una serie de cambios en su política interna, que nada nuevo aportan en las principales reclamaciones históricas que desde Washington se hacen a La Habana.

Este posible acercamiento choca con una de las principales doctrinas que ha protagonizado la relación con la Isla desde los tiempos de JFK: sólo se negociará con las autoridades cubanas si los hermanos Castro no son partícipes en ese proceso. Ésta es una de las principales premisas del exilio de Miami.

Pero el exilio, predominantemente republicano, ha perdido fuerza y peso en las decisiones de Washington con la llegada de una Administración demócrata. A eso, hay que sumarle que los miembros del ala dura de los exiliados cubanos, ya ha fallecido. En la actualidad, las principales caras de los cubanos en Estados Unidos, responden al perfil de jóvenes empresarios con ganas de invertir dinero en su tierra.

Y es que aquí puede estar la clave de una futura transición en la Isla y una mejora de relaciones entre EEUU y Cuba: el cambio tiene que llegar mediante un diálogo entre cubanos, con Washington de mediador. Y es bastante probable que Obama quiera tomar ese papel y romper al fin con el problema cubano.

Pero Cuba no quiere “limosna”. Estas palabras no son del periodista, son de Fidel Castro, el bloguero de éxito que sigue dando las principales directrices sobre el devenir de Cuba. Ante las primeras palabras de Barack Obama sobre las relaciones con Cuba durante su mandato, Fidel fue tajante: “queremos negociar de igual a igual”.

Y es que Cuba está en todo su derecho de pedir una negociación sin concesiones, puesto que son un Estado soberano, guste más o guste menos en el resto del mundo.

Aquí puede llegar una de las principales dudas (y temores) para Barack Obama: ¿qué precio político tendrá que pagar por tender la mano a la Cuba de los Castro?

Primeras medidas desde Washington

Desde un primer momento, la Administración Obama trabaja por mejorar las relaciones con Cuba. Es evidente que los primeros contactos no han sido públicos, pero el nuevo Presidente norteamericano quiere el cambio, y esto supone romper con todo lo anterior, especialmente con la labor realizada por el Gobierno de Bush de cara a la Isla.

Y es que, especialmente durante los primeros años del mandato de Bush, la tensión no paró de crecer. Incluso se llegó a redactar en Miami, de forma coordinada con el Departamento de Estado, una transición para la Isla a la democracia, a la manera norteamericana. Esto podría traducirse como “a la manera de Irak o Afganistán”.

Pero como las cosas no iban bien por aquellos lugares, pronto se descarto en Washington una nueva fuente de conflicto y críticas internacionales en Cuba.

Una invasión habría supuesto el punto y final de las relaciones tranquilas entre la Unión Europea y los Estados Unidos de George W. Bush. Además, nadie habría podido explicar algo así, puesto que la superioridad de un país sobre otro es más que manifiesta.

Y esto llegó Obama con sus promesas de cambio. Y no se quedó con frases de cara a la galería: quería que las cosas cambiaran y lo hiciera de verdad, pero sin ceder un ápice del discurso más duro.

Barack Obama trabajará con el Gobierno de Raúl Castro en torno a las relaciones de ambos países, pero partiendo de puntos claros: respeto a los derechos humanos, a la libertad de expresión y transición hacia una democracia en la que todos los cubanos decidan su futuro.

Aquí está la clave de una de sus primeras decisiones, el levantamiento de las restricciones de los viajes a Cuba y el restablecimiento de los vuelos. Obama es consciente de la necesidad de que el espíritu democrático se implante en los ciudadanos de la Isla, por lo que, los viajes de sus compatriotas que viven en democracia en Estados Unidos, se antoja crucial para lograr una transición entre los cubanos y para los cubanos.

Así, además, ayudaba al sector turístico cubano, ya que recuperaba a su mercado principal, el norteamericano. Obama decidía levantar las restricciones impuestas por Bush y lanzaba de promesa de restablecer los vuelos comerciales entre los dos países.

Esta medida, que sobre el papel puede parecer puramente económica, tiene mucho sentido político. En primer lugar, muestra a los cubanos, y al Gobierno en particular, que la nueva Administración norteamericana tiene buena voluntad. Además, logra un doble efecto, puesto que, por primera vez en muchos años, va a ser complicado que los ciudadanos de la Isla pongan al Presidente de EEUU la cara del diablo.

