martes, 15 de abril de 2008

Birmania en la sombra, después de haber sido el centro de atención

Número 8/abril-mayo 2008
Faye Karavasili

No hace tanto desde que se dio a conocer lo que se ha venido a llamar la “Revolución Azafrán” en un país asiático desconocido, antiguamente conocido por dos nombres y con un régimen bárbaro que ensombreció los medios de comunicación con un escándalo. Nuestros programas televisivos y nuestras cómodas vidas se llenaron con los colores de la violencia más brutal; El llamativo color amarillo yema de las vestimentas de los monjes marchando por las calles de Rangún y el rojo de la sangre que fue derramada en nombre de la estabilidad. La reacción de la Junta a las protestas fue dura e inmediata pero también y desafortunadamente para ellos muy pública. Solamente unos pocos podrán olvidar las imágenes grabadas en directo de la ejecución de aquel desafortunado fotógrafo japonés por un soldado o las emociones que tales imágenes crueles provocaron.

Después de septiembre de 2007, todos nosotros fuimos conscientes de una manera dolorosa de la existencia de Birmania, también conocida como Miramar desde que la Junta militar llegó al poder y también de las atrocidades que han estado ocurriendo en este país durante años. El mundo occidental se horrorizó. Se organizaron manifestaciones, se firmaron peticiones, las protestas se multiplicaron y el público en su totalidad estaba totalmente de acuerdo con lo que las organizaciones de derechos humanos habían denunciado durante años. Había que hacer algo al respecto.


Las medidas tomadas en Birmania fueron masivas. Incluso antes del dramático clímax en Rangún que puso a Birmania en la primera línea de los medios internacionales por los peores motivos, la situación era una bomba de relojería a punto de explotar. El país ha estado sufriendo la tiranía de un régimen absolutista durante la mayor parte de su historia moderna. Los militares llevan en el poder desde 1962 y no han parado de oprimir a la población a diario, despojándoles completamente de sus derechos a su libre albedrío, eliminando a todos los disidentes y cometiendo horribles violaciones de los derechos humanos contra las minorías más desfavorecidas y acallando a las voces opositoras. Las políticas internacionales, las delicadas consideraciones regionales y diversos intereses económicos en el área aseguraron cierto grado de tolerancia por parte de Occidente, de esta forma la Junta permaneció más o menos sin estorbos para ejercer su completo y absoluto poder sobre sus desafortunadas víctimas. La fallida rebelión de 1988 era hasta hoy la amenaza más seria que dicho régimen absolutista jamás había tenido que enfrentarse antes de los acontecimientos de 2007 e incluso aquella fue aplastada con facilidad y como era de esperar, de un modo igualmente violento.

Después siguió el arresto del Premio Nóbel de la Paz Aung San Suu Kyi por el crimen de haber sido democráticamente elegida en 1990, después su partido, la Liga Nacional para la Democracia, declaró una clara victoria con más del 80% de los escaños de la Asamblea Popular en las primeras elecciones democráticas en este país desde 1962. Su injusta e inexcusable detención polarizó aun más la situación. Pronto fue evidente que las “votaciones democráticas” no lo eran. En su lugar, eran un poco más que una farsa, una puesta en escena por pura apariencia ya que era evidente que los generales de la Junta nunca tuvieron la intención de delegar el poder en nadie. En su lugar Aung San Suu Kyi fue rápidamente arrestada, a pesar de un breve intervalo de libertad en 1995, permanece bajo arresto hasta este día e incluso a pesar de las protestas públicas y peticiones para su liberación desde todos los rincones del mundo. La chispa que detonó la bomba fue una decisión arbitraria del actual Jefe de Estado el General Than Shwe y de su partido el Consejo de Estado para la Paz y el Desarrollo (SPDC, es el partido gobernante y la plataforma política de la junta militar) de eliminar los subsidios sobre el petróleo y el aceite de uso doméstico. Como resultado directo de esta decisión, los precios de dichos bienes aumentaron de la noche a la mañana haciende de la vida de los birmanos ya bastante pobre, una pesadilla. El resultado final era inevitable. Birmania estuvo en el candelero. Un atisbo de esperanza para todo aquel que hubiera observado la situación existente incluso antes de la “Revolución Azafrán” se puso de moda para más tarde desvanecerse de manera muy triste. Meses después de que los monjes budistas tomarán las calles y un número inimaginable de ellos, cuyos nombres siempre permanecerán en el olvido, perecieron en casi 3000 pueblos que fueron aniquilados para prevenir a sus habitantes de ayudar a la oposición en un conflicto armado, y todavía parece que no se ha hecho nada de valor al respecto.