Y además, lanza un claro mensaje a la comunidad internacional. ‘Estamos cambiando’, parece decir, ‘y lo hacemos con el conflicto más antiguo que tenemos, el de Cuba’. Este mensaje fue captado por muchos Gobierno, como el español, que se apresuró a mostrar su satisfacción considerando la decisión “de indudable alcance humanitario, ya que facilitará sin lugar a dudas el necesario acercamiento entre Cuba y Estados Unidos”.

¿Qué quiere Obama de Cuba?

En primer lugar, Obama quiere lo que todos sus predecesores han deseado de Cuba: libre, democrática y sin los Castro. Partiendo de esa premisa, hay que tener una consideración clara. El nuevo Presidente norteamericano es consciente de que por la fuerza y la presión sólo conseguirá aumentar la fuerza del castrismo y busca nuevas vías.

Como hemos citado en numerosas ocasiones, Fidel Castro ha hecho de la “teoría de la plaza sitiada un arte”. Enarbolando los males que le causa el enemigo norteamericano ha hecho fuerte durante muchos años su discurso de cara al pueblo, y le ha mantenido en el poder.

Si Obama rompe con este discurso bélico y nada conciliador hacia la Isla, dejará a los miembros del Gobierno cubano sin uno de sus principales argumentos.

Por otro lado, también es consciente de que Cuba no se encuentra en una situación de aislamiento, como pudo vivir durante la década de los 90. Ahora tienen aliados, y además, se ha convertido en un referente para otros Gobiernos latinoamericano, con la Venezuela de Hugo Chávez a la cabeza.

Por lo tanto, Barack Obama camina con pies de plomo en todo este asunto. Sabe perfectamente que, lo principal, es recuperar un clima de cordialidad con todos los países de la región, empezando por Venezuela.

Esto se pudo comprobar en la pasada Cumbre de las Américas, en la que, Estados Unidos, por primera vez en muchos años, llegó con una voluntad conciliadora que no se recuerda. Y es que, la actual Administración, es consciente del daño que George W. Bush ha hecho en las relaciones de Washington con numerosos países vecinos.

Obama tiene que tener una prioridad en recuperar las relaciones americanas a todos los niveles, y sentarse con ellos al mismo nivel a dialogar. Si muestra una actitud beligerante, pronto volverán los rencores y Hugo Chávez no dudará en sacarlos a la palestra. Hay que dejar sin argumentos el discurso “de la plaza sitiada” que usó Fidel Castro, y ahora hacen suyo Raúl Castro, Hugo Chávez o Evo Morales.

Y es que desde esta perspectiva podría hablar sobre Cuba. Si trabajan sobre el futuro de la Isla con toda América confrontada, es imposible llegar a buen puerto, porque no lo va a tener nada fácil.

Para ello, un primer paso podría ser el retorno de La Habana a la Organización de Estados Americanos (OEA), con el simple objetivo de normalizar las relaciones y lanzar un mensaje claro y rotundo: consideramos a Cuba como un igual.

Pero también hay que tener algo muy en cuenta: Obama no tiene, no debe y no va a rebajarse ante las pretensiones de los cubanos. Porque hay que explicar algo: ya sea con Fidel o ahora con Raúl, Cuba es, ha sido y de momento seguirá siendo una dictadura totalitaria disfrazada de socialismo en la que no hay libertad de expresión y no se respetan muchos derechos humanos.

Esto es algo que Barack Obama no debe olvidar a la hora de trabajar por normalizar las relaciones.

Y tampoco tiene que olvidar algo: Cuba no es parte de Estados Unidos. En la anterior Administración, con algunas declaraciones, parecía como si considerasen a la Isla una parte de más de Estados Unidos, un estado más. Y esto hizo mucho daño en una posible transición y mejora de las relaciones.

Obama tiene que luchar por mejorar las relaciones con La Habana y ayudar a una transición cuando Fidel Castro muera y Raúl ya no tenga la fuerza moral necesaria para seguir adelante.

Pero bajo una premisa clara: el futuro de Cuba, tanto a nivel político como social, lo decidirán los cubanos. Y la transición tiene que ser mediante un diálogo entre el pueblo cubano, tanto el de la Isla como el que vive en el exilio.

Es una oportunidad única para mostrar el cambio que ha anunciado en multitud de ocasiones Barack Obama. Y de cara a Cuba, la mejor manera es permitir que sea el pueblo cubano quien trabaje en su futuro. El futuro de la Isla debe decidirse ‘a lo cubano’.

Juan Luis Dorado Merchán
Periodista especializado en políticas latinoamericanas

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