Es una triste realidad que este mundo es un lugar problemático. Guerras, genocidio, tortura y terrorismo son hoy en día más comunes que lo que deberían serlo y el frenético ritmo de los actuales medios de comunicación dominan las necesidades mundiales para mantener vivo el interés de los espectadores a costa de lo que sea. Occidente necesita nuevas sensaciones y este planeta tan agitado tiene más que suficientes tragedias para escoger, las cuales pueden ser ofrecidas instantáneamente como menú del día. La saga de las elecciones americanas, las elecciones en Rusia, el asunto sobre la independencia de Kosovo y los recientes problemas en el Tibet inevitablemente han eclipsado la situación en Birmania en la mayoría de las mentes. La gente protesta por el caso del Tibet con el mismo vigor y pasión con la que lo hacían por Birmania hace siete meses. La realidad, sin embargo, es gris. Hizo falta el estreno de la última película de “Rambo” para recordar a la gente que Birmania todavía existe, que Aung San Suu Kyi todavía permanece bajo arresto y que las mismas violaciones de los derechos humanos que no hace mucho agitaron a la opinión pública todavía se siguen perpetrando. Por desgracia, actualmente con mucho más cuidado y siempre lejos de los ojos curiosos de Occidente, en la oscuridad creada por una cobertura mediática occidental ensombrecida y controlada por los militares y la policía secreta cuya presencia en Rangún se ha multiplicado. La lección de la “Revolución Azafrán” que tenía que enseñar al régimen militar, fue rápidamente aprendida e implementada. Los errores de septiembre de 2007 probablemente no vuelvan a repetirse; las atrocidades cometidas, sin embargo, son un asunto completamente diferente. ¿Qué ocurre con las acciones que firmemente exigía el mundo civilizado? Éstas pueden sen resumidas en una sola palabra. Y no es una palabra que oprima a los dictadores para que se sientan intimidados por: sanciones.

El mundo civilizado reaccionó con repulsión cuando las imágenes de los cuerpos sin vida de los monjes budistas dieron la vuelta al mundo y no pasó mucho tiempo antes de que reaccionaran de manera colectiva, de la manera que se esperaba. La reacción fue imponer sanciones para invalidar un régimen que tiempo atrás decidieron no molestar. La Unión Europea, la ONU, los EEUU siguieron el mismo patrón y procedieron a castigar a Birmania con embargos de una importancia variada. El propósito expreso de dichas sanciones era doble. Por un lado pretendían aislar a la nación responsable y minimizar sus medios, y de esta manera poner en peligro la supervivencia inmediata de su régimen. En teoría, el mencionado régimen no tendría elección más que sucumbir a la presión internacional y cooperar con la voluntad colectiva poniendo así fin a las graves violaciones a los derechos humanos cometidas y situando al país en una órbita segura para un futuro democrático. Naturalmente, un bono adicional que no debería ser ignorado es el hecho que de esta manera los gobiernos de los países del “mundo libre” aliviarían sus agitadas conciencias y cumplirían de manera segura con la expectativas de la comunidad internacional y de la exigencia unilateral de acción.

Tendrán pruebas tangibles de que de hecho algo esta pasando cuando la acción es de suma importancia. Sin embargo hay que preguntarse ¿son las sanciones lo que deberían ser? ¿son una manera efectiva de imponer la moral colectiva del mundo civilizado a un régimen hostil sin arriesgar los alimentos de las personas inocentes que viven en el territorio sancionado?¿El aislamiento cuenta como “castigo” cuando todavía puede ser visto como algo deseable por un gobierno que posiblemente quiera permanecer aislado y de esta manera incontestado? ¿Podría haber un peligro muy serio y previsible de que la población se encuentre no sólo oprimida por la tiranía conocida sino también por sus salvadores? ¿Quién va a sufrir las consecuencias si de hecho hay consecuencias tangibles, la junta o la población de esta tierra conflictiva? ¿Podríamos justificar su sacrificio si esto significa el final y beneficiará a las generaciones inocentes venideras?, más concretamente, quizá hacer algo es sin duda mejor que quedarse cruzado de brazos mientras las dictaduras brutales utilizan la violación como arma, queman pueblos enteros, utilizan a niños y adultos como esclavos y practican el genocidio pero ¿es esto suficiente?

De hecho, las medidas diplomáticas de Europa y Asia coinciden en que aunque las sanciones están en vigor, no sólo no intimidan a Than Shwe y a su régimen sino que no parece que les afecten de la manera en que esperaban. En un nivel superficial, Than Shwe ha intentado mostrar al mundo que está dispuesto a cooperar con el enviado especial de la ONU Mr. Ibrahim Bambari en un esfuerzo para atenuar la tensa situación y en febrero declaró que su propósito era convocar un referéndum para mayo a través del cual pretende revisar la constitución del país y convocar elecciones democráticas para 2010. Mientras que esto parece un paso hacia delante y es considerado como tal por muchos países incluyendo a los vecinos de Birmania como Singapur, probablemente sea equivocado. Los miembros de la oposición forzados al exilio, la mayoría de los cuales son miembros del partido NLD comparten la misma creencia. Hay que admitir que Birmania no es una prioridad en la agenda política internacional y a pesar de que las sanciones todavía retienen al país como rehén hasta cierto punto, con el foco de atención lejos de la región y sus presentes problemas, sólo son un intento de rebajar la presión internacional y alejar la atención de los crímenes que continúan siendo perpetrados en nombre del mantenimiento de la unidad en un país con varias etnias que a menudo colisionan.

De hecho esto ha sido una excusa en varias ocasiones para justificar el uso de la fuerza e intentar convencer de que mientras que la junta quizá no sea la manera ideal de gobernar la región puede que sea, sin embargo, la única manera posible para asegurar la paz en la diversidad. El régimen actual demanda, quizás de manera conveniente, tiempo para resolver las cuestiones más complejas antes de que el país esté listo para una existencia democrática. Este argumento sin embargo no es bien recibido por las personas afectadas de manera inmediata por los brutales métodos que emplea el gobierno en nombre de lo que sólo puede ser entendido como una más amplia definición de la “paz” mundial. La población Karen, por ejemplo son un 7% de la población total en Birmania y tristemente se encuentran entre los que más sufren bajo el régimen militar. Los grupos defensores de los derechos humanos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch han recopilado testimonios de ambos víctimas y testigos como los misioneros, sugiriendo que lo que el actual gobierno birmano califica como mantener la paz en la diversidad no es más que desproveer a las minorías como los Karen de los derechos básicos como ciudadanos, forzándolos a huir a la jungla en busca de territorio que no esté bajo el control del gobierno o campos de refugiados en países vecinos como Tailandia, y también asesinando, violando, forzando su huida y esclavizando para asegurar que las minorías permanecen sumergidas en el miedo y el olvido.

Esta demanda ridícula ha sido repetida por el régimen infinitas veces durante años como si la repetición constante la hiciera verdadera. Ellos aseguran que sus acciones no son más que “amor severo” y todo lo que tienen en mente es asegurar el bienestar de las personas que viven en su territorio tan diverso. Tomando en consideración sus actos, desde la Rebelión de la Generación de 1988 hasta el humillante trato a Aung San Suu Kyi y a juzgar por la línea que han escogido desde las negociaciones con el enviado especial de la ONU Dr. Ibrahim Gambari, la junta no ha cedido ni en un ápice en su absurda postura. Cuando Aung San Suu Kyi fue liberada por un periodo de tiempo breve en 1995 estaba claro que no permanecería como una mujer libre por mucho tiempo. De hecho, un atentado contra los seguidores de la Liga Nacional para la Democracia acabó con varias muertes, se creyó de manera generalizada que dicho atentado había sido orquestado por el gobierno, este atentado llevó a su arresto en su domicilio donde todavía permanece. Aung San Suu Kyi no es un símbolo al azar. Desde que esta mujer carismática llego a la política internacional se ha convertido en una fuente de inspiración. Con una apabullante personalidad y una fuerte determinación (cuando tuvo la oportunidad de vivir como una mujer libre con su familia fuera del país, decidió no abandonar ni su país ni sus creencias), Aung San Suu Kyi parece haber dado crédito al premio Nóbel en 1991 más que cualquier otra persona.

Ella ha sido la voz democrática en Birmania en un tiempo en que las voces democráticas eran silenciadas y reprimidas. A pesar de ello, Madeline Albright, recuerda en sus memorias a “Madam Secretary” la cual durante una visita al país en 1995 discutió con el General Khin Nyunt quien era el jefe del Estado, el cual estuvo expuesto a inflexibles y no condescendientes comentarios cuando no insultantes sobre la represión vigente y sobre la opresión a ella misma (Aung San Suu Kyi). Entre ellos estaba el hecho de que la SLORC (la ley estatal y el Consejo para la restauración del orden, más tarde conocido como el Consejo de Estado para la Paz y el Desarrollo durante su sucesor Than Shwe) estaba sirviendo a los intereses de Birmania “imponiendo la paz entre una población muy variada éticamente”, el mismo argumento infantil que empezaba a resultar bastante familiar y que se hacía fuerte cada día. En cuanto a la prisionera de conciencia Aung San Suu Kyi, el general sorprendentemente declaró que tenía las mejores intenciones y que veía a la ganadora del premio Nóbel como “una hermana pequeña que necesita protección”. Más tarde, el general Nyunt fue forzado al exilio por razones de salud y juzgado por corrupción y sentenciado a 44 años de cárcel mientras que su adversario Than Shwe tomó el poder. Ninguno de los dos habría considerado la posibilidad de iniciar un diálogo constructivo con el NLD o Aung San Suu Kyi. Nada ha cambiado desde entonces, la política es firme y consiste en las razones elaboradas de que estas cosas requieren tiempo.

Además, inevitablemente surgen algunas cuestiones sobre si Than Shwe y su régimen pueden garantizar realmente que mediante sus acciones llevaran al país por el sendero de la democracia, tal y como aseguran. La población de Birmania encuentra muy difícil la tarea de confiar en Mr. Bambari. El enviado especial de la ONU ha demostrado su determinación para solventar este complicado asunto pidiendo la liberación sin condiciones de Aung San Suu Kyi y otros prisioneros políticos y fue más lejos recomendando a la junta que permita a la Liga Nacional para la Democracia abrir oficinas en el país y operar sin problemas, tomando en consideración sus posturas y contribución innegable con respecto del referéndum. También dejo claro que el proceso de referéndum debe ser transparente y justo, haciendo hincapié en que esto aumentara la credibilidad de la junta. A pesar de lo mencionado, el público no está convencido de que la ONU realmente posea el poder suficiente para presionar al régimen militar hacia cambios considerables, un punto de vista muy justificado teniendo en cuenta que la Constitución propuesta probablemente no permita la participación en política a la aclamada líder de la Liga Nacional para la Democracia, Aung San Suu Kyi, por haber estado casada con un extranjero Dr. Michael Aris. Ante estas molestas evidencias de total y absoluto rechazo a la dignidad humana y hacia los derechos básicos de los ciudadanos uno tiene que plantearse si el referéndum es un gesto genuino de buena voluntad y cooperación o solamente una carta a jugar en un juego de póquer global para así ganar incluso más tiempo para un régimen que jamás tuvo la intención de respectar los procesos democráticos como claramente demuestran los acontecimientos que siguieron a las elecciones de 1990.

La imposición de sanciones como un remedio rápido y beneficioso políticamente cuando los problemas de la nación están en el ojo del huracán mediático puede ser un camino fácil, pero la atención mediática es volátil y la comunidad internacional no permanece constante para ser testigo de las medidas tomadas o juzgar su efectividad. El 25 de marzo el gobierno británico expresó una vez más su desacuerdo por la falta de progresos importantes en la situación de Birmania. Su respuesta fue una simple declaración de apoyo al actual embargo que mantiene la ONU. Sin embargo, cuando pensamos en que todavía hay gente que es asesinada, lejos de nuestros televisores y nuestra reacción es una declaración nos deberíamos plantear si esto es suficiente. Una implicación activa de la comunidad internacional es necesaria para que el mundo no vuelva a ser testigo de otra Ruanda. Por supuesto hay que pararse a pensar un minuto antes de ni siquiera considerar una intervención militar.

La comunidad internacional debería pensar en otras opciones antes de autorizar el uso de la fuerza independientemente de que decidamos llamarla “humanitaria” exonerándola así de cualquier aspecto negativo, al menos en nuestras mentes. El uso de la fuerza debería ser siempre la última opción cuando todo lo demás ha fracasado y la destrucción es inminente. Primero se debería considerar si todas las vías disponibles han sido agotadas y todas las herramientas utilizadas y en este caso si la vía diplomática no parece haber dado los resultados que se esperaban. Las sanciones por si mismas son una herramienta individual de la diplomacia. Mientras que el mundo centraba su mirada en Birmania el pasado agosto y septiembre y la atención internacional y presión aumentaron hasta el punto que los jefes de estado tuvieron un interés personal en forzar al gobierno a suavizar su actitud, un halo de esperanza apareció. Esta esperanza se ha ido de forma violenta cuando los generales fueron conscientes de que la tormenta había pasado y ahora el mundo apunta con sus dedos acusatorios hacia otras injusticias. Esta es la razón de porqué lo más importante de todo es no olvidar a Birmania y jamás asumir el horror que una vez nos inquietó, ya que este sigue existiendo a pesar de que no lo veamos.

Faye Karavasili
Abogada

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